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Reportaje:

El paisaje de la sequía

Ni incolora, ni inodora, ni insípida. Con disputa política por medio, que la convierte en arma arrojadiza, el agua baja turbia, huele mal y tiene sabor amargo. Y para colmo, la sequía brutal. Una sequía que pone más que nunca en evidencia que es un bien escaso que hay que compartir y con paradojas como que en Almería, provincia seca por excelencia, es casi donde menos hace falta.

Son ya demasiados meses con nubes empeñadas en no romperse, por mucho que se saque a los santos en procesión. Queda por delante un largo y tórrido verano, con las zonas de playa a tope de consumo y los campos quemados por el sol. El agua embalsada está bajo mínimos y se teme que el año hidrológico, el más tacaño de los 60 últimos, sea el preludio de una sequía que podría durar un lustro. Por eso es ahora cuando se ponen en evidencia errores del pasado, se lamenta la falta de previsión, de eficiencia y de cultura del ahorro, y estallan las contradicciones entre dos modelos de gestión del agua que los partidos mayoritarios se tiran a la cabeza, sobre todo a cuenta de la derogación del trasvase del Ebro, paradigma del enfrentamiento.

El agua embalsada está bajo mínimos, y se teme que el año hidrológico, el más tacaño de los últimos 60, sea el preludio de una sequía de varios años
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El agua ha sido motivo de muchas guerras a lo largo de los siglos, y no sería de extrañar que provocase en el que corre más que el petróleo. Sin llegar a tanto, en España, donde las tensiones centrífugas marcan buena parte de la agenda política, somete a una seria prueba, bajo la bandera de "el agua es mía", un concepto clave para la cohesión del Estado: la solidaridad interterritorial.

Este reportaje es resultado de un recorrido por el paisaje de la sequía, por zonas que soportan el azote de forma muy diversa, desde los cultivos de secano de Castilla-La Mancha hasta los de invernadero de Almería, los hortícolas o frutales de Murcia y los pastos para el ganado en Lleida.

Desde Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), hermosa villa manchega de casonas con escudos centenarios, que estudios recientes quieren identificar como el lugar de La Mancha del que Cervantes no quería acordarse al comienzo del Quijote, Ambrosio García, de 41 años, con dos hijos de tres y un año, gestiona en la comarca del Campo de Montiel un patrimonio de 20 hectáreas de olivar (2.000 árboles), 800 parras de regadío de excelente uva tempranillo y 400 hectáreas de cereales y leguminosas.

De nueve hermanos, él es el único que siguió la tradición familiar agrícola, y eso hace tan sólo dos años, tras estudiar derecho en Madrid y meterse en varios negocios. Lleva tierras propias y de familiares, ha invertido 120.000 euros en maquinaria y no tiene otra ayuda permanente que la de un guarda. Lástima que, tan al principio de su cambio de vida, la maldita sequía se haya llevado por delante el 90% de la cosecha de cereal. En algunas parcelas, ni siquiera han brotado los tallos de trigo o cebada; en otras, apenas si levantan un par de palmos. Las raquíticas espigas dan grima. Las va a segar, pero sólo porque tiene máquina. Si tuviera que alquilarla, sería tirar el dinero.

Ayudas europeas

Las ayudas europeas (94,50 euros por hectárea de cereal y 181 para leguminosas) desaparecerán pronto y, en cualquier caso, "no permiten siquiera cubrir gastos, apenas si bastan para pagar la simiente y el tractor". Para colmo, el hielo había herido ya gravemente buena parte de los olivos, a los que ha tenido que cortar por la cruz y que tardarán en regenerarse. Menos mal que tiene agua en la viña, la niña de sus ojos, largas hileras de parras espléndidas, con los racimos ya formados, que confía que no le van a traicionar. Aun así, "si no fuera la caza...". Porque la caza menor (perdiz, conejo y liebre) no da para vivir, pero es negocio seguro y da buenos dividendos.

La diversificación y el modesto sueldo que aporta su mujer, auxiliar de farmacia, permiten que Ambrosio García no piense en arrojar la toalla, aunque sí le hace aparcar, hasta que lleguen tiempos mejores, un proyecto de casa rural, con alojamiento para cazadores, granja infantil y caballos.

Quien no lo tiene tan claro es Adela Rebuelta, que pronostica que la sequía, la próxima desaparición de las ayudas europeas y la escasa atención del Estado a la agricultura y la ganadería, gobierne quien gobierne, terminarán por llenar el campo de hierbajos que el sol hará arder como una tea hasta que el fuego llegue a Madrid y queme los pies a los políticos.

