Los atractivos de un museo invisible
El centro de historia de Valencia es ignorado por los ciudadanos a pesar de ofrecer unos contenidos sólidos
No costó una fortuna, ni cuenta con una potente maquinaria publicitaria, ni despierta tampoco la fiebre turística de espacios como la Ciudad de las Ciencias -1.700.000 visitantes entre junio y agosto de 2004, según la Generalitat-. Dos años después de ser inaugurado, pocos valencianos saben que el Museo de Historia de Valencia existe, y aún menos saben dónde está. El resultado es un balance de visitas relativamente pobre: 37.000 en todo 2004.
El museo, situado junto al Parque de Cabecera, casi en Mislata, opone a este destino aparentemente fatídico unos contenidos rigurosos y atractivos y un edificio imponente: El antiguo depósito de agua de la ciudad, diseñado a mediados del siglo XIX por Ildefonso Cerdà, padre del Ensanche de Barcelona.
Y opone también una capacidad rara: la de ofrecer sus contenidos por niveles, de modo que pueda satisfacer a un niño, a una persona de cultura media y a un especialista.
El secreto está en combinar elementos. Se expone por ejemplo el Tesoro de Cheste, una pieza de oro poco conocida, con forma de collar, que fue al parecer una ofrenda para alguna diosa íbera, y que está datada en el I siglo antes de Cristo. Y cerca de él un texto sobre la fundación de la ciudad, que se atribuye a veteranos de las guerras en Lusitania (actual Portugal y parte de Extremadura), llegados desde la Campania romana, región del Mediodía italiano. Y un poco más allá, uno de los 12 espacios provistos de pantallas sobre las que se proyectan recreaciones de cada época. Un actor vestido de árabe valenciano del siglo X aparece en una de ellas, se arrodilla, y reza mientras amanece: Ala u Akbar, Ala u Akbar, Ala u Akbar (Alá es el más grande).
Las recreaciones cinematográficas se activan digitalmente, y cada una de las 12 ofrece cinco posibilidades. Se puede ver por ejemplo al dueño de un señorío visigodo ordenar a un siervo que compre "vino de Galilea o Gaza", porque es el que prefiere el obispo. Y en otra escena, al obispo bebiéndose el vino en casa del visigodo, al que reprende por los signos -panes en los arroyos, colgantes- de la pervivencia de los ritos paganos en sus dominios.
Algunas de las secuencias -en las que trabajaron 52 actores y 94 figurantes, según el museo- recurren a personajes históricos, como Joan Llorenç, Mestre Peraire y cabecilla de los agermanats. Y otras están rodadas en escenarios reales, como la Lonja.
El museo recoge una pintura de Joan de Joanes; una tabla de Van der Stockt que estuvo colgada durante mucho tiempo en la Capella dels Jurats del antiguo Ayuntamiento de Valencia; un relicario renacentista; una lápida del siglo XIII proveniente del sepulcro de un rey árabe y una rara vasija ibérica, con una iconografía en torno al ciclo de la vida y la muerte en el que aparece un dragón pariendo a un guerrero.
El centro dispone además de un pequeño cine, donde se proyectan capítulos del NODO y otros documentos históricos. Organiza cada día sesiones de historia en 10 minutos, que trata temas sobre la ciudad o sobre historia universal. Y tiene cuatro aparatos, llamados máquinas del tiempo, en las que puede verse el crecimiento urbano de Valencia desde su fundación haciendo rodar un mando. Un producto tecnológico basado en planos históricos, en la arqueología y la arquitectura.
El Museo de Historia de Valencia dispone finalmente de su edificio. Lo que desde fuera recuerda a un búnker, acoge un interior delicado, repleto de arcadas de ladrillo y cubierto de madera. Un notable ejemplo de la arquitectura industrial del siglo XIX que, sin embargo, parece formar parte del problema. "El gran error del museo es dónde está situado", opina uno de sus trabajadores. "Si hubiera estado en el centro, se hubiera salido".
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