Contra el hambre
Varios miles de personas se manifestaron el domingo en Madrid bajo uno de los lemas más nobles que cabe imaginar: contra la pobreza. Los manifestantes, convocados por centenares de ONG, exigían a los Gobiernos del mundo un mayor esfuerzo para combatir la pobreza, atajar el hambre y las enfermedades y no como una demanda abstracta sino en exigencia muy concreta del cumplimiento de compromisos adquiridos y luego ignorados. En el año 2000, hasta 189 países de las Naciones Unidas se comprometieron en su documento Objetivos del milenio a acometer esta trágica lacra en un esfuerzo coordinado que pasaba por que los países desarrollados dedicaran al menos el 0,7% de su Producto Nacional Bruto a ayudas directas al Tercer Mundo. La inmensa mayoría de los firmantes, incluida España, siguen sin alcanzar este en sí modesto objetivo.
Una semana antes de abrirse la Cumbre del G-8 de los países más industrializados, los manifestantes han querido recordar las promesas incumplidas, pero también la absoluta exigencia ética y política de ayudar a quienes están en una situación desesperada. El hecho de que muchas de ellas se podrían paliar, cuando no remediar, con sumas que el mundo desarrollado gasta en conceptos cuestionables, cuando no superfluos, hace especialmente doloroso el drama en el que se hallan cientos de millones de seres humanos.
Hoy ya está meridianamente claro que el fenómeno de la globalización no sólo no ha ayudado a corregir las peores desigualdades, como algunos auguraban, sino que ha acelerado su incremento, especialmente en algunas zonas como África. Los países ricos han experimentado una total revolución en sus comunicaciones e intercambios, que han generado una riqueza sin precedentes, pero que sólo ha aumentado drásticamente la marginación y la pobreza en amplias regiones. Mientras ciertos países, caso destacado India, han podido beneficiarse de las nuevas realidades, otros han caído en un pozo de miseria del que nunca podrían salir sin ayuda externa.
Los millones de seres humanos que nacen y mueren en la miseria debieran suponer una insoportable vergüenza para todos los que habitamos en las partes más favorecidas del mundo. Por eso es digna de elogio la iniciativa del domingo y habría que intentar convertirla en una movilización constante de la ciudadanía del Primer Mundo para recabar una respuesta a esta inmensa tragedia.
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