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Reportaje:

Quibla, Gauguin, pináculo

Los futuros universitarios juzgan a los que les han examinado

Juan Cruz

Es posible que algunos de los profesores que ayer terminaron de examinar a los 6.689 alumnos que hicieron en la Universidad Autónoma de Madrid los exámenes para la selectividad desconozcan qué es quibla, e incluso que duden ante la palabra pináculo. Otros tendrán dificultades para decir los nombres de cuatro escultores contemporáneos, y alguno puede que confunda a Gauguin con Van Gogh. Pero a ellos no les va la vida futura en su capacidad para dar las respuestas adecuadas. Y de ellas (y de otras como éstas) depende que los examinandos hagan una carrera u otra en el futuro.

Pero, después de la incertidumbre, lo que muchos sintieron fue alivio y ganas de juerga. Un chico exclamó: "¡Empezó el verano!" La sensación que tenían es que no había sido para tanto. "La tele exagera mucho". Algunos habían tomado tila, previendo un estado de nervios que luego se relajó. "Después del primer examen ya todo se aclara, y la verdad es que no he sufrido".

El verano empieza para ellos ahora. Ayer el rectorado temía el botellón que sucede a este tipo de concentraciones juveniles, pero mientras estuvimos en aquel inicio de jolgorio de nuevos adultos tuvimos la sensación de que después de retozar en el césped todos tenían ya otro destino para la juerga.

Hubo padres, pero no muchos; los dejaban al inicio de los exámenes, y luego se iban a sus ocupaciones. Los chicos lo prefieren. Allí estaban aún los padres de Carlos, que llevaba una nota media de nueve y quería ser ingeniero aeronáutico. La madre, María del Mar, estaba nerviosa; el padre, Carlos, sabía que el chico las tenía todas consigo. En el aula de control de una de las sedes de los exámenes, los profesores y los administrativos hacían un resumen aproximado de la naturaleza de estas pruebas. José Manuel García de la Vega, de química, y Antonio Rey, de literatura, recordaban que en todo el mundo se hacen pruebas así, y en algunos países, como China, el porcentaje de aprobados no supera el 20%. ¿Blandura? En otros lugares son más duros. ¿Algo que haya mejorado? El anonimato. Ya es imposible el enchufe, dicen: una banda electrónica sustituye el nombre de los aspirantes. ¿Y no hay trampas? Imposible. Una chica (que iba con una matrícula de nota media) nos dijo que ella creía que las notas venían infladas del colegio. No fue el único. "Estoy segura de que hay profesores que cobran por eso". ¿Lo dirías en un juicio? No, dijo, arrugándose. Pero no lo retiró.

La animación era extraordinaria en los comentarios. Juntamos a un grupo de chicos. De entre todos los asuntos de los que habían sido examinados eligieron hablar de la Generación del 27. María Guerrero salió cabreada, "pude estar mejor", y resume lo que dijo de aquellos poetas: "Se humanizaron cuando llegaban las dificultades de la Guerra Civil". María no sabe qué va a estudiar, aunque luego va reflexionando y decide: "Sí, quizá Comunicación". Y después vuelve sobre sus pasos para declarar: "Di que he aprendido algo: que sabía más que lo que creía saber". Tomás Vázquez no quiere dejar de decir qué opinó del 27: "Estuvieron influidos por el surrealismo, por Góngora". Por encima de sus voces un chico anuncia: "Ahora vamos a emborracharnos". Alguien le dice que se calle.

Entre estos que nos rodean hay algunos que aseguran que ha sido fácil copiarse. "En algunas ocasiones se ha quedado con nosotros sólo un profesor, y ha sido posible cantar los temas a otros compañeros". Para otros, los profesores "son bordes y fríos"; aunque los profesores con los que hablamos se sintieron muy satisfechos del nivel de solidaridad que sienten con respecto a los que se examinan... ¿Y ustedes hubieran aprobado? "Hombre, claro, son exámenes muy elementales". Carlos Alberto París, que también se examinó, vino hasta nosotros para que constara esta protesta: "No deberían dejar tan poco espacio entre examen y examen. ¡Es una burrada hacer dos exámenes en tres horas!". "Lo que tenemos que hacer es no ponernos nerviosos, ¡y a veces nos quieren poner nerviosos", dice Leticia de la Vega, que añade: "¡En el examen de biología cambiaron una pregunta cuando ya se estaba haciendo la prueba!". Tomás Vázquez es implacable: "Este examen no sirve de nada. Los colegios privados influyen en las notas". A él también le preguntamos si lo sostendría en un juicio. "No creo". Y María Guerrero vuelve a la carga: "Los de los colegios privados sabían que les iba a tocar Platón. ¡Un pálpito, dicen!".

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Ahora, a Tomás le gustó mucho la universidad. "Ahora, a rodar por el césped". Sergio Olivan venía agitado. "Demasiada presión, si buscaran la media del bachillerato ya tendrían la nota con la que llegaríamos a la universidad...". Paloma Calle, vicerrectora de Estudiantes de la Autónoma, que presidió los exámenes, le trató de informar: "Gracias a estos exámenes se homogeniza la nota..." "Sí, pero si no tenemos tiempo ni de terminar el temario cuando aún estamos en bachillerato..." Él va a intentar Odontología, una carrera de acceso difícil, como todas las que tienen que ver con la salud... Aroa Requena (en Colmenar, le dicen, hay muchas chicas que se llaman Aroa) resume lo que sintió al principio y lo que sintió al final de estas pruebas: "Primero tila, y después, que no es para tanto. La tele exagera mucho". José Bravo, profesor de biología, que ha acompañado a uno de los colegios, resume lo que algunos de sus colegas sienten que se puede hacer con la selectividad: "Hacer las pruebas en las escuelas o facultades donde los chicos quieren estudiar. ¿De qué que vale que le pregunten de biología a uno que va a hacer literatura?".

Paloma Calle, la presidenta de la selectividad en la Autónoma, le escuchaba pensando quizá en su propio examen, en 1979. Sacó un 7,2, en las mismas aulas; ahora es química, y ayer no le hubiera importado ser de los que retozaban en el césped de la universidad donde pasa su vida.

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