Cocineros antes que líderes
Touriño y Quintana compensan su escaso carisma con una larga experiencia como gestores
No han ejercido de ministros ni de embajadores y están lejos de haber pasado medio siglo de despacho en despacho, como el hombre al que dentro de un mes relevarán en el Gobierno gallego. Pero Emilio Pérez Touriño, de 56 años, el socialista que presidirá la Xunta en sustitución de Manuel Fraga, y Anxo Quintana, de 46, su aliado nacionalista que con toda seguridad ocupará la vicepresidencia, tampoco son dos advenedizos. El futuro presidente trabajó ocho años como alto cargo de los gobiernos de Felipe González, seis de ellos de número dos del Ministerio de Transportes. Y Quintana encabezó durante una década la gestión municipal que ha concitado más premios y elogios de toda Galicia.
Veteranos socialistas recuerdan a Touriño como un tecnócrata que trabajaba sin ruido
"Este chico no es una lumbrera, pero llegará lejos", dijo Fraga de Anxo Quintana
La vieja guardia socialista evoca estos días a aquel hombre que todos tenían por serio, discreto y eficaz, y al que pocos podían imaginar como presidente de un Gobierno autónomo. Entre 1985 y 1991, Pérez Touriño, como subsecretario del Ministerio de Transportes, asistía cada semana a las reuniones de coordinación del Ejecutivo de Felipe González que dirigía el entonces vicepresidente, Alfonso Guerra. Había sido reclutado por su amigo y compañero de la Facultad de Económicas de Santiago, Abel Caballero, cuando le nombraron ministro. Tras cesar Caballero, su sustituto, José Barrionuevo, le mantuvo en el cargo. Touriño aún sobreviviría a otro cambio de ministro y, entre 1991 y 1993, fue secretario general de Infraestructuras bajo el mando de José Borrell.
En las conversaciones de estos días entre los veteranos de los gobiernos de González reaparece la imagen de Touriño como un tecnócrata que hacía su trabajo con eficiencia, sin ruido y siempre dispuesto a escuchar. "Era un hombre callado, que resolvía los problemas con rapidez y al que no se le veía ningún afán de protagonismo", recuerda un antiguo asesor de Borrell. "Me sorprendió el día que lo vi como candidato. No me encajaba en su personalidad". Los que le conocen mejor dicen que aquella imagen era un tanto falsa. "Con Emilio se ha creado un equívoco", apunta un dirigente del PSdeG que le ha tratado desde joven. "Se le ha considerado más técnico que político, cuando él siempre ha puesto la política por delante".
En sus primeros años en el Gobierno socialista ni siquiera tenía carné del partido, al que se afilió en 1989. Había sido de los últimos en abandonar el PCE, en el que militó de joven. Tras el desengaño, se refugió durante una época en la docencia universitaria y la investigación económica antes de acabar en el ámbito menos visible de la Administración. En Galicia comenzó a cobrar relevancia pública a partir de 1991. Durante su etapa en el Ministerio de Obras Públicas, tuvo que lidiar con la construcción de las autovías de acceso a su comunidad autónoma bajo una fuerte presión política del Gobierno de Fraga, que azuzaba para acortar los plazos al máximo. "Era una persona metódica y de trato muy correcto, aunque creo que le faltaban imaginación e iniciativa", comenta un dirigente del PP gallego que le trató a menudo en aquella época. "Nosotros le criticamos mucho porque presentó un plan ferroviario que excluía a Galicia. Pero hay que reconocer que con las autovías se implicó a fondo para sacarlas adelante y siempre dialogó con la Xunta".
En 1989, mientras Touriño ingresaba en el PSdeG y Fraga emprendía su campaña para reconquistar el feudo gallego, en Allariz, un pueblo de Ourense de poco más de 5.000 habitantes, bullía una revuelta popular contra el alcalde del PP. Su líder era un enfermero de 30 años, barbudo y espigado. En medio de la refriega, que tenía paralizado el Ayuntamiento, Anxo Quintana acudió a la sede del PP de Ourense para buscar con Fraga una solución al conflicto. Al viejo patrón de la derecha -que estos días ha recordado profusamente que Quintana fue inhabilitado durante tres meses por su participación en aquellos desórdenes- se le encendió el olfato. Y comentó a sus colaboradores: "Este chico no es una lumbrera, pero llegará lejos".
La revuelta encabezada por el BNG hizo dimitir al alcalde del PP y, en poco tiempo, Quintana emprendió lo que el actual regidor del pueblo, su compañero desde hace años, Francisco García, llama "el milagro de Allariz". El último prodigio se obró esta semana: la UNESCO acaba de incluir al municipio en la red mundial de reservas de la biosfera para reconocer la integración entre el hombre, la actividad económica y el medio natural. Cuando Quintana aún era alcalde -abandonó el cargo en 2000 para saltar a la política autonómica-, el pueblo recibió el premio europeo de urbanismo. Desde 1989, Allariz ha aumentado su población en un 10% en medio de la sangría demográfica del resto de la provincia.
Touriño y Quintana admiten que una de sus primeras tareas es establecer una relación de confianza personal que hasta ahora no ha existido. En el proceso tal vez descubran unas cuantas cosas en común. No son hombres de declaraciones estridentes y a ambos se les ha achacado falta de carisma y de liderazgo. Puede que a ninguno de los dos se le dé muy bien el predicar. Pero se han pasado muchos años repartiendo trigo.
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