Gallegos y ermuarras
La localidad vizcaína es desde hace más de medio siglo sinónimo de la emigración procedente de Galicia
La Hoja del Lunes publicaba el 12 de septiembre de 1977 un estudio que recordaba a los vizcaínos los problemas de Ermua, convertida en uno de los mayores desastres urbanísticos y demográficos de España. Entre 1960 y 1977, la localidad pasó de 3.000 a 20.000 habitantes (hoy suma unos 16.000). Sólo entre 1960 y 1965 había registrado el mayor crecimiento de población de todo el país: un 230%. Le seguía Portugalete, con un 50% de aumento.
Esas cifras venían a decir que en Ermua sólo se podía dormir, no vivir, y que sus 6,49 kilómetros cuadrados concentraban una variadísima población en la que menos del 7% de los cabezas de familia había nacido allí. La colectividad emigrante más amplia era, y es, la gallega. También la más próspera y la mejor integrada.
Entre los años 1960 y 1977, Ermua pasó de tener 3.000 habitantes a 20.000
Buena muestra de ello es José Bouzo, un jubilado que lleva casi 60 de sus 74 años en Ermua. Casado con una vasca "de caserío", dice "defenderse bien" en euskera porque cuando llegó, a fines de los cuarenta, en el taller le dijeron que tenía que aprender. Nadie le obligó a hacerlo, pero el aprendizaje le vino bien pues, en la familia de su mujer, "salvo el suegro no sabían casi castellano".
Bouzo llegó cuando Ermua apenas tenía 1.500 habitantes, emigrantes gallegos y extremeños en su mayoría, que vivían en condiciones infrahumanas. Cuenta que, en pensiones y hospedajes, la gente dormía en los pasillos o en habitaciones de cuatro camas "en cada una de las cuáles dormían dos desconocidos". Él mismo conoció en 1947 casos extremos, como el de una matrona eibarresa que tuvo que asistir a un parto "pasando por encima de personas en los pasillos y sacando a la gente que dormía en la habitación de la parturienta".
Félix Prol, obrero metalúrgico y concejal socialista en la localidad, recuerda el caso de tres familias que en 1968 se metieron en un piso pequeño "con cuatro o cinco hijos cada una". Prol atribuye aquellos hacinamientos "en pisos obreros de 60 metros" a los precios de unas viviendas que en Eibar, a mediados de los sesenta, "costaban 200.000 pesetas y en Ermua la mitad". Eran pisos que se pagaban "metiendo muchas horas extraordinarias y sin créditos".
Entre la colectividad gallega de Ermua es díficil hallar a alguien que se sienta o haya sido discriminado por su origen. Antonio Cid es hijo de emigrantes de Maceda (Ourense) y lleva en Euskadi desde 1970. Conoce bien a sus vecinos, sobre todo a los jóvenes, ya que es entrenador de atletismo y descubridor de talentos en salto de altura. Cid apunta que hace 30 años todos estaban "en el mismo ambiente" y que la única discriminación era la de quienes se separaban ellos mismos. Según él, también había que distinguir entre "el gallego que venía a ganar dinero y volverse a su tierra y el que venía con la familia para quedarse" porque ello determinaba la integración en la sociedad ermuarra de unos y otros.
Una de las actividades que mejor posibilitó la inserción del colectivo gallego fue el deporte. Ermua fue cuna de pelotaris, palistas y cestapuntistas como Ignacio Onaindía, Féliz Izaguirre o Alex Solozabal, circunstancia que atrajo a algunos gallegos. Otros hicieron sus pinitos en el deporte rural y destacaron, como Jesús María Pato. Nacido en Ermua, hijo de orensanos que "emigraron de ida y vuelta nueve años a Galicia", comenzó trabajando en la construcción y se aficionó al levantamiento de piedras.
Su altura, corpulencia y fuerza impresionaron al harrijasotzaile José Antonio Gisasola, Zelai, campeón de Euskadi, quien se llevó a su caserío en Mallabia a Pato, que, entre entrenamientos y exhibiciones, marcó registros no alcanzados por levantadores tan conocidos como Perurena o Goenatxo. "Con 50 años nadie ha conseguido mis récords, reconocidos por la federación", dice con orgullo lanzando en el aire un reto a otros levantadores que todavía no han superado como él los 50 años.
A pesar de que la crisis industrial detuvo la emigración gallega a Euskadi, a Ermua todavía siguen llegando orensanos, contados, para trabajar en empresas de construcción de paisanos suyos. A diferencia de otras colectividades gallegas, no tienen el Centro Gallego como su principal punto de reunión o de búsqueda de influencias. Un cliente habitual de este centro en Ermua revela que allí acuden "más castellanos o vascos que gallegos". Es un ejemplo más de cómo desde el desastre urbanístico y demográfico se ha llegado a asentar un modelo de convivencia e integración modélico en Euskadi.
Un próspero barrio de Ourense
La emigración en la mayoría de los municipios de Ourense se dirige a determinados puntos de España y América donde se han hecho auténticas fortunas.
Si hablamos de municipios como Avión, Beade o Beariz, la mayoría de sus emigrantes viven en México y Panamá, donde algunos han acumulado inmensos patrimonios de los que hoy son testigos los grandes chalés y pequeñas mansiones que hay en los pueblos mencionados. Sólo Avión, con 4.456 habitantes, cuenta con ocho sucursales bancarias. Más de la mitad de su población empadronada reside fuera (principalmente en México), un caso único en España que sólo tiene parangón con el municipio canario de Vallehermoso (La Gomera), en el que la mitad de los vecinos empadronados viven en Venezuela.
Municipios del partido judicial de Allariz y otros del centro y sur de la provincia registran casos parecidos, aunque menores en términos de migración y acumulación de capitales. Los orensanos de allí que emigraron lo hicieron mayoritariamente a Ermua, único municipio no capital de fuera de Galicia que cuenta, desde los años 50, con varias líneas de autobús que enlazan directamente con una capital gallega.
Durante 40 años, la localidad vizcaína recibió un aluvión permanente de orensanos, que hace dos décadas suponían más del 40% de la población ermuarra. Era, además, una mano de obra que llegaba especializada. De hecho, el 90% de los fontaneros, contratistas, albañiles y electricistas que residen en Ermua han nacido en Galicia o son descendientes de gallegos. Buena parte de ellos trabajaban en Ourense como canteros y cuando emigraban a Euskadi buscaban empleo en el sector de la construcción, durante décadas uno de los más pujantes de la economía vasca y en el que se podía ganar más dinero que en la industria armera de Eibar.
Todos los que habían sido canteros sabían algo de encofrado y albañilería. Después de años de ahorro y de esfuerzo, hay numerosos ejemplos de gallegos que han hecho dinero en Ermua con la construcción y que mantienen sus negocios en Euskadi sin olvidar su tierra, donde han comprado fincas o se han construido chalés. Se trata de una emigración que ha enriquecido a las personas y, en parte, también a sus pueblos de origen, en los que todavía son escasos los servicios públicos y deficientes las infraestructuras.
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