_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Runruneo

Con el anticiclón sobre el archipiélago de las Azores y los días más largos que las tetas de una cabra, la calor seca mueve a la somnolencia. Aunque ni a las altas temperaturas, ni al conocido anticiclón, ni a al calendario se les puede culpar de un sopor, de una especie de modorra, provocada por un tedioso y aburrido runrún en el acontecer público y cotidiano. El runrún es un ruido persistente, dicen los académicos, confuso muchas veces y bronco otras, que produce aturdimiento e inclina al sueño. No son pocos aquellos que se relajan y encuentran descanso y sueño frente al murmullo del televisor. Pues bien, la actualidad, con alguna excepción, tampoco está exenta de un runruneo soporífero. Vayamos a esos murmullos.

A estas latitudes valencianas llegaron las voces de la campaña electoral gallega. Cuando se escriben estas líneas, nos llega la buena nueva de que la ciudadanía gallega está acudiendo a las urnas y participando en las elecciones más de lo acostumbrado. Las urnas siempre tienen un respeto y una atención. Pero, ¿qué atención o respeto tuvieron los resúmenes de mítines y las informaciones que nos trasmitieron los medios durante la campaña electoral gallega? Sueño y desinterés ante las agudezas en un mitin de quienes prometen futuro, y desinterés y sueño ante las salidas de tono de un renqueante anciano, desde hace muchos años casado con el poder que no tiene sexo, como lo tienen los matrimonios heterosexuales y homosexuales.

Que ese, el de los matrimonios y sus legalizaciones, va siendo ya un ruido de actualidad tediosa y nada divertida que empuja también al desinterés y al sueño. Demasiada proclama persistente y continuada de quienes dicen defender la familia tradicional -tradicionalmente ha habido familias muy distintas y de moral muy diferente en todos los pueblos, naciones y civilizaciones-, y demasiado júbilo continuado y persistente por parte de quienes van a ver reconocidos sus derechos en las nuevas leyes. Por eso, cuando el mitrado de Segorbe-Castellón se expresa diciendo que los matrimonios no tradicionales -naturales dicen ellos- van a ser como tsunamis que socavarán la civilización cristiana, sus afirmaciones producen sopor. Y quizás también el piadoso deseo de que el Santo de Israel abra los ojos a algunos de nuestros prelados, para que vean que la civilización cristiana es algo más y más trascedente que el reconocimiento legal de uniones que siempre existieron, y más importante que cualquier episodio pecaminoso protagonizado por algunos curas de Boston o de la católica Austria.

Y no es en Boston ni Austria, sino en las comarcas valencianas del Norte, donde continúa y persiste el rumor bronco en torno al cabeza de fila de los conservadores provinciales y provincianistas. Un rumor envuelto en números que son cantidades en la Hacienda pública -¿Hacienda somos todos?-, un runruneo que por largo y alargado origina también sopor. Es una especie de modorra morbosa que provoca reacciones mentales moralmente insanas e incívicas: si no pagan los que tienen, ¿por qué diablos ha de pagar y declarar hasta la última factura mi vecino el fontanero?

No son, pues, las altas temperaturas del verano seco que nos va a acompañar las culpables de la modorra. Es la persistencia, todos los días, de voces y runruneos, declaraciones y actuaciones, que parecen no tiener fin. Que aburren sin límite, precisamente porque no tienen fin.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_