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Columna
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El desvío de Gaza

Entre todo lo positivo que pueda decirse de la retirada israelí de Gaza no figura que sea un paso hacia la paz; a lo sumo, un nuevo desvío, del que lo más caritativo que cabe afirmar es que no se sabe a dónde conduce, porque lo que se sabe sólo es que puede llevar a más violencia.

El primer ministro israelí, Ariel Sharon, ha prometido que el 15 de agosto comenzará la fase decisiva de la evacuación, forzada en algunos casos, de los 8.000 colonos que señorean la franja mediterránea, así como de cuatro puestos aislados en Cisjordania. Y, aunque no se muestra contrario a que la comunidad internacional considere el movimiento como un paso hacia la paz, nunca por ello ha dejado de aclarar que la retirada era una decisión unilateral, al margen de lo que opinaran los palestinos, para consolidar el atrincheramiento y defensa de unas 150 unidades de colonización, con más de 200.000 ocupantes, instalados en cerca de un 15% de los territorios conquistados en la guerra de 1967. Pese a ello, el mundo aplaude y los palestinos piensan que al menos van a recibir ese pasillo de tierra, de unos 400 kilómetros cuadrados, como paga y señal de un remoto Estado independiente.

Al mismo tiempo, desde febrero pasado se mantiene una tregua casi formal por la que el Ejército israelí casi no ataca objetivos palestinos y los terroristas de Hamás casi no bombardean con morteros las colonias judías vecinas. Ambos argumentan que cada vez que rompen ese precario alto el fuego lo hacen para castigar una violación por parte del otro bando, con lo que, tácitamente, confirman que están en tregua.

Todo ello no le basta, sin embargo, a Israel para que acepte fijar una fecha de reanudación de las conversaciones de paz, porque exige que con anterioridad la Autoridad Palestina desmantele -desarme, encarcele, liquide- las fuerzas terroristas. A cambio de ello, no ofrece, ninguna medida de desarme propio, como correspondería a una negociación de iguales donde las partes renunciaran a imponer un diktat. Sus altos representantes, como estos días el presidente israelí, Moisés Katsav, en visita a España, no cesan de repetir que nada desean más que la pronta reinstalación del proceso de paz, una vez, por supuesto, que haya garantías de que se ha puesto fin al terrorismo palestino. Y no parece que se le haya ocurrido nunca a esos portavoces que el terror de Hamás o la Yihad pueda tener algo que ver con el crecimiento jamás interrumpido de las colonias en Cisjordania y Jerusalén-Este. En una ocasión, uno de los más íntimos asesores de Sharon, Dore Gold, sostuvo la teoría de que como los palestinos procreaban más que los colonos, la forma que tenía Israel de compensar su desventaja en la lucha por la tierra era llenarla de inmigrantes procedentes de todo el mundo. Así, el impasse actual puede durar hasta el fin de los tiempos.

Y en ese movimiento, no ya pausado sino aquejado de rigor mortis, cualquier acontecimiento diminuto o ajeno a la propia idea de promover la paz se magnifica convirtiéndose en lo que no es. En estos momentos, la franja extrema del coloniaje pone los mayores obstáculos, menos la violencia que arrebata la vida, a los soldados que desempeñan las primeras labores para la evacuación; y así la televisión internacional muestra al Tsahal arrastrando colonos como sacos que impiden a los soldados acarrear enseres que pueden servir en colonizaciones futuras. Nada mejor podía pedir Sharon.

Los telespectadores del mundo entero no precisan más para concluir que Israel está retirándose de los territorios, lo que en su literalidad es cierto. El primer ministro, no obstante, trabaja con una materia prima muy distinta, que es el paso del tiempo. La retirada de Gaza vale todo lo que dure; tanto como su peso en oro en imágenes de violencia limitada para consumo internacional, con la que hacer cumplir la ley a los recalcitrantes de la ocupación; porque cada día que pasa es tiempo ganado para Sharon en la medida en que Cisjordania sea más israelí; haya más intereses arraigados en ella; más vidas edificadas, aunque sea en un territorio que la comunidad internacional considera ilegalmente colonizado. Por eso, Gaza es un desvío y no un camino hacia la paz.

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