Rebuelta, de 48 años, administra el patrimonio familiar: 300 hectáreas de cereal que se han ido al cuerno, 30 de viñedos por cuyo fruto teme ante la caída en picado del agua de los veneros, y 10.000 olivos, en antigua tierra de viña reconvertida con ayuda oficial, de los que ha tenido que cortar a ras de suelo 6.300. Se los llevó el hielo: hasta 20 grados bajo cero en enero. Tardarán, y eso si llueve, más de ocho años en volver a dar aceituna.

A Rebuelta, enóloga, le gusta el campo, y en su momento, hace 14 años, no le importó dedicarse a él. Tiene un hermano abogado, otro arquitecto, otro ingeniero y dos economistas. Lo dejan todo en sus manos, y en el otoño, cuando se abre la veda, llegan con sus escopetas a pegar tiros. A ella le toca la parte más ingrata, bregar con una catástrofe que considera más terrible que la del Prestige o el Carmel, "sólo que en esos casos el Gobierno echa mano de chequera, y asunto resuelto". En su opinión, "se está matando al campo, la forma de vida de toda la gente que vive a sus expensas, desde agricultores hasta tractoristas y comerciantes. De seguir así las cosas, esos obreros tendrán que irse a las grandes ciudades a trabajar en la construcción y dejarán tras de sí un desierto, mientras que compraremos la harina a los australianos, y el cordero, a los neozelandeses".

Tanto José Vicente Fernández de Sevilla, tesorero de la cooperativa de La Antigua (2.000 propietarios de viña y olivar de 11 municipios) y portavoz sectorial del aceite de la Unión de Cooperativas Agrarias de Castilla-La Mancha, como Pedro Plaza, del comité provincial de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA), tienen muy claro que, en una emergencia como la de esta grave sequía, no cabe otra solución que las ayudas directas, a fondo perdido, sobre todo para el olivar, el sector más amenazado por el efecto combinado de heladas y sequía. Los créditos, por blandos que sean, no van a salvar el campo manchego. Su temor es que en el viñedo que supone el 70% del cultivo, es decir, el de suelo, de secano, ya de por sí con productividad muy inferior al alto, que es de regadío, la vendimia baje este año un 50% en el Campo de Montiel.

Las cuentas para el olivar son más dramáticas: de 48.000 hectáreas, unas 10.000 están muy dañadas por el frío y exigen el corte por la base o por la cruz, mientras que otras 10.000 precisan una poda severa y difícilmente producirán este año. En el resto hay flor, algo de cuaja, y para salvar los trastos haría falta que cayeran al menos 40 o 50 litros en un periodo de cinco o seis días. Y que no granice. Mal panorama, pero que no afectará al proceso en marcha para crear una denominación de origen específica del aceite del Campo de Montiel.

El temor de Fernández de Sevilla y de Plaza es que la sequía (apenas si ha caído la mitad de agua que en un año hidrológico normal) acelere el abandono del campo por unos agricultores cuya media de edad supera los 50 años, que están aburridos de pasarse el día mirando al cielo. "Y aquí", recuerda el segundo, "todo depende del campo. Si los viejos se retiran y los jóvenes no toman el relevo, ¿de qué van a vivir estos pueblos?".

El panorama es muy diferente en Almería, una provincia con fama de ser la más seca de España y en la que, tal vez porque eso no es del todo falso, se ha aprendido a vivir del agua que está debajo de la tierra, y no de la que cae de arriba. En el Poniente, en la zona de invernaderos que tiene a El Ejido como paradigma, existe un acuífero subterráneo que, por benéfico designio de la morfología del terreno, lleva hasta allí el agua de Sierra Nevada. Hay ya precedentes que demuestran que ese río invisible puede aguantar sin agotarse varios años de sequía.

Frutas y verduras

Rafael Losilla, director de la revista quincenal FyH (Frutas y Hortalizas), explica que ahí, y en el buen uso del agua para cultivos, radica el milagro de que en la campaña 2004-2005 se hayan recogido en Almería 2,3 millones de toneladas de tomates, pimientos, pepinos, sandías, melones y otros productos hortícolas, de un total en todo el país de 14 millones. "En realidad", añade, "más que la sequía, el problema, sobre todo en el Poniente, ha sido este año el temporal de frío, granizo y nieve de enero y febrero. Eso hizo bajar la producción, pero, paradójicamente, produjo una subida de ingresos que permitió batir el récord de 2.000 millones de euros de comercialización".

