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Columna
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Ese Cádiz

Es complicado aceptar que las pocas veces que se moviliza una ciudad tiene que ver con el fútbol. La nueva religión concita mayores adhesiones que ningún otro proyecto. En Cádiz no se recuerda mayor movilización ciudadana que la relacionada con el ascenso a Primera División del Cádiz Club de Fútbol, si exceptuamos las movilizaciones contra la guerra de Irak y las que se hicieron en defensa del sector naval. Lo cierto es que se ha producido un estado de euforia en toda la ciudad de Cádiz y la mayor parte de la provincia sin precedentes conocidos, una especie de revuelta identitaria. Nunca el equipo había tenido tanto apoyo en la provincia de Cádiz. Nunca había suscitado una épica tal, una explosión de apoyo como la que se ha vivido este año. Quizás venga motivado por la necesidad de asirse a proyectos positivos y a ideas ilusionantes, por encontrar espacios de encuentro colectivo . El Cádiz siempre fue simpático y modesto, algún año matagigantes, tuvo algún jugador genial y algún presidente especialista en los juegos malabares. Hasta que se hundió en el pozo del olvido durante una década. El melifluo himno del club ha sido sustituido por un pasodoble de la chirigota Los hermanos Pepperoni de Manolito Santander, que ha pasado de cantarse en las gradas a ponerse por la megafonía. Así ha ido adquiriendo sus mitos, sus leyendas, su tradición, su masa social. Tanto se ha extendido el apoyo al equipo que ha sido difícil evitar el oportunismo del Ayuntamiento para apuntarse el tanto del ascenso. Era una tentación irresistible. A la pancarta con la que se obligó hace años a salir al campo a los jugadores "Gracias Teófila, por fin tenemos un estadio digno" hasta la remodelación del estadio realizada con fondos del Consorcio de la Zona Franca años después (no debía ser tan digno entonces) pero que el Ayuntamiento se ha apropiado de manera descarada con una publicidad abusiva. Y al final una campaña en la que se pretendía atribuir a la alcaldesa el ascenso del equipo. Cualquier actuación similar en otro Ayuntamiento sería inconcebible. Y si la Junta de Andalucía o el Gobierno de España hacen algo parecido, serían excomulgados y expulsados al fuego eterno. Pero ocurre en una pequeña ciudad donde este tipo de actuaciones quedan a beneficio de inventario y no parece indignar a nadie que el dinero público se gaste así.

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