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Ahora, Estatut

Sin mérito alguno en lo que me concierne, algunos gozamos de memoria y edad y saludamos con alborozo el acuerdo alcanzado entre los dos primeros partidos políticos valencianos respecto de la reforma estatutaria, que, no se olvide, es reforma constitucional. La prédica de tantos años, y en estas mismas columnas, con frecuencia desatendida o poco apreciada se ha abierto paso, como era de razón y dictaba la necesidad.

Sin olvidar que cualquier artilugio jurídico no es más que el trasunto de las exigencias sociales más o menos expresas, y en todo caso plasmación de aspiraciones y deseos de la colectividad. Incluso reparación de los desaguisados y desencuentros que la historia ha acumulado. Más aún, en todo caso instrumento para la convivencia, y para regular la convivencia con otras comunidades, de las vecinas a la estatal o supraestatal.

Instrumento, esto es capaz de abrir nuevas expectativas colectivas que para quienes nos situamos a la izquierda significan más libertad, más solidaridad interna y externa, y más igualdad para la ciudadanía. Reconozcamos que no era fácil, y admitamos que el iter del acuerdo tampoco va a serlo. En primer lugar porque el acuerdo constitucional de 1978 ha sido, y lo es todavía para algunos una especie de tabla mosaica, inviolable y eterna, cuando para otros fue tan sólo el punto de partida para nuevos desarrollos. Innecesario aclarar que me encuentro entre los segundos, y de manera pública y obstinada desde hace más de una década.

Que, además, en 1982, sin Milans ni Tejero, la autonomía valenciana naufragó en la segunda división, a diferencia de la andaluza, que se incorporó al pelotón de cabeza. Como me parece estúpido olvidar al presidente Albiñana o las disputas internas del PSPV en tránsito de Pastor a Lerma. O la omnipresencia de Guerra y Abril, y sus secuaces y sayones en la tierra. Los documentos están al alcance incluso en las hemerotecas, y profesionales hay que restablecerán los hechos. Ignorarlos, mera constatación histórica, no debe enturbiar oportunidad alguna de las que se deducen del texto del acuerdo estatutario. Por el contrario, como buena reflexión histórica, suscita la valoración más adecuada para el éxito posible del nuevo Estatuto. La maldición valenciana comienza a ser historia, y nuestra aportación un ejemplo del que algunos habrán de tomar buena nota.

Ignoro si será una vía valenciana, en el sentido que le diera Lluch, o una especie de Sonderweg, de camino aparte que nos singularice, apoye y confirme en el compromiso de una España plural, que lo es, al margen de las formas jurídicas, y que contribuya de modo eficiente a una nueva vecindad solidaria, cómoda y simpática para los pueblos que siguen siendo diversos y amigos. De natural optimista de la razón, me inclino por esta hipótesis que confío convertida en tesis compartida por la ciudadanía democrática.

Un instrumento jurídico de primer orden sin duda alguna. ¿Para qué?, pueden preguntarse con razón los ciudadanos. Para un mayor autogobierno, como primera respuesta. Autogobierno para la proximidad, que es exigencia. Para atender a la sostenibilidad territorial, amenazada por las garras permanentes de la especulación y la voracidad improductiva. Para atender a la solidaridad, la violencia, y la exclusión en nuestras ciudades y pueblos. Para garantizar el tejido productivo, desde la competencia cooperativa con nuestros vecinos territoriales. Para alumbrar nuevas actividades en las que se sumen conocimientos y habilidades, las nuevas tecnologías, las I+D+i, y la imaginación que no es tan propia. Para asegurar la supervivencia entre iguales de nuestras señas de identidad, de la lengua a los símbolos. En definitiva para ser lo que fuimos y queremos ser en el siglo recién estrenado.

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Generaciones enteras de ciudadanos se han estrellado contra el muro de la inmovilidad, algunos al alto precio del desprecio, del insulto, y siempre de la incomprensión. Me cuento entre ellos, si me lo permiten. Queríamos un país normal, en manos de la ciudadanía, y las herramientas para hacerlo posible. La mediocridad del pasado, y alguna circunstancia civil, lo impidió en plenitud. Hoy parece que alumbra un nuevo horizonte, y con las mismas convicciones de hace cuatro décadas, saludamos la oportunidad y felicitamos a las gentes capaces del entendimiento para objetivos colectivos. Ahora, sí, Estatut sin magnolíos. Y si, además de resolver nuestras cuestiones, o al menos sentar las bases para el progreso de nuestra sociedad de Morella a Elche y de Requena a Canet, contribuimos a la discusión común sobre el estado amable y común que llamamos España, mejor que mejor. Finalmente, si de todo ello se traduce una presencia más activa y decisiva en la construcción europea ahora que los pesimistas dicen no, mejor. Desde Valencia a Castellón y Alicante, recuperando la ambición de contribuir al progreso de un Mediterráneo estable, de prosperidad compartida y seguridad común.

Liderar la reforma no corresponde a los albaceas del pasado, si acaso alguno de ellos lo reivindica. Ni tampoco a la decrépita y erosionada herencia del largo paréntesis del PP y sus frágiles personajes. Viene una vez más de la mano de la izquierda, del liderazgo del PSPV.

Uno a veces puede experimentar con edad y memoria, la satisfacción de la pertenencia, comunitaria e identitaria sin duda alguna, y también de la organización política a que pertenece por convicción desde hace más de un cuarto de siglo. Ara, Estatut.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia.

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