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IDA y VUELTA
Columna
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Monstruos de feria

La selección catalana que participará en la cita literaria de Francfort tiene problemas antes de nacer. La Feria Internacional del Libro invita a Cataluña e inmediatamente se produce una epidemia de codazos y zancadillas. Que acudan los escritores en lengua catalana debería ser lo normal. Sin embargo, se disparan alarmas conectadas a corporativismos y gremialismos de dudosa representatividad. El debate tiene 40 años de antigüedad y confirma que nuestro género cultural predilecto es el revival. La intervención del Parlament, lejos de mejorar las cosas, las empeora. Al fin y al cabo, hace décadas que la Administración contribuye a la promoción exterior de la literatura catalana con insuficientes pero eficaces ayudas a la traducción parecidas (salvando distancias presupuestarias) a las suizas o las suecas. Si se impusiera la diplomacia cultural, Cataluña podría presentarse en Francfort con una selección muy digna, que podría servir para explicar un legado clásico y moderno homologable con el de otras literaturas. Hay muchos autores que llevan años siendo traducidos y sería bueno sumar todo eso a fenómenos tan esperanzadores como la irrupción de Albert Sánchez Pinyol en el mercado internacional, que le ha permitido acceder al privé más selecto de la feria: el Agence Center.

El caso de Sánchez Pinyol es sintomático. A partir de un gran libro (La pell freda), inicia un reconocimiento basado, además de en el acierto editorial, en la colaboración con una potente agencia literaria. Resultado: ningún político podrá fastidiar la proyección de Sánchez Pinyol. En los trámites preparativos de esta feria, sin embargo, prevalece la desconfianza. Deberíamos montar un ring en medio de cualquier pabellón para que todos vean cómo nos zurramos los unos a los otros. ¿Tan raro es que si invitan a la literatura catalana acuda una mayoría de escritores en catalán? ¿Tan raro es que si amplían la invitación a la cultura catalana se complete la expedición con catalanes de expresión castellana? En la práctica, basta escribir en catalán para sentirse cercano a una literatura tan seductora como otra cualquiera pero que, casualmente, resulta ser la más catalana de las catalanas. Puede que tengas que practicarla a tiempo parcial debido a las circunstancias del entorno, y que en ti influyan el país en el que has nacido o los idiomas en los que escribes para ganarte la vida o porque te da la gana. Y puede que, harto de monstruosidades simétricas, optes por ser catalán sin que nadie pueda utilizarte por ello, y que durante el día te pongas indistintos sombreros cordobeses o mexicanos y, en tu tiempo libre, sobre todo de noche, seas musicalmente moldavo y sexualmente tropical. Luego, de madrugada, cuando asoma la resaca, miras a tu alrededor y todos los escritores te parecen hijos de la misma literatura. Es lo que les ocurrirá a los que tengan el privilegio o la desgracia de acudir a Francfort y tengan que aplacar sus fatigas en las alcohólicas tertulias del Frankfurter Hof o del Hessischer Hof. Quizá se reconozcan como desconcertados escritores catalanes con un profundo desprecio por quienes afirman representarlos. Los que en alguna ocasión hemos participado en la llamada "promoción de la literatura catalana" sabemos que, junto a sólidas y auténticas vocaciones literarias y editoriales, hay una sólida tradición de farsantes y coleccionistas de dietas que, envueltos en la bandera, ceban egos y perpetúan chollos. Y observando su actitud en ferias y salones, doy fe de que, en lo que a impostura y jeta se refiere, la literatura catalana es altamente competitiva.

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