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Columna
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Las 'marías'

Conducta, aplicación, puntualidad, urbanidad. Ésas eran las cuatro casillas con un bien, mal o regular que encabezaban, hace muchas décadas, los boletines de notas en algunos colegios. Creyendo descubrir la fórmula científica de la sopa de ajo, y presentándola como una de las puntas de lanza de la posmodernísima LOGSE, los lúcidos padres de la reforma escolar -gestada en los ochenta, iniciada en los noventa y sufrida el siglo XXI-, los modernísimos psicopedagogos, digo, introdujeron el epígrafe de "actitudes" a la hora de evaluar a nuestras chavalas y mozalbetes. También en aquellos tiempos de la proverbial Maricastaña aparecían en los boletines de notas las populares marías: la religión, la gimnasia, labores y formación del espíritu nacional, que requerían para aprobar la presencia del alumno en la clase y poco esfuerzo; algo muy parecido a muchas de las asignaturas optativas de la moderna reforma educativa, con las excepciones de rigor. Del rigor, en sentido de trabajo y esfuerzo, también se olvidaron los modernos reformistas del sistema educativo; no pensaron, con los clásicos grecolatinos, que las raíces del estudio son amargas, porque precisan de esfuerzo, y son dulces los frutos de ese esfuerzo. Un falso y engañoso concepto lúdico y comprensivo, reflejado en el "progresa adecuadamente" o "necesita mejorar" a la hora de valorar el trabajo escolar, empezó a sentar sus reales en nuestros adolescentes desde su más tierna infancia. Y así nos va con informes PISA y sin informes PISA. Y quien diga lo contrario ingresará, según los profetas de la reforma, en el infierno de los cavernícolas y reaccionarios, de los gremialistas, elitistas, segregacionistas y demás ístas, que se oponen al avance social. Poco importa, vecinos, como indicaba Elvira Lindo, la mamá de Manolito Gafotas, en la última página de este periódico, que es compatible una ideología socialista o progresista y el desacuerdo con la LOGSE.

Pero lo cierto es que, con nota o sin nota, con la palabrería reformista o sin ella, las marías, de antes y de ahora, y la ausencia de lo que siempre se llamó aplicación - el diccionario la define como asiduidad con que se hace una cosa, especialmente el estudio- conducen al alumnado al desinterés y al aburrimiento. Uno y otro son malos consejeros en nuestras aulas en el ámbito de la disciplina, la convivencia y el respeto.

Porque cuando ahora contemplamos estupefactos cómo se trunca la convivencia con casos muy graves, graves y menos graves o leves, bien está que busquemos una explicación en los modelos que los adolescentes tienen como espejo en la familia, en el grupo social o en la pantalla televisiva. No cabe duda que hay un reparto de la responsabilidad, y cada factor supone una parte alícuota de esa responsabilidad. Eso ya se ha puesto de manifiesto en debates televisivos sobre la violencia en las aulas, que han ofrecido diferentes cadenas -tarde en la noche, en horario intempestivo que no favorece los índices de audiencia, y que sólo mantienen despiertos a los muy interesados en el tema-. A la familia, al grupo y a la televisión habría, sin embargo, que añadirle sin duda alguna el olvido de la vieja aplicación, que es tanto como esfuerzo con dulces frutos.

Ayer la pena fue en el norte verde y lluvioso; esta semana fueron las lágrimas en el sur seco por donde Elda. No estamos obligados a esperar un mañana negro, y sí a recordar con los clásicos que estudiar con aplicación dulcifica el carácter y evita la barbarie.

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