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Columna
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Italia, el enfermo de la Unión Europea

Joaquín Estefanía

Es muy difícil en esta coyuntura adjudicar a un país concreto el diploma de enfermo de Europa. Una vez hecho el esfuerzo de imaginación, el galardón hay que adjudicárselo sin duda a Italia, país fundador de la Unión Europea (UE) y cuarta economía del continente, con una producción anual equivalente a 1,5 billones de dólares.

La intervención, la pasada semana, del gobernador del Banco de Italia, Angel Fazio, en la asamblea anual de la autoridad monetaria pone los pelos de punta: la economía italiana está en una situación "crítica" que podría comprometer "el desarrollo a medio plazo", si no hay soluciones. Esa coyuntura crítica se manifiesta en una recesión técnica: el PIB ha decrecido en los dos últimos trimestres contabilizados (-0,4% en el último trimestre de 2004, y -0,5% en el primero de 2005). Fazio rebajó las perspectivas para el año en curso: el crecimiento del PIB será "sustancialmente nulo". Si a ello se le añade la situación de las cuentas públicas (un 106% del PIB de deuda y un déficit presupuestario estructural del 4,3%, según el Tribunal de Cuentas), el panorama no puede ser más preocupante. El banquero central contextualizó la crisis a más largo plazo: la producción industrial ha disminuido un 5% desde 2000 (poco antes de que llegase Berlusconi al Gobierno), mientras que en los demás países del euro ha aumentado un 4%; Italia exporta hoy menos que en 2000, pese a que el crecimiento de la demanda mundial fue del 20% en este lustro; el crecimiento medio italiano en el mismo periodo fue del 1% anual, mientras que la media europea fue del doble.

En ese entorno se cruzan unas palabras que, de ser representativas de una parte de la clase política italiana, resultarían inquietantes; las del ministro del Bienestar italiano, Roberto Maroni (de la Liga Norte): "Italia debería estudiar la posibilidad de salir de la zona euro y volver a la lira. Italia debería convocar un referéndum para decidir sobre este asunto".

Pocos días antes, el analista del Financial Times Martin Wolf escribía un artículo explosivo. Decía Wolf que el aprieto en que se encuentra Italia es el más significativo, además de ser muy revelador. El último estudio de la OCDE sobre este país afirma que en cierta medida es irónico que al permitir a un miembro de la Unión Económica y Monetaria la bajada drástica de los tipos de interés y de cambio, se puede haber relajado la necesidad de ajustes estructurales fiscales y de producción. Wolf escribía: "No estoy diciendo que la zona del euro vaya a desintegrarse o que Italia vaya a correr el mismo destino que Argentina... Imaginémonos lo inimaginable. ¿Podría desintegrarse la zona del euro? La respuesta es sí. El fracaso sería una catástrofe para Europa". Todavía no se habían celebrado los referendos francés y holandés.

En estas circunstancias, cualquier cosa que se haga para reforzar ante los ciudadanos el papel del euro para la economía europea adquiere un carácter épico. Se necesitan declaraciones rotundas y hechos claros. Entre las primeras están las del presidente del BCE, Trichet, considerando "completamente absurdas y totalmente insensatas" las especulaciones sobre el futuro del euro (pero no bajó los tipos, como le exigen los países más estancados), las del comisario Joaquín Almunia o las del presidente de la UE, Juncker, en el mismo sentido.

Entre los hechos decisivos figurará el éxito de la cumbre del Consejo Europeo los próximos 16 y 17 de junio. En ella se debería dar el visto bueno definitivo a las perspectivas financieras para el periodo 2007-2013. La generosidad que se necesita para llegar al acuerdo topa con las angustias económicas que pasan países como Italia... o como Alemania. El ministro de Finanzas alemán, Hans Eichel, acaba de cifrar entre 10.000 y 12.000 millones de euros el descubierto que sufren las cuentas públicas en vigor, y ha dicho en román paladino: "La situación presupuestaria es dramática".

¿Qué signos de esperanza nos van a llegar más allá del lenguaje de madera?

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