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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Navajazos

En la localidad de l'Hospitalet, una pelea escolar terminó a navajazos. Y en la localidad también barcelonesa de Berga, unos delincuentes que se divertían periódicamente buscando bronca asesinaron con arma blanca a un joven en plena fiesta local. En las zonas de turismo masivo no pasa verano sin que una juerga etílica termine en reyertas donde relucen armas domésticas.

La reiteración de estos episodios acrecienta la preocupación ciudadana. No se trata de ajustes de cuentas entre bandas criminales ni de altercados urbanos con aparente móvil político. En este aspecto, es malicioso el aviso del líder de CiU, Artur Mas, de que Cataluña podría estar en vigilias de una kale borroka. No se trata de la acción de grupos que quieren mantener la calle asediada por unos supuestos objetivos ideológicos. Los últimos hechos despiertan perplejidad y temor entre los vecinos precisamente porque son la expresión de una violencia gratuita.

La repetición de este tipo de noticias en España exige una reflexión social a la que no deben estar ajenos ni los aparatos policiales o educativos ni la propia ciudadanía. Nadie puede escapar a este compromiso. En el caso de Berga, por ejemplo, es necesario que se investigue cómo la policía autonómica ha administrado el orden público en esta población en los últimos tiempos. Se pueden sacar lecciones generales. Y hay que desterrar la "cultura" de la navaja. Asociar ambos conceptos, cultura y arma blanca, resulta un error de fondo. Familia y escuela son la primera instancia para inculcar valores éticos. Cuando aquélla falla, la escuela ha de asumir una complicada tarea supletoria. Pero no se puede dejar solos a los maestros en esta ingente tarea.

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Las administraciones han de hacer los esfuerzos necesarios para reforzar el valor de modelos de conducta presididos por la civilidad. Un combate cultural, ése sí, que necesita buscar la complicidad de la ciudadanía para que la defensa de unas calles tranquilas se haga desde el respeto a los deberes y derechos democráticos. Las personas tienen derecho a salir a la calle sin miedo a agresiones o a morir porque sí. Hay una violencia cotidiana de baja intensidad y chirrían las herramientas para corregir y castigar a sus autores.

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