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EL ESCRUTINIO DE LAS ELECCIONES GALLEGAS
Columna
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En Galicia con el señor Boomerang

Manuel Rivas

¿Cómo desprenderse de un boomerang? He ahí la radical galleguidad del chiste australiano: alguien quiere utilizar un boomerang nuevo, pero no consigue deshacerse del viejo. Frente a aquel glorioso axioma paradójico de Pio Cabanillas, el "hemos ganado, pero todavía no sabemos quiénes", se extiende ahora el pensamiento boomerang. Un victorioso pesimismo, e incluso un optimismo de la derrota. A mucha gente, a derecha o izquierda, se le ha puesto cara de boomerang. En el caso de Fraga Iribarne, si observamos los sabios trazos de los humoristas gráficos, siempre ha tenido mandíbula de boomerang.

Por más que persista en volver el viejo boomerang, la realidad está ahí. La mayoría electoral en Galicia le ha dicho adiós. Es posible que el viejo boomerang viaje escondido en alguna saca de correos con destino Pontevedra, pero eso no modifica la realidad en términos de votos. Por decirlo al estilo propio de Fraga, porque todo se contagia con el tiempo, la mayoría de los electores en Galicia decidieron echar a Fraga. La mayoría de los electores decidieron poner fin al dominio del PP, que había adquirido la fisonomía geológica de un "régimen", de un estado inamovible de las cosas.

Para Manuel Fraga, estas elecciones eran la oportunidad de una culminación triunfal

Fraga ha perdido. El PP ha perdido. Y no ha sido por un puñado de votos. En una sociedad demográficamente varada, la suma de votos de la izquierda gallega supera a los conservadores en un 7% (125.000 votos). Con estos resultados, esa izquierda gallega gobernaría en todas las urbes y en todos los municipios donde hay un crecimiento significativo de población y no declive o hundimiento demográfico, dato este quizás de interés para el movimiento en defensa de la familia. Incluso en Muxía, la aldea potemkiana, el idílico escaparate propagandístico de Aznar y de la Xunta a partir de la catástrofe del Prestige, la mayoría de electores ha apostado por el cambio. En este sentido, la sincera declaración del director de campaña del PP, Xosé Crespo, es una magnífica diagnosis: "Hemos perdido los votos que se nos han muerto". Y algunos más.

Claro que el señor Boomerang vuelve y protesta: "Oiga, usted, ¡el PP ha sido el partido más votado! ¡Y con un candidato octogenario! ¿Por qué la izquierda no se presentó en forma de coalición para que los electores supieran a qué atenerse? Oyéndole a usted, parece que en Galicia se ha producido una revolución de terciopelo". ¡Ah, no se enfade, señor Boomerang! Ojalá todos los cambios necesarios fueran suaves movimientos de la inteligencia. Los buenos canteros, para mover las grandes piedras, utilizan la yema de los dedos. Pues algo de eso ha habido en Galicia.

Por ejemplo, Fraga. En Galicia, Fraga se ha consolidado como el Patrón. En todos los sentidos. Ha entroncado su etapa de hombre poderoso de la Antigüedad (el franquismo, la parte enterrada de la roca) con la del hombre poderoso de la Modernidad (la fase democrática y autonómica, la parte visible). En su verdadera especialidad, la propaganda, es el clásico populista que encontró su nuevo hábitat en la moderna sociedad del espectáculo. ¿Octogenario? Todo el mundo sabe que el Patrón no tiene edad. Mientras mande.

Para Fraga, estas elecciones eran la oportunidad de una culminación triunfal. El juicio final en el valle del Josafat galaico. El último referendo. Para su partido, esa acumulación histórica era la garantía para mantener el poder en Galicia y convertirlo en la base de la "reconquista" peninsular. Así fue planteado por el principal protagonista y por su partido. Todo fue convocado. Todo fue movilizado en Elsinor para el ser o no ser. Incluso los obispos gallegos, que se habían mantenido en silencio durante la grave catástrofe medioambiental del Prestige, le dieron un muy poco disimulado respaldo público al "entrañable amigo" don Manuel (Gea Escolano dixit). Todo se forzó hasta donde nunca antes se había llegado. Con plena conciencia del calendario, una cada sábado, se convocaron tres manifestaciones perfectamente sincronizadas que condicionaron la atmósfera electoral. Y otra circunstancia que nunca antes había ocurrido, quizás la más grave. La propagación del horror vacui ante la posibilidad de la pérdida del poder. Ese dilema tragicómico: "Nosotros o el caos". Esa malvada asociación entre el "opositor" y "sospechoso", entre "coalición" y "enemigo". La explotación del miedo hasta el límite de presentar una Galicia cercada por hordas bárbaras. Y por eso el hecho de perder tiene el carácter de un dictamen histórico. Tiene un sentido moral. Una curación democrática.

¿Todos contra Fraga? No, señor Boomerang. Hace tiempo ya que empezó esta historia y siempre, a la de la hora de la verdad, ocurría lo mismo. Fraga era el PP, y el PP era Galicia. Dicho con el trombón de Baltar y el bombo de su hijo: "¡Si no eres del PP, jódete, jódete!". ¿Qué había detrás de este jovial estribillo? La gente ha ido aprendiendo que escondía una gran verdad, fuera para unas oposiciones a bedel, colocar una farola, financiar un grupo de gaitas o construir una depuradora. Si no eres del PP, búscate otro lugar en la tierra, hermano. Los demás, los que pensaban distinto, no eran alternativa. Eran el enemigo. Y no es fácil vivir en tu propia tierra con el estatus de enemigo. Saber que cualquier cosa que digas va a ser utilizada en tu contra.

Durante toda la campaña, la partida estaba clara. Por un lado, el PP de Galicia sólo apostaba por la mayoría absoluta. No había pactado nunca con nadie ni estaba dispuesto a compartir el poder. Un PP dividido, con un problema de doble personalidad irresuelto, pero unido por el interés. Por otro lado, dos fuerzas, los socialistas (PSdeG) y los nacionalistas de izquierda (Bloque) que desde el principio mostraron su voluntad de constituir un Gobierno de coalición. El elector lo tenía claro. Tan claro como elegir entre el Partido Republicano o el Partido Demócrata en Florida. Lo que pasa es que la izquierda gallega tiende a la melancolía. Había quienes esperaban un resultado más holgado, un auténtico descalabro del fraguismo, un triunfo deportivo. Bastante descalabro es para Fraga perder su último referendo. Sentir que eres una roca, una enorme roca, y que te mueven del poder con los dedos, suavemente, unos canteros.

-Oiga, ¿y qué sucedió con el boomerang del australiano?

¿El boomerang? ¿Qué boomerang?

Votaciones en el colegio electoral Fonseca, en el palacio de Xelmírez de Santiago.
Votaciones en el colegio electoral Fonseca, en el palacio de Xelmírez de Santiago.ULY MARTÍN

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