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Columna
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Sáhara

Manuel Rivas

En las Historias naturales, de Jules Renard, aparece una cabra que todos los días se apresura a consultar la hoja del diario oficial expuesta en el muro del Ayuntamiento, que a nadie más parece interesar. En la precisa descripción, la cabra se alza sobre sus patas traseras, pone las delanteras sobre el edicto, a la altura de la firma, y mueve la cabeza "como si fuera una vieja que leyera". Al final, la cabra se come la hoja. La hoja de papel. Yo pensaba que era una historia literaria hasta que tuve la oportunidad de alimentar cabras con hojas de papel en el Sáhara. En los campamentos del desierto, en el pedregal del éxodo, entre otros medios de subsistencia, los desterrados han levantado corrales con chatarra y latas de bidón humanitario cosido con alambres. Tienen una forma circular. Desde lejos, parecen carcajes de grandes relojes desprendidos del cosmos. Se trata de aprovechar la sombra, que es el único perdón que allí expide el sol. Las cabras comen también miajas de sombra. He visto a una cabra engullir un kilo de sombra, segundo a segundo. ¿A qué sabe la sombra? Tal vez a memoria de hierba. A corteza del tiempo oxidado. Para esas cabras, las hojas con noticias atrasadas son un manjar. Al contrario, hay seres humanos que tienen muy buen diente para roer sólo las noticias del futuro. En otros lugares no tan desamparados, en palacios de sombra dorada, en las salas de la gran diplomacia, hay soberanos, mandatarios y altos funcionarios que todos los días se zampan los papeles del Sáhara Occidental, las hojas con los acuerdos de las Naciones Unidas, empezando por la solemne declaración de 1975 de que "el pueblo saharaui es el único dueño de su destino". ¿A qué saben los derechos humanos incautados? Los roedores de esperanza se han cebado en el Sáhara. Se han comido calendarios, acuerdos, referendos, palabras de honor. El éxodo dura ya 32 años. Un episodio bíblico contemporáneo. ¿Cómo convivir con ese desgarro, cómo extrañarse del levantamiento la pasada semana en El Aaiún ocupado? De entre todas las injusticias vigentes, la del Sáhara es una de las más clamorosas. Y la gran paradoja es que quizás es el conflicto más fácil de cerrar. Bastaría que los poderosos no se comiesen los papeles.

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