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¡Qué buenos son los padres escolapios!

La verdad es que sólo alguien con muy mala intención, probablemente miembro de la malvada canallesca izquierdosa y anticatólica que puebla los pueblos de España, podría poner en duda el esfuerzo del Partido Popular por mejorar la economía. Diré más. No solo se trata de un esfuerzo metódico y preciso, sino que incluso se trata de un esfuerzo generoso. Por qué el Partido Popular, coherente con su vocación altruista, ha decidido ayudar a renovar la economía sectorial con su propio dinero, rascándose su casto, bendecido y ordenado bolsillo, sin otra ayuda que la que da la fe y el compromiso. Gracias a esta caballerosidad hidalga, el sector de los autocares está viviendo, estos días, un crecimiento insospechado que alegra el final de mes de algunos empresarios del ramo. Claro que podríamos pensar que, quizá, estos empresarios son amigos de los amigos de la fe, pero también éste sería un pensamiento propio de descastados. No. El Partido Popular, ahora que ha descubierto su hambre de calle y le ha hincado el diente a la pancarta pancartera, lejos de movilizar a su gente con sus propios cochecitos, o enviarlos en avión, ha decidido impulsar el sector del autocar, que siempre ha sido un sector más proletario, y así acabar de cuadrar el círculo de su recién descubierto amor por la calle. Está bien porque, miren ustedes, una, que es nostálgica de las grandes frases del pasado y tiene por ese Fausto gallego que es Manuel Fraga una especie de ternura cósmica (la misma que siento por la extinción de los dinosaurios), aún recuerda ese grito del alma que fue "la calle es mía" y que culminó unos días de represión callejera, violencia policial y miedo colectivo. Ciertamente, en el pasado la calle era de ellos desde los despachos, y ahora la ocupan detrás de las pancartas, después de viajar, con bocata y autocar, por las carreteras nacionales. ¿Cantarán aquello del "¡qué buenos son los padres escolapios, qué buenos son que nos llevan de excursión!"? Sin duda, especialmente los autocares que transporten a los creyentes y a sus curas y sus obispos a la mani contra la guarrada esa de las bodas gays. Por cierto. Yo me pido primera fila en esta manifestación, porque miren ustedes, ver manifestarse a la familia purpurada, con sus largas faldas, sus inmensos crucifijos y sus brillantes anillos, es un espectáculo que puede hacer historia. Es curiosa esta buena gente tan creyente y caritativa. Son capaces de bajar a la pérfida calle para manifestarse contra la igualdad de derechos, y no tuvieron la imperiosa necesidad de hacerlo contra el chapapote o contra la guerra. Dios escoge a las mil maravillas a sus voceros.

Decía lo de la ayuda al sector de los autocares porque creo que merece, como mínimo, alguna medalla al mérito al trabajo. Fíjense. Para la manifestación del sábado pasado, esa en la que se usó el dolor y la muerte para gritar contra un gobierno, los del PP alquilaron unos 200 autocares. El diario Abc, en su indiscutible afán de servicio, daba esta información precisa que yo reproduzco para ayudar aún más al sector: "Quienes quieran utilizar los medios de transporte del PP pueden inscribirse gratuitamente en la sede del partido o a través del teléfono 925 815 362". Servidora ha llamado al número en cuestión y no, no era una línea erótica. Pero no se queda todo ahí. Para la manifestación patriótica de hoy, en un intento épico por frenar el expolio catalán al patrimonio nacional de Salamanca, el PP ha movilizado 170 autocares, y no tengo los datos de la manifestación contra las bodas mariconas, pero deben de ser unos cuantos centenares más. No van a escatimar esfuerzos, ahora, en su lucha por recuperar la España católica, apostólica y medieval. De manera que sumando autocares arriba y abajo, el Partido Popular, gracias a su novedosa vocación manifestaril, puede haber contratado, euro en mano, unos 500 autocares, lo cual, sin duda, significará una punta de inflexión en los buenos datos de la economía. Rodríguez Zapatero estará contento.

Así que no esperen de mí una crítica a la ocupación pepera de la calle. Tengo todos los motivos para estar a favor de forma entusiasta. Primero, creo que la calle es de todos, pero algunos la habían visto siempre como una posesión del poder, ejercido desde la atalaya del sentido autoritario que el poder confiere a los que saben mandar. La calle era el coto cerrado cuyo uso, por parte de los ruidosos de turno, siempre habido sido visto como malvada. Que ahora sean ellos, la gente de orden, los que sólo lloran a las víctimas que les votan, los que esconden a sus homosexuales en los armarios del pecado, los que confieren acta de legalidad al derecho de conquista, que sean ellos los que ahora se manifiestan es un rotundo, divertido, fantástico éxito de la propia calle. La calle, pues, ya es de todos. Además, estoy a favor porque me gusta el color, y ver una manifestación en púrpura será un espectáculo para la vista. Lástima que la policía ya no es lo que era, porque ver a los obispos corriendo habría sido impagable. Y, ¿cómo no?, estoy a favor porque amo profundamente a los conductores de autocares, artífices de mis bonitas excursiones de la infancia, cuando me sentaba detrás con las amigas, y cantando alegremente "viva la madre superiora" oía mis primeros chistes verdes. ¿Harán lo mismo las preadolescentes del PP? Que sí, ¡que viva el PP cuando se manifiesta, y que vivan las familias que esconden a sus invertidos en el armario, y que vivan los ciudadanos que nunca han entrado en un archivo pero luchan por él, y que viva Fraga, ahora que la calle no es suya! ¡Qué buenos son los chicos del PP, qué buenos son que nos llevan de excursión!

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