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Homosexualidad y castidad

Según el darwinismo más elemental, la homosexualidad debería estar exclusivamente determinada por el ambiente o no debería existir. Es pura lógica: en la lucha por la supervivencia sólo permanecen aquéllos que presentan la mayor eficacia biológica, es decir, los que tienen mayor número de descendientes. Los genes del que no se reproduce mueren con él, no pasan a la siguiente generación. Por esto, si la homosexualidad estuviera determinada genéticamente, sólo podría haber aparecido por una mutación al azar, un error de algún gen que estaría condenado a la desaparición inmediata.

Por esto, parece que la homosexualidad sólo puede ser una característica aprendida, y en este caso la educación sería la responsable. Pero podemos observar un contraejemplo interesante: los religiosos católicos tampoco deberían existir. Tanto en los homosexuales como en los religiosos, los genes que condicionan la renuncia a la reproducción, si es que alguna vez aparecen, deberían perderse en una sola generación. Así que, tanto la homosexualidad como la castidad sólo pueden ser adquiridas y no heredadas. Igual que una persona aprende a ser religiosa y se somete a la disciplina y la formación en un seminario, los homosexuales han debido aprender sus intereses en algún lugar: la familia, la escuela, la calle... Si tomamos en consideración el primero de estos factores, la familia, las protestas contra la ley que permite el matrimonio y la adopción a los homosexuales parecen estar justificadas.

Pero el darwinismo ha progresado mucho desde que Spencer proclamó en 1864 el célebre principio de la supervivencia del más apto. Gracias al desarrollo de la sociobiología, se ha alcanzado el concepto de la eficiencia inclusiva. Un organismo puede ser extraordinariamente eficaz sin necesidad de reproducirse. El paradigma de la eficacia inclusiva reside en especies sociales, como las abejas o las hormigas, en las cuales una gran masa de individuos estériles son plenamente eficaces: facilitan la perpetuación de los genes de su reina, un individuo que comparte con los estériles la mayor parte de genes. Así, éstos trabajan, no para sus propios genes, sino para que sobrevivan los genes de la reina. Como ambos son los mismos, las estériles obreras resultan perfectamente eficaces.

Habiendo definido la eficacia inclusiva, podemos volver a los grupos humanos que no se reproducen. Empezando por los religiosos, es fácil comprender que no buscan mejorar su eficacia biológica directa, sino que alcanzan una mejor eficacia inclusiva y que, gracias a una castidad altruista, favorecen la supervivencia de otros individuos con genes similares a los suyos. Dado que todos los seres humanos compartimos una inmensa mayoría de genes, su altruismo debe rendir beneficios al resto de la sociedad. Son las diligentes obreras de la especie humana. Así que se puede explicar la posible existencia de genes favorecedores de la castidad religiosa. Aunque esto es algo que, por ahora, nadie ha demostrado. Los genes para las vocaciones pueden existir o no. Pero el mismo concepto de vocación, "llamada", sugiere algo externo al individuo. Todo el mundo cree que depende de la educación. Todo el mundo cree, acertada o erróneamente, que los religiosos existen sin necesidad de genes que determinen su castidad.

Volviendo a los homosexuales, y a diferencia de los religiosos, hay un acuerdo casi absoluto de que existen genes que determinan las apetencias sexuales. Es más: es sabido que la homosexualidad se ha observado en un número incontable de especies animales, desde insectos hasta el hombre, pasando por peces, reptiles y aves; la existencia de individuos homosexuales en todas las especies es la norma, no la excepción. Y en conclusión, parece que tanto los religiosos como los homosexuales tienen ventaja en el hecho de ser altruistas.

Pero se puede decir aún algo más. Decíamos que los religiosos pueden, con su altruismo, facilitar la supervivencia de personas que comparten genes con ellos. Pero hay otra posibilidad: también se puede afirmar que han cambiado una fácil ventaja reproductiva por otra que aparentemente tiene poca relación. La toma de hábitos suele determinar un avance en el rango social. Desde el Papa hasta el más humilde cura de pueblo, los religiosos, en todas las épocas y todas las sociedades, han formado

parte de la élite dirigente. Renunciaron a tener hijos, pero alcanzaron las ventajas de convertirse en personas importantes. Desde un alto nivel social se pueden hacer muchas cosas: desde tener muchos hijos (algo indudable, sea entre seglares, sea entre religiosos), lo que es eficacia directa (no inclusiva) hasta gozar de una capacidad sobresaliente de ejercer altruismo a favor de unos beneficiarios concretos, los cuales, gracias al favor de la autoridad religiosa, mejoran su propia eficacia. Es decir, seguimos encontrando razones de distinta índole para esperar que la castidad en los religiosos tenga ventajas evolutivas y esté condicionada genéticamente.

¿Podemos trasladar esta explicación a los homosexuales? Parece difícil. Algunos homosexuales habrán existido con una elevada capacidad para influir en la sociedad, pero parece más probable que su situación ha sido la opuesta: personas que incontables veces han padecido un estatus social ínfimo, que han sufrido el insulto y el desprecio, cuando no una muerte humillante.

Resumiendo: hay varias razones para esperar la existencia de condicionantes genéticos (no conocidos) y no genéticos (generalmente aceptados) favorecedores de la castidad religiosa. Entre los genéticos tenemos el altruismo. Entre los no genéticos, el interés por el ascenso social ha podido ser no tan honorable. En cambio, es seguro que los genes para la homosexualidad existen, pero además, sólo entendemos una razón que explique su existencia. Los homosexuales renuncian a su eficacia biológica directa pero, de una forma u otra, facilitan la vida al resto de la sociedad.

Olvidaba un detalle: todo lo dicho sólo es válido si la homosexualidad en unos y la castidad en otros son absolutas y exclusivas, lo cual es probablemente falso en los dos casos. Ni todos los homosexuales renuncian absolutamente a la reproducción heterosexual, ni todos los religiosos son estrictamente castos.

Rubén V. Rial es catedrático de Fisiología de la UIB y autor del libro Los secretos del sexo.

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