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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Las víctimas y el olvido

Jean Améry, superviviente del genocidio nazi, escribió en su magnífico libro Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia que todo perdón y olvido forzados mediante presión social son inmorales. Es un libro desgarrador, de una gran sinceridad, que explica como nadie el dolor de una víctima, su imposibilidad de olvido que posiblemente le llevó al suicidio en 1978.

Jorge Semprún necesitó casi 50 años para recordar sus vivencias en el campo de concentración de Buchenwald y poder seguir viviendo. Así escribió: "La vida todavía era vivible. Bastaba con olvidar, con decirlo firme, brutalmente. La elección era sencilla: la escritura o la vida".

Los pueblos tienen la obligación moral de recordar sus atrocidades para no repetirlas, pero las víctimas tienen derecho al olvido. Por ello me parece indignante que a Ortega Lara le hayan obligado a recordar en aras de unos presuntos derechos de los verdugos o del inhumano funcionamiento de la justicia.

En 1985, la Asamblea General de la ONU, en su resolución 40/34, especificó que las víctimas deben ser tratadas con compasión y en el respeto a su dignidad, así como la necesidad de mejorar el aparato judicial y administrativo para poder tener en cuenta sus necesidades.

Han pasado 20 años y se sigue siendo insensible al dolor de las víctimas. Ortega Lara, tras casi dos años de sufrir una tortura comparable a la padecida por las víctimas del holocausto, se merece y tiene derecho a que le permitamos rehacer su vida, a pasar página si ello le es posible y no podemos provocarle una victimización secundaria con un posible agravamiento de sus secuelas. No hay ningún fin, ni siquiera el de la justicia, que justifique el perjuicio de la víctima.

Según los expertos en víctimas, se tarda alrededor de un año en recuperarse de una confrontación en un juicio con los presuntos verdugos; por ello hay que evitar sufrimientos innecesarios como el ocurrido el mes pasado a unas niñas víctimas de agresión sexual (El PAÍS, 13 de mayo 2005), las cuales, a pesar de haber declarado ante otro juzgado dos años antes, a pesar de haber sido grabadas en video con todas las garantías judiciales para evitar nuevas comparecencias, a pesar de la opinión de la fiscalía, de los informes psicológicos y de la norma básica internacionalmente aceptada de que en caso de un posible abuso sexual los niños no tengan que cruzar su mirada con la del agresor, un juez ha decidido que revivan de nuevo todo su horror.

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En mi opinión, un país del que uno pueda sentirse orgulloso, debería tener un sistema judicial independiente, justo y protector en primer lugar de los derechos de las víctimas, de los desprotegidos y de los indefensos, pero para ello todavía quedan muchas deficiencias que corregir y una de ellas es la insensibilidad e inhumanidad con la que se trata a las víctimas, a pesar de que todos podemos acabar siéndolo.

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