Unión Europea: la convergencia de 'noes'
EL INFORME DE PRIMAVERA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) avala la disociación de situaciones en los países más ricos del mundo. Mientras EE UU marcha a velocidad de crucero (sus problemas son de desequilibrio de los déficit gemelos: fiscal y por cuenta corriente), Europa y Japón no solamente crecen a un ritmo más lento, sino que, de pronóstico en pronóstico, ese crecimiento cada vez es menor. En el año en curso, EE UU verá aumentar su PIB en un 3,6%, mientras que Japón sólo lo hará en un 1,5%, y la zona euro, en un 1,2%.
Ni EE UU ni Japón cumplirían con el Pacto de Estabilidad europea si tuvieran que atenerse a él (el déficit fiscal del primero será de un 4,1%, sin contar con los gastos de la guerra, y el de Japón, de un 6%). Mientras, la ortodoxa Europa es a la vez la zona más equilibrada en sus cuentas públicas (1,8% de déficit) y la más anémica en su crecimiento. Para salir del estancamiento, distintas organizaciones piden que el Banco Central Europeo (BCE) baje los tipos de interés -entre ellos, ¡ver para creer!, el director del FMI, Rodrigo Rato, que como anterior ministro de Economía y Hacienda español, no quería ni oír hablar de tales rebajas). El BCE lleva mucho tiempo de inacción monetaria, pese a que la inflación será sólo del 1,5%, menor que el entorno del 2% que figura en el mapa ideal del eurogrupo.
Muchos ciudadanos europeos prefieren manifestar con su voto a la Constitución la oposición a una política económica que no les favorece. Pocas veces como ahora han estado tan imbricadas la economía y la política
Si se desagrega la coyuntura de la eurozona, también en su seno hay países disímiles: un grupo al que pertenecen los nórdicos, Irlanda o España, tiene un crecimiento de sus PIB bastante fuerte (nuestro país aumentó a un ritmo del 3,3% durante el primer trimestre del año). Y otro grupo, en el que están algunos de los países más potentes (Alemania, Francia, Italia, Holanda, Portugal...) -que representan más de la mitad de la zona- está estancado o en recesión.
Tres de estos últimos países (Francia, Holanda y Portugal) han de ratificar en referéndum el Tratado de la Constitución europea. Para la consulta portuguesa aún falta un cuatrimestre, pero el referéndum de Francia se celebra hoy, y el de Holanda, el próximo miércoles. Los sondeos previos indican una victoria del "no" en ambos países. Ocurra lo que ocurra, no parece arriesgado pronosticar que existe un porcentaje muy alto de ciudadanos de los que votarán "no" que no lo harán repelidos por la letra del texto constitucional, sino que con su voto (o su abstención) quieren castigar una política económica que no les beneficia.
Factores como la congelación del poder adquisitivo, mientras los beneficios empresariales y el sueldo de los ejecutivos aumentan de forma exponencial; la desloca-lización de empresas, las reformas del Estado del Bienestar, la persistencia de altas tasas de paro, la hibernación oportunista de algunas directivas comunitarias (como la directiva Bolkestein, que defiende que los trabajadores de los servicios europeos podrán trabajar en cualquier zona, pero con las condiciones laborales y ecológicas del país de origen), etcétera, cuentan más para muchos ciudadanos que la bondad del texto constitucional, de demasiado largo plazo.
Algunos analistas señalan en esta coyuntura que es el momento de acabar con algunos tópicos que, como lenguaje de madera, se extienden en las declaraciones de muchos políticos y de casi todos los estudios de distintos centros de pensamiento: la necesidad de reformas estructurales en la vieja Europa. En la UE se están elaborando muchas reformas (que se lo pregunten al canciller Schröder, multicastigado en las urnas por las mismas), y si no se practican más es porque lo impide la opinión soberana de los ciudadanos. Lo urgente no son las reformas, sino poner en marcha una política económica que acabe con la recesión o el crecimiento cero. La imbricación entre economía y política es ahora mayor que nunca, y el fracaso de la primera puede llevar el aborrecimiento de la última. El referéndum de hoy en Francia es la primera fase de esta constatación.
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