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Entrevista:AURORA BOSCH | Historiadora | Apuntes

"Kerry pagó por la lucha de los derechos civiles de los años 60"

Ignacio Zafra

La historiadora Aurora Bosch (Valencia, 1954) pasó el curso 1989-1990 en la Universidad de Berkeley, California. Llegó con la intención de estudiar comparadamente la II República y la década de los años 30 en España, y el New Deal, el pacto social impulsado por el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt. Al poco de aterrizar, sin embargo, constató dos cosas: "Que sabía muy poco de Estados Unidos, y por tanto no podía hacerlo"; y que se trataba "de sociedades difícilmente comparables" debido a sus distintos niveles de "desarrollo político, social, posición en el mundo, etcétera".

Quince años después de aquella estancia, la década de los años 30 en los dos países puede seguir siendo difícilmente comparable, pero la profesora de la Universitat de València sabe mucho más del país norteamericano que cuando lo dejó. Bosch acaba de publicar Historia de Estados Unidos 1776-1945 (Editorial Crítica), un volumen tutorizado por el historiador Josep Fontana.

Los varones blancos de EE UU lograron el voto en 1830, algo impensable en Europa
"En España no se valoró suficientemente lo que significaron los atentados del 11-S"

El libro, antes de tomar su propio camino, pretendía profundizar en el radicalismo en EE UU, "una tradición muy compleja, muy desconocida para la historiografía española y no suficientemente expresada en las síntesis que se hacen sobre la historia" del país.

La obra puede considerarse un manual, sin dejar de resultar interesante para los no especialistas. Bosch responde a los planteamientos antiamericanos, robustecidos tras la última guerra de Irak, que su objetivo es "poner Historia donde hay prejuicios".

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En la entrevista, realizada en su casa, Bosch acepta que algunas acciones del país más poderoso del planeta puedan considerarse "dañinas para el equilibrio del mundo". Y que esas mismas críticas se han vertido sobre otros imperios. Pero considera cómodas muchas de las críticas que se lanzan desde Europa: "No se quiere que Estados Unidos actúe", y a la vez se recurre a él para que resuelva las crisis. "Por ser más clara: La guerra de Bosnia estuvo ahí delante durante años" y Europa fue incapaz de darle una respuesta.

Bosch considera también que la Unión Europea, "si es que todavía existe la Unión Europea", debería plantearse seriamente si está dispuesta a dotarse de una estructura militar suficiente para intervenir en crisis internacionales.

Aunque todo esto formará parte, en todo caso, de un segundo volumen sobre EE UU, la historiadora recuerda que debe diferenciarse entre el Gobierno y la sociedad norteamericana, y que las diferencias entre las administraciones pueden ser notables.

La reelección de George W. Bush, por quien Bosch no manifiesta una especial simpatía, no fue respaldada por una "abrumadora mayoría" de ciudadanos, si se observa el porcentaje de votos. Y, en cualquier caso, opina que en España y en Europa "no se valoró bien lo que significó el 11 de septiembre", y otros factores que la explican.

Los ataques provocaron una "enorme conmoción" en la sociedad, y llevaron a la población de EE UU a otorgarle a la política internacional una importancia desconocida desde hacía décadas.

El segundo factor es que las elecciones se celebraron en el marco de la ocupación de Irak. Una ocupación costosa en número de vidas estadounidenses, que para muchos ciudadanos se identifica con una guerra. Y en tiempos de guerra, la tendencia natural es agruparse en torno al líder.

Muy conectado con ello está el último factor con el que Bosch explicar la victoria republicano: "[John] Kerry no era un buen candidato". Cualidades personales aparte, Bosch opina que el dirigente demócrata arrastraba una losa de la que no es directamente responsable: La crisis estructural de su partido.

Una crisis que la historiadora emparenta con "la resaca de la lucha por los derechos civiles de los años 60". Algunos de los movimientos que en aquella época lograron fuertes avances en terrenos como la discriminación racial acabaron integrándose en el Partido Demócrata. La formación, asegura Bosch, no ha acabado de digerir esas incorporaciones. Frente a esa inconsistencia, se alzaría la implacable maquinaria del Partido Republicano.

El libro de Aurora Bosch contiene algunas claves para entender este proceso. El Partido Demócrata, fundado en 1826, mantuvo durante décadas un equilibrio que hoy puede sonar imposible: Recaudaba al mismo tiempo los votos de irlandeses recién llegados y empleados en las fábricas industriales del noroeste; los de los pequeños propietarios agrarios del oeste; los de comunidades minoritarias, como la judía; los de los blancos pobres del sur y los de los plantadores proesclavistas de esos estados.

Después de haber gobernado por mucho tiempo los estados más racistas del sur, cuya población blanca, una vez eliminado el sufragio afroamericano por la vía de los impedimentos administrativos, se resistía a votar al Partido Republicano fundado por Lincoln, abanderado de la lucha contra la esclavitud, el Partido Demócrata -que en otras zonas y desde el Gobierno federal había ofrecido los mayores ejemplos de progresismo en EE UU- asumió las luchas por los derechos civiles en los 60.

Aquel apoyo, defiende Bosch, le enajenó gran parte del voto de los "blancos pobres", al cundir la percepción de que los demócratas desviaban las ayudas sociales hacia las minorías. Y "los dueños de los comercios de la calle mayor, main street", habrían acabado convenciéndose de que también el Demócrata era un "partido de los poderosos", a la vista del cariño que le demostraban, por ejemplo, los popes de la Nueva Economía.

Esto explicaría que desde Jimmy Carter, en los años 70, la única presidencia demócrata haya sido la de Bill Clinton, un político sureño que Bosch define como "muy centrado".

¿Por qué no surgieron en EE UU sindicatos de masas, y de ellos partidos socialdemócratas o laboristas como en el resto del mundo occidental? La respuesta es compleja. Las condiciones se daban, probablemente "antes y mejor" que en Europa. Un factor, "no decisivo" pero sí muy documentado, para que no ocurriera, fue la reacción de la patronal, "rápida y muy organizada".

Más importante resulta para Bosch la propia tradición progresista de Estados Unidos, que se remonta a la Declaración de Independencia. Desde 1830 todos los varones blancos tenían derecho al voto. Algo que no ocurriría hasta mucho más tarde en Europa, donde la socialdemocracia cosechó su éxito al unir a sus reivindicaciones por los derechos de los trabajadores la de la extensión de la ciudadanía.

Y está la tradición individualista, heredera del liberalismo revolucionario, que lleva a desconfiar, incluso a la izquierda, "de los estatalismos" excesivos. Y "la realidad y el mito" de la tierra de las oportunidades, en la que hasta 1890 hubo terrenos disponibles, y donde un inmigrante pobre podía hacer una fortuna trabajando. Nada que ver con el "pesimismo europeo", donde un trabajador fabril pensaba, "seguramente con razón", que el futuro reservaba a sus hijos el mismo destino que a él.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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