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VISTO / OÍDO
Columna
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Opinión de Dios

Oigo a una dama conferenciante en Radio María, emisora que tiene su vocación política, como todas. Quizá la que más Intereconomía, que reúne la religión, las tertulias políticas especializadas y las informaciones económicas con esa vieja alianza que otras no tienen. Pero me fijo más en Radio María. La conferencia estaba explicando algo sobre las elecciones, e incluso sobre las votaciones en el Congreso o el Senado: que un gran número de votos, por muchos que sean, no pueden contradecir la opinión de Dios. Supongo que el disparate teológico de "opinión de Dios" lo he transcrito sólo yo, porque la opinión se emite sobre lo cuestionable, y la de Dios, para esas personas, no lo es en absoluto. Así, a mí me parece que el problema está en quienes se consideran, como ella, capaces de interpretarle y de transmitir su juicio. Para la convivencia es algo muy difícil, y a veces intolerable: si en cualquier examen de un tema de convivencia y sociedad no razonan, sino que acuden a un mandato que atribuyen a la Fuerza, no hay discusión posible. Reanudan ahora estos seres, invocados por tales radios, por un partido político, por sacerdotes y personas de pro, sus protestas por el matrimonio homosexual, por las alteraciones del divorcio, por las leyes sobre el aborto y, en fin, por todo aquello que concierne la sexualidad, sus manifestaciones: coinciden con las últimas sesiones de Cortes en las que se aprueban velozmente las leyes devueltas por el Senado -los senadores parecen más cerca de Dios, y hacen su gramática a su sonido y a su apariencia- para que se puedan cumplir antes de las vacaciones. Tendrán menos afluencia que las manifestaciones, pero también se trata de que Dios dicte las cuentas o ayuden a sus editorialistas clásicos a hacerlas.

Tengo una larga experiencia en estas materias, y he visto manifestaciones a ciriazos (una procesión es una manifestación) contra quienes no se arroban, y he leído sentencias que condenaban a muerte a quienes escribían lo contrario; tiempos de mayor o de menor sensatez, y al fin el tiempo ha ido borrando lo que yo llamo prejuicios. Estos mismos alentadores de manifestaciones y de interpretación de la opinión divina aceptan lo que en otros tiempos hubieran castigado con la muerte. Con la muerte en la hoguera a los homosexuales. Ahora no objetan a su convivencia, sólo a la palabra matrimonio. Los intérpretes de Dios se van quedando, con el tiempo, en filólogos divinos.

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