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Columna
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Ninguna parte

Las cosas, mal que bien, marchaban en la vida política de este país hasta 1997. Ese año, el Euzkadi Buru Batzar del PNV decidió estirar el pelotón con su acuerdo soberanista, luego ratificado en la Asamblea Nacional del Euskalduna y materializado en el Pacto de Lizarra. Finalmente, se gestó el famoso Plan. Habían decido hacer cumbre soltando lastre en el camino, si hiciera falta. El pelotón político se partió, se produjeron nuevas alianzas y se inició un tenso y demoledor viaje; un viaje a ninguna parte, que es exactamente donde hoy estamos.

Creo que el análisis fino comienza a ser para este país un lujo de salón. Aquél estirón ha dejado un paisaje político desolado. El probable lehendakari -aunque aún no sepamos cómo lo hará-, Juan José Ibarretxe, será presidente con una coalición mal avenida que no cuenta más que con el 42,7% de los miembros del Parlamento. La oposición mayoritaria, el PSE-EE, tras 25 años de gobierno del PNV, se conforma con que el nacionalismo llegue a cierta avenencia con ella. Se sabe carente de la fortaleza que da el ser alternativa. Y no lo es porque es históricamente incapaz de sobrepasar en votos al nacionalismo democrático y, ahora mismo, de tejer una coalición para gobernar: hay quien nunca se aproximaría a ellos, y los hay a quienes no quieren ellos acercarse. El PP lo tuvo siempre difícil, pero Mayor Oreja lo dejó en una situación de radical aislamiento y con un índice de rechazo altísimo. Una situación que María San Gil podría cambiar solamente si se alejara del tremendismo de Acebes-Aznar, cosa que de momento no hace. A Aralar, el partido traidor, para la izquierda abertzale nacida de ETA, le costará subir. Y EHAK-HB tiene en su seno la ponzoña del terror. El país resulta ingobernable en el sentido democrático y práctico del término.

Si todo esto no fuera ya poco, los imaginarios políticos que circulan en buena parte de los partidos que nos representan (Plan, autodeterminación, independencia,...) resultan anacrónicos y socialmente paralizantes. Carecemos de líderes políticos con carácter. Tenemos políticos inanes que practican el tancredismo, unos y otros, incapaces de comunicarse. Y carecemos de un entramado institucional sólido y reconocido. Con todo esto, la sociedad pierde vigor por desistimiento.

Es cierto que al PNV tan sólo le quedan dos vías: volver a estirar el pelotón con el acompañamiento de EHAK o llegar a un cierto arreglo con el PSE-EE, de modo que éste consienta su gobierno a cambio de contemplar su propuesta de reforma del Estatuto y de un trato preferente en el Parlamento. Da la impresión, a día de hoy, que se inclinarán por la segunda opción, no sin tensiones en su interior. Pero, ¿qué nos reporta esto a la ciudadanía? Renunciar por años a una posible alternancia a este gobierno; unas conversaciones por un nuevo estatuto que serán jugadas en campo nacionalista, y el olvido de los problemas cotidianos (vivienda, sanidad, enseñanza) y estratégicos (comunicaciones, ordenación del territorio, informática e I+D), mientras se practica, por la vía de los hechos, una política roma, privatista e ineficaz en la política inversora en todos los ámbitos. (Empezando por la investigación, donde se crean sectariamente corporaciones privadas incapaces de activar los proyectos que se les encargan, mientras se arrumba al ostracismo a los equipos ya constituidos).

Esperemos no terminar como Galván, el protagonista de El viaje a ninguna parte (Fernando Fernán Gómez), en un asilo mascullando nostálgicos recuerdos, como una sociedad agotada que sobrevive en los márgenes del mundo. Aún tenemos recorrido. Pero sólo a condición de que los partidos de la oposición asuman con vigor su responsabilidad, que sean capaces de hacer que vislumbremos un poderoso cambio de rumbo que nos estimule. Quizá sea tan sólo un deseo.

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