Andrés Lorca, profesor de Análisis Geográfico Nacional en la Universidad de Almería, incide también en la fortuna de que se disponga de los flujos subterráneos, pero recuerda que todavía existe un déficit hídrico entre oferta y demanda en torno a los 270 hectómetros cúbicos, que se debería combatir con imaginación, mediante un tratamiento integral del ciclo del agua, con un mayor desarrollo de procesos de reutilización, de forma que, por ejemplo, la de los sanitarios se emplease para riego tras ser depurada, sin olvidar técnicas de cultivo como la hidroponía (en altura), que ni siquiera necesitan tierra y que permiten recuperar el agua por el suelo. No obstante, advierte de que los avances tecnológicos están frenados a veces por carencias como la falta de calidad de red eléctrica, al no existir los suficientes transformadores. Lorca tiene depositadas muchas esperanzas en un proyecto de la ONU y la Unesco que, bajo la bandera de la sostenibilidad, ha declarado zona piloto para el estudio de la gestión integrada de aguas en zonas costeras la franja comprendida entre Almería y Pulpí, en el límite oriental de la provincia.

El benéfico acuífero del Poniente no llega hasta los cercanos campos de invernaderos de Níjar, que tienen uno propio que procede de la cercana sierra de Alhamilla. Un agua mala, muy salina, de escaso rendimiento, pero que puede producir tomates espléndidos y muy caros, como los raf, toda una maravilla de sabor. Juan Manuel Morillas, presidente de una de las comunidades de regantes de la zona, la de los Morenos, explica que sólo tres de los 15 pozos de los que disponen funcionan aceptablemente. El agua del resto o es escasa o no sirve. Pero con eso, y con la lluvia, se va tirando, aunque este año, con la sequía, las balsas están casi vacías.

Desaladoras

La situación no es desesperada, pero pone de manifiesto que hace falta un suministro de agua garantizado y de mejor calidad. Ya está claro de dónde se va a traer: de la cercana planta desaladora de Carboneras, que producirá 42 hectómetros cúbicos al año (con capacidad para una ampliación que la duplicaría), de los que 24,5 se destinarán a los invernaderos de Níjar. Será un agua cara, con un alto coste adicional por las conducciones necesarias, pero segura y de alta calidad, lo que permitirá diversificar los cultivos y aumentar la productividad. Tal vez por eso, Morillas, de 46 años, que lleva casi 20 dedicado a este negocio, tras pasar las de Caín en diversos oficios dentro y fuera de España, ve el futuro con optimismo, pese a que ahora mismo perderá dinero, por el hundimiento de precios, con los tomates que tiene plantados. "Por fin", dice, "los agricultores podemos dar una carrera a nuestros hijos".

El resto del agua que produzca la desaladora, la mayor de Europa, se destinará en principio al consumo humano de una zona (en la que destaca el triángulo Mojácar-Vera-Garrucha) con problemas crónicos de suministro debido a un desarrollo urbanístico descabellado. Ahora mismo, y eso que aún no ha llegado el verano, el agua de la planta de Carboneras está ya dando de beber a Mojácar, que tiene sed por culpa de la sequía, aunque la extensión futura del suministro a buena parte del levante almeriense dependerá de la mejora de las redes de canalización.

Cerca de la frontera con Murcia, en la comarca del Almanzora, el pantano de Cuevas, que apenas si está al 1% de su capacidad, ofrece un aspecto fantasmal, con una palmera que emerge de la poca agua que conserva tras 15 años sin llover y con las plantas del fondo cubiertas de fango seco. Si dependiera de él, habría que dar ya por perdidas las 4.800 hectáreas de lechugas, tomates, cítricos y sandías que cultivan los 1.800 socios del Sindicato de Riegos de Cuevas del Almanzora. Su presidente, José Navarro, explica que tampoco el único acuífero de que disponen sirve de mucho, al ser excesivamente salino. Así las cosas, las fuentes de suministro que quedan son el trasvase del río Negretín, el del Tajo-Segura y (menos mal que hay algo que no se ve afectado por la sequía) la desaladora de Palomares. Navarro no tiene nada contra los trasvases, que proporcionan un agua barata, pero no deja de reconocer que, con una desaladora "tienes tú la llave y no dependes de nadie". Y echa las cuentas: "Necesitamos 12 hectómetros cúbicos. Del Tajo nos pueden llegar 4 o 5; del Negretín, 2, y de la desaladora, otros 4 o 5, eso sí, garantizados. Por eso digo que prefiero dos trasvases y una desaladora que tres trasvases. Ahora mismo tenemos agua del Tajo hasta finales de agosto. Si luego no nos dan más, el problema será muy serio, habrá que cultivar menos y sacar agua de los pozos para mezclarla y poder seguir regando, aunque sea con menos rendimiento". Total, que las lechugas se pueden poner por las nubes. Ojalá que, desde allí, peguen un empujón al agua.

