La memoria en su justo término

Es un alivio encontrarse con un libro que da buenas razones para relativizar el valor de la memoria, en unos tiempos en que el recuerdo del pasado se ha convertido en un recurso obsesivo y agobiante. Manuel Cruz lleva muchos años dándole vueltas al sentido de la historia y al discurrir de la acción humana. Este libro, bendecido con el XXIII Premio Anagrama de Ensayo, corona una serie de escritos anteriores, destinados a pensar cómo se narran los acontecimientos, hasta qué punto lo ocurrido nos pertenece y hasta dónde somos capaces de hacernos cargo de todo ello. La identidad, la responsabilidad y la historia son, en este caso, las tres categorías en torno a las cuales se articula una reflexión sobre la memoria auténticamente filosófica, esto es, dispuesta a deshacerse de prejuicios y de conclusiones apresuradas.

El aserto de que ya sólo nos queda el pasado podría resumir el estado en que nos encontramos. Ante la persistente necesidad de rememorar lo que fue, el presente se desvanece y peligra seriamente nuestra relación con el futuro. No sólo nadie duda del valor de la memoria, sino que nos reprochamos de continuo la falta de memoria. El recuerdo de eventos, de personajes que fueron célebres, las conmemoraciones que no cesan, revelan una especie de temor a que todo se vuelva obsoleto y desaparezca en la vorágine de una época saturada de noticias. Por otra parte, la memoria es la fuente de la identidad, personal o colectiva. Llegamos a saber quiénes somos porque nos acordamos de nuestras vivencias y acertamos a conectarlas. Perder definitivamente la memoria equivale a la pérdida de la personalidad. Pero también se busca en el recuerdo y la sacralización de un cierto pasado el vínculo de pertenencia a la comunidad. La identidad es absolutamente necesaria para existir socialmente, pero no es menos cierta la aserción según la cual "disponer de identidad es siempre una forma de estar en manos de los demás", una forma de renunciar a la propia autonomía.

A mi juicio, los mejores capítulos del libro que comento son los referidos a la responsabilidad. Es ahí donde se descubren más nítidamente los defectos de una manera de pensar coja de autonomía para enfrentarse al presente y pensar el futuro. La responsabilidad es un concepto que aparece tardíamente en las sociedades modernas y consiste en la convicción de que cualquier mal debe ser subsanado. Puesto que los males los reconocemos cuando ya han ocurrido, la responsabilidad suele tener que ver con el daño y la deuda pretéritos. Lo cual es insuficiente, ya que convertir el mal en objeto del recuerdo no basta para repararlo. El recuerdo no es un sustituto de la justicia. Al contrario, debiera servir para orientar justamente el futuro. Como dijo Adorno a propósito de la educación, el fin de la misma no es otro que evitar que Auschwitz se repita.

En el mejor de los casos,

pues, entendemos la responsabilidad como una reacción derivada de la culpa. Es una actitud meramente negativa. Cruz apuesta por otra forma de responsabilidad no reactiva, sino afirmativa, que reclame como propias las acciones acertadas y se proponga un futuro más digno. La fijación exclusiva en lo traumático, las calamidades y las catástrofes imposibilitan pensar el futuro. Si el recuerdo de lo ocurrido es, por encima de todo, el recuerdo del mal, ¿cuál podrá ser nuestra relación con el futuro? No es raro que conceptos como el de riesgo, incertidumbre o fragilidad sean el alimento actual del imaginario colectivo.

La reivindicación a la que llevan las consideraciones anteriores es clara y positiva: hay que recuperar la autonomía de la memoria. No se trata de dejar de recordar, sino de liberarse de la trampa de una memoria homogénea. El pasado es una ficción, como lo es la identidad adjetivada. Si el sujeto acepta su calidad de sujeto moral ha de reclamar al mismo tiempo una cierta soberanía sobre sí mismo, sólo así podrá hacerse cargo de sus actos.

Decía Claudio Magris, en unas declaraciones recientes, que lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad. Tratar de encontrar la verdad es también el camino para reparar y subsanar los males del pasado, algo que no hará una memoria que se recree en la mera nostalgia o el puro lamento. La reparación total es la que se propone que no vuelva a ocurrir lo que no debió haber ocurrido nunca. La superficialidad que traslucen los escenarios de la memoria que revivimos de continuo es un obstáculo para la acción y ni siquiera nos sirve para entender correctamente la historia. Por eso Cruz exige "que nos dejen recordar por nuestra cuenta de una maldita vez". La libertad frente al recuerdo quizá nos proporcione más alas para pensar el futuro.