_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El efectismo de Barceló

Por muy renombrado artista que sea, y por más que exponga de manera individual por vez primera en el País Vasco, resulta decepcionante la mayor parte de cuanto presenta el pintor mallorquín Miquel Barceló (Felanitx, 1957) en la sala Kubo del Kursaal donostiarra. Digamos que la exposición pivota sobre tres especificidades artísticas: 22 óleos sobre lienzo, 25 acuarelas sobre papel y cinco esculturas de bronce.

Las esculturas no pasan de ser unos discretos y balbucientes flirteos -de escasa monta artística- con las tres dimensiones. En las acuarelas se recogen escenas cotidianas de gentes de aldeas africanas. La mano trata de atrapar el instante, gestando con manchas rápidas los rasgos caricaturales de cada tema, en una intención clara por poner mayor énfasis en sugerir que en definir. En este caso, más que la valoración artística, merece resaltar la emoción que sintió el artista mientras estuvo enfrascado en la realización de esos impromptus. A este respecto, cabe recordar que el pintor guipuzcoano José Luis Zumeta editó una libreta de dibujos realizados directamente sobre habitantes de poblados que encontró en un viaje por el norte de África. Como tantas cosas que suceden por estas costas nuestras, el trabajo de Zumeta pasó desapercibido.

Mas sigamos. Donde se origina la máxima decepción de la muestra de Barceló es en las obras oleísticas (más bien, técnica mixta sobre lienzo). Ahí encontramos a un artista usando un repertorio lleno de trampas. Empieza por utilizar periódicos arrugados encolados para conseguir así una materia rugosa que conforma, sugiere y destila una gran multiplicidad de relieves. A partir de ese momento la pintura trazada a rodillo da unas pasadas en negro y, encima de ella, unas cuantas más, pero esta vez cargadas de blanco. Luego, a la vista de los pliegues que han surgido pinta encima, silueteando a su antojo formas de vegetales, raíces, caracolas, medusas, pulpos, moluscos; todo un mundo subacuático.

A la ejecución le sobra efectismo, justamente por lo preciosista. Ese preciosismo tiene mucho de seducción, en el sentido de dar a entender que de una materia informal y abstractizante, provinente de los fondos, el artista consigue hacer emerger por arte de birlibirloque un mundo de formas reales y concretas.

Pese a que al gran público la propuesta seductora de los óleos de Barceló pueda atraparle fácilmente, se me ocurre como contrapunto plantear una insoslayable disyuntiva. Una de dos: o sobran las intenciones matéricas o sobran los efectismos preciosistas. Lo que no cabe ninguna duda es que aquéllas y éstas no hacen buena boda. Así lo diga Barceló, Agamenón o su porquero.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_