Asaltos en el barrio de Santa Cruz

Carta al Delegado de Gobernación del Ayuntamiento de Sevilla, Francisco Fernández.

En la madrugada del 18 de mayo, mi hija Alexandra, de 27 años de edad, fue brutalmente atacada, robado el bolso con violencia e intimidación, a punta de navaja y derribada sobre los adoquines de la Plaza de los Venerables, por un joven de veintepocos años, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz de Sevilla.

Inmediatamente, llamé al Grupo Giralda. Eran las 2.05 horas y me contestó un mensaje grabado que dijo: "El teléfono al que usted llama NO está operativo". Llamé al 112 (emergencias) quienes me pidieron que llamara a un 902 en Madrid, para hacer "cómodamente" la denuncia por teléfono, y pasar al día siguiente a firmarla en la comisaría, cosa que hice con mi hija, por la mañana. Por la tarde le mostraron unas fotografías de posibles "sospechosos". Unas 30, nada más, El resto las tienen, según nos dijeron, repartidas por las comisarías de Sevilla.

Esa mañana pedí al Grupo Giralda me confirmara que lo del contestador no fue un error, y sí, efectivamente, el barrio de Santa Cruz se encuentra abandonado de la especial protección del Grupo desde las dos a las ocho de la mañana, las horas más conflictivas de la noche. "Desgraciadamente, así es", me contesto la persona del Giralda.

Es decir, que este barrio, hucha de Sevilla por donde se recogen las divisas que entran a la ciudad, motor y razón de la única industria que tenemos, el turismo, se abandona a la impunidad y ataques de chorizos, ladrones y criminales de todo tipo.

Y pregunto: ¿Qué pasa, señor Fernández, que no hay dinero para cubrir el turno la franja horaria más peligrosa, pero sí lo hay para pagar facturas dobles y falsas en la Macarena? ¿No hay dinero para ese turno, pero sí para las monumentales y costosas portadas de la Feria de Abril, o de los extraordinarios dispositivos viales y de orden público en la Semana Santa y el Rocío? ¿No debería ser prioritaria la seguridad ciudadana?

¿Ha olvidado el Consistorio sevillano tan pronto la paliza casi de muerte que proporcionaron a nuestra querida artista italiana Kósima Kosmo en la Plaza de Refinadores; el apuñalamiento mortal de la visitante granadina en la calle Jamerdana, a menos de 100 metros de donde fue atacada mi hija; o las siete puñaladas que recibió Jacques Perrier, a escasos metros también de mi domicilio, en la calle Susona; o la muerte de Rafael Esteban en la frontera con el barrio de la Alfalfa, a consecuencia de una brutal paliza, al salir de su negocio.