La soledad del PP
El que se queda solo pierde. Esta es una de las reglas no escrita de nuestro sistema político. Incluso cuando un partido llega a tener la mayoría absoluta parlamentaria, si se queda solo, pierde. Un poco más pronto o un poco más tarde, pero pierde. No ha habido desde las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 ni una sola ocasión en que la mayoría parlamentaria haya sido mayoría social. Ni siquiera en 1982, cuando el PSOE alcanzó los 202 escaños, llegó a aproximarse a la mayoría social. No obtuvo ni siquiera la mayoría absoluta de los votos válidamente emitidos, ya que únicamente alcanzó el 48% de los mismos. Pero si ese 48% se calcula sobre el censo electoral, en el que hay que incluir el casi 25% de abstenciones de aquella consulta, la distancia entre la mayoría parlamentaria y la mayoría social se hace todavía mayor. Y ese fue el momento en el que la mayoría parlamentaria más se aproximó a la mayoría social. En todas las demás elecciones la distancia ha sido mayor.
La dirección de cualquier partido de gobierno tiene que saber que siempre son más los que no la han votado que los que le han dado su confianza. Y el reconocimiento de esta realidad tiene que ser una pieza clave en la acción de gobierno. Una política que no sea aceptada más allá del círculo de quienes han convertido a un partido en Gobierno de la nación, está condenada al fracaso.
Pero lo que vale para el partido de gobierno que gobierna, vale todavía más para el partido de gobierno que está en la oposición. La necesidad de dirigirse a quienes no le han votado es mucho más perentoria para quien está en la oposición que para quien está en el Gobierno. La soledad en el Gobierno es mala, pero la soledad en la oposición es mucho peor. La soledad en el Gobierno es un indicador de que la posición del partido que lo ocupa es frágil. Pero la soledad en la oposición es una certificación de permanecer en la misma de manera indefinida. Ningún partido que esté en la oposición puede aspirar a llegar al Gobierno si no es capaz de tejer una red de complicidades con los demás partidos parlamentarios que no están gobernando, pues la credibilidad de su línea política depende en buena medida de que tenga un aval exterior, de que sea reconocida como una política acertada por quienes no lo han votado en las últimas elecciones.
En España no hay nada más que dos partidos de Gobierno, el PSOE y el PP, por este orden o a la inversa, pero cada uno de ellos depende de todos los demás para poder gobernar. El que consigue atraerse a los demás es el que gana. La credibilidad de la política de cualquiera de los partidos de gobierno, tanto cuando están en el Gobierno como cuando están en la oposición, depende de que no sea valorada como exclusivamente suya, sino de que cuente con apoyos externos.
En lo que va de legislatura, el fracaso del PP no puede ser más clamoroso. Salvo en alguna que otra ocasión, en la que ha conseguido el apoyo de nacionalistas vascos y catalanes, la dirección del PP se ha quedado en la más absoluta soledad. Y en todas las cuestiones decisivas y de manera progresivamente más acentuada, a pesar del número de manifestantes que sea capaz de sacar a las calles. El tipo de oposición que está haciendo el PP, no solamente no consigue atraer a nadie, sino que está consiguiendo todo lo contrario, que incluso quienes no se sienten particularmente cómodos con la política seguida por el Gobierno socialista lo consideren como un mal menor mil veces preferible a una posible alternativa popular. Tengo la impresión, además, de que la actual dirección popular ya no va a poder rectificar en lo que queda de legislatura, aunque sería deseable que lo hiciera.
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