En el infarto cerebral también hay que correr
Sólo una de cada cuatro personas conoce los síntomas del ictus, del que hay 85.000 casos cada año
Javier Laiseca se despertó a las siete, como cada mañana, para ir a trabajar, pero al incorporarse notó que estaba mareado y algo aturdido. Fue a la cocina y allí se percató de que no podía leer la hora del reloj. Se asustó y fue a despertar a su hijo, pero sólo lograba articular frases incoherentes, sin sentido. Alarmados y convencidos de la gravedad de la situación, acudieron al hospital.Tras varias pruebas, le diagnosticaron un ictus: un coágulo de sangre le había obstruido la carótida (la arteria principal del cuello) y esa falta momentánea de riego sanguíneo al cerebro le había afectado a la zona que controla el lenguaje. El ictus es una urgencia tan grave como el infarto y, sin embargo, pocas personas conocen los síntomas de un proceso en el que también es muy importante recibir atención médica urgente.
El pronóstico depende la mayoría de las veces de la rapidez con que se actúe tras el ataque
El 45% de los afectados por un ictus o infarto cerebral sufre secuelas físicas y mentales
Francisco Rubio, jefe del Servicio de Neurología del hospital Universitario de Bellvitge (Barcelona), explica qué es un ictus y cómo se produce: "Se conoce también como accidente vascular cerebral (AVC) o infarto cerebral, aunque la gente utiliza con más frecuencia palabras como embolia, trombosis, hemorragia o derrame cerebrales, pero no son sinónimas. El ictus se produce por dos causas: porque un coágulo de sangre, un trombo, obstruye una arteria del cerebro y se detiene el riego sanguíneo momentáneamente, o porque se rompe un vaso y la sangre irrumpe masivamente en el cerebro".
"En caso de coágulo", añade, "si éste procede de otra parte del cuerpo es una embolia y si se produce una obstrucción de una arteria del cerebro se denomina trombosis. En cualquier caso, como consecuencia de esta falta de riego, diferentes zonas del cerebro quedan dañadas e incluso mueren (infarto) y eso se traduce en daños cerebrales que pueden afectar a diferentes funciones, desde la motora al lenguaje o la memoria".
Javier Laiseca estuvo siete días ingresado y luego fue sometido a una intervención quirúrgica en la que se le abrió la arteria obstruida para limpiarla (endarterectomía arterial). Afortunadamente, este paciente empezó muy pronto la rehabilitación, que se prolongó durante ocho meses. Como le había afectado sólo al lenguaje, fueron básicamente ejercicios de logopedia: hablar, entender, memorizar, escribir, leer. El enfermo ha podido reincorporarse a su trabajo prácticamente sin secuelas, aunque sigue teniendo algún ligero problema de memoria y de agilidad mental. Se considera muy afortunado porque las consecuencias de esta enfermedad pueden ser muy graves: el 45% de las personas que sufren un ictus padecen secuelas físicas y mentales; el 57%, mentales, y el 79%, físicas. Son datos de un estudio reciente dirigido por María Ángeles Durán, catedrática de Sociología y profesora de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que se evalúan por primera vez en España los efectos sociales y humanos del ictus sobre los enfermos, sus familiares y sus cuidadores. El ictus es la primera causa de discapacidad grave y la segunda de demencia, después del Alzheimer.
Pero esta enfermedad tan incapacitante, que cada año afecta en España a más de 85.000 personas, es muy poco conocida. Así se desprende de una reciente encuesta según la cual sólo el 27% de los españoles saben más o menos qué es el ictus e identifican alguno de sus síntomas. Este dato alarma a los especialistas porque se trata de una emergencia sanitaria y su pronóstico depende en gran medida de la rapidez con la que se actúe. "La gente sabe que ante un dolor torácico hay que acudir inmediatamente al hospital porque podría tratarse de un infarto de miocardio, pero no sabe cuáles son los síntomas de un ictus, y eso que sus consecuencias son tan o más devastadoras", advierte Rubio. "Las señales más habituales", explica, "son pérdida de fuerza en un lado del cuerpo, hormigueo en alguna de las extremidades, dificultad para hablar o comprender, pérdida de visión, dolor de cabeza intenso y desequilibrio, todos ellos en mayor o menor medida, y pérdida del conocimiento".
