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Columna
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Los joyeros

Las palabras pueden cortarse en dos, como si fueran manzanas, y tener afluentes igual que los ríos. Para mí, por ejemplo, una mitad de la palabra "joyería" significa lo mismo que para el mundo, mientras que la otra significa, por asociación, "Juan Marsé". Ya saben: Marsé era joyero antes que novelista, y cuando uno lee sus libros, desde Últimas tardes con Teresa hasta Canciones de amor en el Lolita's Club, no puede evitar imaginárselo escribiéndolos con manos de joyero, engarzando adjetivos en las frases o haciendo funcionar mediante diminutas poleas el reloj de su prosa. En cuanto a los afluentes, por desgracia el más asociado a "joyería" es "atraco", y uno de esos atracos fatales, el que costó la vida a un joyero de Móstoles hace unos días, hizo salir esta semana a las calles de Madrid a más de mil colegas de la víctima, que exigieron más seguridad en su oficio y gritaron consignas contra el Gobierno a las puertas del Ministerio de Justicia, en la calle de San Bernardo.

La verdad es que se comprende perfectamente el dolor y la rabia de los familiares del joyero asesinado -su hijo estaba en la cabeza de la manifestación-, pero lo que no se termina de entender muy bien es esa costumbre, cada vez más extendida en nuestro país, de culpar al Gobierno de turno de todos los males de la sociedad y reclamar mano dura para los criminales mientras que, en muchos casos, los propios damnificados no son capaces de tomar medidas personales para su protección. Pasa lo mismo con los taxistas, que se quejan amargamente de la inseguridad a la que se enfrentan cada día, pero, salvo raras excepciones, no hacen nada para defenderse de ella, por ejemplo, colocando mamparas blindadas en sus coches. La explicación más común es que resultan muy caras. Y la pregunta que muchos les hacemos es ésta: cuesten lo que cuesten, ¿valen más que su vida?

El caso de las joyerías es similar. Los manifestantes de la calle de San Bernardo le piden al Gobierno que endurezca el Código Penal, que extreme la vigilancia de las fronteras, que sea inflexible con los rateros reincidentes, que controle a los extranjeros y que redoble la vigilancia policial en nuestras calles y, especialmente, en las cercanías de sus comercios. El secretario general del Gremio de Joyeros leyó un manifiesto ante el edificio ministerial e hizo afirmaciones como ésta: "Nos dicen que vivimos en un Estado de derecho. Lo que no nos habían dicho nunca es que ese Estado de derecho protegería más al delincuente que a su víctima". Sin embargo, ¿qué medidas de defensa adoptan los joyeros, por lo general? ¿Cuántos han instalado cristales antibala en sus negocios? Hablando con un joyero, hace unos días, me argumentaba que ellos necesitan tener un trato directo con el público, que es necesario enseñar el producto, ayudar al cliente a que se lo coloque, sacar muestrarios, dar explicaciones... Bueno, todo eso es cierto, pero también en los bancos se hacen gestiones de toda clase, y suelen tener cristales blindados o, en su defecto, un vigilante de seguridad. Y entonces, volvemos al mismo punto: eso es muy caro, no nos lo podemos permitir. Qué bárbaro.

Intento imaginar lo que debe sentir alguien cuyo padre ha sido asesinado de un tiro. Es terrible. Pero quizá estos momentos de conmoción también deberían aprovecharse no sólo para dar rienda suelta al dolor, sino también para meditar. Tal vez en lugar de pedir que se reforme el Código Penal, que el Estado ponga un policía a la puerta de cada negocio y que la justicia sea inmisericorde con los canallas, podrían solicitarse mayores ayudas oficiales para que los comerciantes de este gremio tan golpeado pudieran blindar sus locales, o contratar servicios de seguridad. Eso parecería más razonable y, sobre todo, más fácil de conseguir.

Hace unos años, otro miserable pudo entrar en una joyería, disparar sobre Juan Marsé y matar, junto al hombre, a todos su futuros libros. El joyero a quien acaban de robar la vida en Móstoles no escribió ninguna novela, pero su muerte es igual de desoladora. Ojalá se pueda parar ese drama, con el esfuerzo de todos y cueste lo que cueste.

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