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Columna
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Las víctimas y el continente

No es una anécdota inventada sino un viejo y famoso sucedido. En aquellos días hacía un tiempo de perros, tan malo que se había vuelto imposible cruzar por ningún medio el Canal de la Mancha; la prensa británica presentó entonces la situación con este titular: "El Continente está aislado". El recuerdo me lo ha traído a la cabeza la actitud que está manteniendo el Partido Popular, empeñado en presentar como el continente aislado a la mayoría parlamentaria que, hace unas semanas, aprobó la resolución que abre el camino para hablar con ETA cuando la organización terrorista haya abandonado las armas; lo que no es sinónimo de negociar con ETA el fin de la violencia. La precisión en el lenguaje -"dar a las cosas la dignidad de su propio nombre", que diría Natalie Golberg-, la justeza/ justicia verbal, que es siempre necesaria, se vuelve aquí y ahora dramáticamente imprescindible.

La reunión de cientos de miles de personas en una manifestación no modifica la condición de isla del PP en este asunto

Pero en este caso, como en el sucedido del comienzo de la columna, es el Partido Popular quien representa la insularidad, y quien está creando, además, la meteorología que le aísla del continente que forman el resto de los partidos políticos que votaron a favor de ese texto. La reunión de cientos de miles, incluso de un millón, de personas en una manifestación no altera ese mapa, no modifica la condición de isla del PP en este asunto. Pero esa multitud manifestándose visibiliza, puntea el trazado de una línea divisoria, de un canal de la Mancha, en la sociedad en general y en las víctimas del terrorismo en particular, que no habría que dejar que se abriera; que habría que conseguir que no se abriera por todos los medios de la persuasión, la serenidad y la confianza.

Corresponde en primer lugar al Gobierno impedir que esa división se materialice. Pero no sólo a él; también, directamente, al resto de los partidos que aprobaron la resolución. También a quienes, y es mi caso, se han sentido representados por ese voto parlamentario. Entiendo que es tarea de cada uno, a su nivel y en su sitio, favorecer el clima necesario para que la desaparición definitiva de ETA de nuestras vidas se haga sin sensación de agravio añadido, de incremento de dolor para quienes lo han conocido en grado sumo.

Yo no tengo la fórmula de ese clima, la receta final, pero puedo imaginar ingredientes imprescindibles: en primer lugar la escucha de las víctimas en su pluralidad y en su singularidad -"¿La noción de tragedia tiene sentido fuera del destino personal?", pregunta Milan Kundera en su último libro-. También la multiplicación de los signos de respeto y de las expresiones de reconocimiento -en la dimensión concreta, diariamente humana, y en la simbólica-. Y desde luego, la garantía de la memoria, la seguridad de que la condición y la experiencia de las víctimas: de los asesinados y de los marcados por esas muertes, de los heridos, atormentados, expropiados de tantos momentos de felicidad; la garantía de que todo eso no sólo no va a caer en la desconsideración del olvido, sino que va a permanecer activamente presente, con la luz encendida, como exigencia y referencia de principios convivenciales, en esa sociedad libre en la que estamos deseando vivir de una vez por todas. Desando tanto, deseando al punto de anticiparla y propiciarla con resoluciones como la aprobada el otro día por el Parlamento.

Yo creo que la dignidad la contiene el ser humano dentro de sí como en un compartimiento estanco, inexpugnable. O lo que es lo mismo, no creo que la dignidad se otorgue ni se arrebate desde fuera. En el exterior, lo que hace la dignidad es expresarse. En este delicado momento de nuestra historia colectiva no es la dignidad -que entiendo inatacable- de las víctimas lo que está en juego, sino una expresión digna para la política y la ciudadanía españolas: la búsqueda de la manera de estar a la altura de la memoria y de las circunstancias de futuro.

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No es tarea fácil y tampoco tengo la fórmula del éxito, pero creo en la eficacia, la coherencia y la trascendencia antiterroristas que supone el compromiso de no hacer, con esto, islas partidistas; de no cuartear el mismo continente.

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