Pero, ¿quién puede sufrir un ictus? ¿Se puede prevenir? Nadie está totalmente a salvo de padecerlo, pero hay ciertos factores de riesgo que se pueden controlar para prevenirlo, retrasarlo o reducir sus efectos si se produce. De todos ellos, el más determinante es la hipertensión arterial, ya que puede aumentar el riesgo hasta cuatro veces. También aumentan el riesgo el tener algún problema cardiaco, diabetes, hipercolesterolemia, tabaquismo, estrés y obesidad. La edad y el sexo (son más propensos los hombres que las mujeres) también influyen, pero estos factores no son modificables.
En los últimos años se ha avanzado mucho en el tratamiento de esta patología. "En las enfermedades vasculares se creía que no se podía actuar para mejorar su pronóstico, pero ahora sabemos que el denominado tratamiento trombolítico aplicado en las tres primeras horas deshace el coágulo y puede recuperarse tejido cerebral dañado. Este tratamiento sólo es aplicable en los casos en que no hay hemorragia". No obstante, el 7% de los pacientes pueden empeorar con este tratamiento si se administra después de las tres horas; el riesgo es mucho mayor que el beneficio, ya que puede provocar una hemorragia, por lo que no está indicado. Es muy efectivo en tejido cerebral no necrosado, es decir, que sólo haya estado mal irrigado momentáneamente y siga vivo.
En los grandes hospitales se están creando unidades de ictus. En ellas "los enfermos están más controlados porque están monitorizados y se tienen registros continuos de tensión arterial o saturación de oxígeno; se les realizan electrocardiogramas y en caso de vómitos se puede actuar antes para impedir el ahogo; también se evitan más las infecciones", explica Rubio.
Aunque las secuelas varían en cada paciente y en función de la gravedad del ataque, las más habituales suelen ser parálisis de la parte izquierda o derecha del cuerpo (hemiplejía), incluida la cara, y problemas cognitivos que pueden afectar a la memoria, el habla, la conducta y otras funciones intelectivas. Por eso "la rehabilitación es importantísima, y debe iniciarse lo antes posible para recuperar al máximo las funciones afectadas", explica Fina Junyent, médica rehabilitadora de Bellvitge. "Si no ha habido hemorragia, se puede empezar a las 24 o 48 horas. En caso contrario, a partir de los siete u ocho días".
"El ictus puede producir afectación motora, de la percepción, del campo visual, del lenguaje e incluso de la conducta. Como cada paciente tiene un pronóstico, la rehabilitación ha de ser siempre individualizada y dentro de un equipo multidisciplinar de fisioterapia, terapia ocupacional, logopedia y tratamiento neuropsicológico, entre otras disciplinas", afirma Junyent.
Uno de cada tres afectados pierde la autonomía
El primer análisis que evalúa en España los efectos sociales y humanos del infarto cerebral en los pacientes, sus familiares y sus cuidadores es demoledor. Este estudio, titulado Impacto social de los enfermos dependientes por ictus, dirigido por la socióloga María Ángeles Durán, revela que una tercera parte de las personas que sufren un ictus no se recuperan como para volver a ser plenamente independientes y, por tanto, necesitan un cuidador. Además, es frecuente que se repita, con el consiguiente agravamiento del estado del paciente.
El estudio, elaborado con datos de diversas fuentes y para el que se han realizado 138 entrevistas, ha puesto al descubierto datos y cifras escalofriantes sobre esta enfermedad que avisan de la necesidad de actuar en todos los ámbitos posibles, tanto cada persona individualmente haciendo una correcta prevención, como los servicios sanitarios y las administraciones, facilitando apoyo social a estos enfermos y a sus familiares.
Se estima que en España hay entre 150.000 y 350.000 inválidos por ictus, según las fuentes y el grado de invalidez considerado, y cada año se incrementa la cifra en 33.000 nuevos casos. Más del 80% de estos pacientes no pueden quedarse solos más de dos horas al día y el 40%, nunca. El cuidador suele ser "un familiar, el 84% de las veces la esposa o hija del afectado", dice Durán. Esto significa que muchas veces, aparte de que el enfermo ha dejado de trabajar, el cuidador también se ve obligado a hacerlo o a reducir su jornada laboral, con la consiguiente pérdida económica. Por eso, según el informe, más del 40% de los enfermos no pueden pagar todos los gastos que origina su cuidado. El fuerte impacto que el ictus tiene sobre la familia del afectado desde el punto de vista emocional y social provoca que el 36% de los cuidadores tengan que recibir tratamiento por depresión.
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