Y pasamos a Murcia, epicentro del debate sobre el Plan Hidrológico, campo de batalla entre PSOE y PP, tras derogar el actual Gobierno socialista el proyecto de trasvase del Ebro. La ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, va por allá cada dos por tres para tranquilizar a los agricultores e intentar convencerles de que Madrid no va a dejarles solos frente a la sequía, aunque en Castilla-La Mancha están ya que trinan porque dicen que ellos también necesitan el agua y que no están dispuestos a soltar ni un litro que no sea para beber.

El agua del Tajo

A Francisco del Amor, presidente del Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura, no le salen las cuentas. Hasta ahora han llegado 190 hectómetros cúbicos para el riego de las casi 150.000 hectáreas del agua del trasvase (entre nuevos regadíos y redotaciones), menos de la mitad de los 400 que deberían llegar en un año normal. Los embalses de cabecera del Tajo (Entrepeñas y Buendía) están tan bajos que la decisión de enviar nuevos caudales queda ya en manos del Consejo de Ministros, que tratará del asunto el 1 de julio y que, con suerte, aprobará como máximo 69 hectómetros brutos, de los que sólo unos 25 limpios serían para riego. Una propina, en opinión de los regantes. La sentencia de muerte, no ya para los productos hortícolas, sino incluso para los de árbol. "Por ejemplo", señala Del Amor, "la cosecha de cítricos de la temporada 2004-2005 ya está recogida y ha sido aceptable, pero la siguiente está en cuaje y necesita agua como mínimo hasta febrero, pero a finales de junio ya no tendremos ni una gota del trasvase". Para salvar los árboles, dice Del Amor, "necesitamos un mínimo de 100 hectómetros cúbicos adicionales. Eso es lo que pedimos, y vamos a presentar al Gobierno un informe que demuestra que no es pedir por pedir. Aun así, si no llueve, la producción hortícola seguiría condenada. La pérdida económica sería terrible, pero al menos se podría dejar la tierra en barbecho. Si las heladas ya dispararon los precios, imagínese lo que puede ocurrir con la sequía". Pasada la emergencia, y para paliar crisis futuras, los regantes tienen pedida una desaladora, a construir en Torrevieja (Alicante), capaz de producir 60 hectómetros cúbicos, "pero como algo adicional al trasvase, no como permuta con agua del Tajo".

Manuel Aldeguer, comisario de Aguas de la Confederación Hidrográfica del Segura (incluye Murcia, el sur de Alicante y zonas de Almería, Albacete y Granada), es el encargado sobre el terreno del precioso y escaso líquido del trasvase. Según asegura, la actual sequía es un pico muy acusado de una sequía estructural progresiva, que arrancó hace 25 años, con precipitaciones medias cada vez más bajas y un proceso de acumulación que no hace sino agravar el problema. "Por eso", añade, "es necesario desarrollar mecanismos de ahorro, reciclado y eficiencia que limiten los consumos y construir nuevas desaladoras".

Ésta, desaladora, es la palabra clave. Casi siempre bajo demanda. En fase de petición, adjudicación o construcción hay ya un buen puñado que, dentro de dos o tres años, podrían suministrar más de 200 hectómetros cúbicos, suficientes para absorber el crecimiento urbanístico en la costa y echar una mano al riego.

El problema del agua en Murcia no se localiza sólo en la zona del trasvase, donde la modernización de cultivos está muy extendida. En la de la huerta tradicional, por ejemplo, se sigue regando "a manta", todo un derroche. Nada que ver con la comarca de Mula, donde, gracias en buena parte al esfuerzo de unos cuantos visionarios como Del Amor, hay casi 2.000 hectáreas de cítricos y otros frutales que se riegan y abonan automáticamente, desde un ordenador central. El agricultor puede quedarse en casa viendo la tele. Incluso hay un cajero del agua, del que se pueden retirar fondos. El domingo pasado, un grupo de saudíes estuvieron informándose del invento. Se quedaron pasmados.

Aspecto del fondo del pantano de Cuevas de Almanzora en el levante almeriense.
Aspecto del fondo del pantano de Cuevas de Almanzora en el levante almeriense.FRANCISCO BONILLA

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