_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Filigrana o talento

Entre tanta filigrana, desmentido y rectificación, una cosa parece cierta: en los medios políticos se barrunta el final de ETA en un plazo más o menos breve. Y hay signos claros de que tal cosa pueda realmente ocurrir. No es que la ciudadanía dispongamos de datos empíricos, otra cosa son las autoridades; tan sólo tenemos pruebas indiciales, pero éstas parecen ser sólidas. Todo apunta en esa dirección: las sucesivas requisas de envíos de explosivos a Madrid durante todo el 2004, detenciones en el interior y encarcelamiento de sectores importantes de la cúpula en Francia, cuestionamiento abierto de la estrategia de la organización desde las cárceles, un posible debate interno, cierto cansancio, y, especialmente, la deslegitimación de todo acto terrorista por el hecho de serlo que se da tras el atentado de Atocha el 11-M. También, claro está, los no-encuentros, filtraciones y resoluciones mal explicadas, el guirigay que en torno a este hecho están organizando los políticos últimamente, todo ello corrobora aquella primera impresión.

Y hay otra cosa cierta: la falta de altura de miras entre los políticos a la hora de abordar este tema. El PP convirtió esta cuestión en banderín de enganche, Asociación de Víctimas del Terrorismo mediante, para hacer una oposición rampante contra el Gobierno de Zapatero. Pero, ya antes, éste había tomado una más que cuestionable iniciativa en el Congreso proponiendo conversaciones con ETA sólo "cuanto ésta abandone definitivamente las armas". Una resolución sobre la que no se informó a la oposición (condición autoimpuesta en el Pacto Antiterrorista) e inocua en el mejor de los casos, de no haber algo más detrás, que a lo que se ve, hay. "Déjesele al Gobierno hacer la política antiterrorista", se decía. De acuerdo. Pero informe éste discretamente al resto de partidos (digo bien).

El siguiente capítulo lo protagonizó Ibarretxe al presentarse a la investidura para lehendakari con el lema de "paz y diálogo" (el mismo que había presentado cuatro años antes). Proponía una mesa política para el diálogo "sin exclusiones" en torno a un nuevo estatuto, y otra paralela para resolver los asuntos derivados de los presos, las víctimas, etc. Pocos días después le avalaba el presidente del PNV, Josu Jon Imaz, al afirmar que se abre "un tiempo de esperanza para consolidar la paz y lograr un acuerdo para la convivencia" con el concurso del conjunto de fuerzas políticas: "Espero que todos estemos a la altura de las circunstancias para aprovechar esta oportunidad inmejorable", concluía. ¿Qué oportunidad? Unas declaraciones que convergían, por lo demás, con otras similares de Javier Rojo, presidente socialista del Senado: "La democracia española nunca ha estado mejor para lograr al fin la paz en Euskadi". El PNV seguía en su línea..., ¿y el PSOE?

Es quizá lo más intrigante. El PSE-EE proponía su propio candidato a la Lehendakaritza. Venía a decirse que se haría una oposición alternativa y no especulativa al gobierno anunciado. Pues bien, a los pocos días, Miguel Buen, primer vicepresidente del Parlamento vasco y secretario general del PSE-EE en Guipúzcoa, aseguraba que "El PSE ayudará al Gobierno Ibarretxe si hay negociación

real". Las cosas han llegado al punto de tener que realizar una reunión conjunta entre las ejecutivas del PSE y el PSOE para concertar posturas. Todo de muy escasa envergadura, vuelo gallináceo. Lo decía Rodolfo Ares: el PNV teme quedarse fuera de un posible plan de paz en el momento que llegue. Otro tanto les ocurre a ellos. También, claro, al PP.

Mientras, se dice que el presidente que consiga desarmar a ETA cumplirá en el cargo varias legislaturas. Veremos. Creo que dependerá de otras circunstancias. Maragall consiguió siendo alcalde celebrar las elogiadas Olimpiadas del 92 en Barcelona. Ha tardado doce años en sentarse en la silla de president..., y porque Carod lo quiere. Y, en esta línea, si los políticos son capaces de aplazar sus rencillas cuando se trata de un tema estratégico para una ciudad, como las olimpiadas, ¿por qué no consiguen aparcarlas cuando es algo tan vital y estratégico como es el fin del terror local? ¿Demasiados intereses a corto plazo? Tal vez.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_