Nadie se hace cargo de las quejas
La ciudad en la que vivo, antes Madrid, sumida en el caos ambiental más tremendo desde que fue fundada, se muere. Las obras públicas para beneficio privado que se esparcen por la ciudad la están convirtiendo en un ejemplo al que ninguna otra debe aspirar.
Talar miles de árboles en pos del progreso es una incongruencia, además de un desastre irremediable, porque no sirve de nada que planten esquejes raquíticos que nadie va a regar en las nuevas zonas destinadas al regocijo y disfrute de unos ciudadanos a los que les han transformado su entorno. Y lo peor es que ni han intentado salvar esos árboles sentenciados: los años que cuesta que un árbol llegue a adulto y lo rápido que lo talan, escasos minutos. Los que quedan en pie pasan al terreno del olvido porque lo importante es la hormigonera y la tuneladora y los árboles ni existen.
Cada día veo pasar camiones cisternas que limpian las calzadas con dedicación mientras que cincuenta centímetros más allá agonizan los árboles que nadie riega. Creo que la limpieza se puede realizar de muchas maneras, entre otras, con más personal, pero el agua no se puede desperdiciar en semejantes tareas cuando se necesita para otras cosas primordiales.
Ni las juntas de distrito ni los organismos que llevan a cabo estos servicios se hacen cargo de las quejas, unos sólo se dedican al arbolado de alcorque, otros a las zonas forestales, otros a las zonas ajardinadas y, entre tantos, ninguno pone freno a la desertización ignorando la realidad.
Como ejemplo les diré que en la zona vallada donde se llevan a cabo las obras de la A-3, el agua está corriendo permanentemente, perdiéndose, o bien se utiliza para lavar los vehículos privados de los trabajadores mientras que todos los árboles de alrededor se están secando al no resistir la sequía a la que les tienen sometidos.
¿Quién va a ponerse a trabajar por Madrid? La respuesta la tenemos los vecinos de cada barrio defendiendo lo primero nuestro entorno cercano e impidiendo que se siga transformando esta ciudad en un decorado barato en manos de diseñadores ultramontanos.
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