La gran fractura ante las urnas
El cinturón de Santiago, mezcla de urbano y rural, ilustra la brecha abierta en el electorado gallego
José Astray firmó sin saberlo su sentencia política el día que se propuso duplicar la población del municipio de Ames antes del año 2000. El sueño de Astray, alcalde desde 1973, se cumplió con exactitud. Ames, hasta entonces un conjunto disperso de enclaves rurales en los alrededores de Santiago, fue el municipio gallego que más población ganó proporcionalmente en la última década del siglo. Cuando llegaron las elecciones municipales de 2003, ya había superado los 20.000 habitantes. Las aldeas siguieron votando masivamente al PP de Astray, como en todos los comicios desde 1977. Pero las nuevas zonas residenciales se habían poblado con parejas jóvenes, funcionarios y profesionales urbanos. Y el sueño de Astray le acarreó la perdición.
"Yo perdí porque de repente se inscribieron 5.000 votantes nuevos que venían de la ciudad"
Ames no fue el único feudo popular que cayó en las municipales de 2003, en las que el PP sufrió significativas derrotas en localidades gallegas de más de 10.000 habitantes. La tradicional brecha entre los electorados urbano y rural se ensanchaba cada vez más. Y la tendencia se hizo más acusada dos años después, en las generales del 14-M. En el conjunto de la provincia de Ourense, la más rural, el PP superó el 55% de los votos, la misma cota que alcanzó la suma de la izquierda en las siete principales ciudades -Vigo, A Coruña, Ourense, Ferrol, Santiago, Lugo y Pontevedra-, donde los populares descendieron hasta el 40% y el PSOE fue la fuerza más votada.
"Yo perdí porque, de repente, en cuatro años, se inscribieron 5.000 votantes nuevos que venían de la ciudad", explica Astray, un maestro rural que se instaló en Ames cuando el mayor núcleo de población del municipio "no eran más que cuatro casas a la orilla de la carretera". "Por algún motivo que yo no sabría decir, al PP le cuesta trabajo conectar con los matrimonios jóvenes que acceden a la primera vivienda, justo la gente que vino para aquí buscando precios más baratos que en Santiago. No conocían los problemas de Ames. Votaron por ideología. Pero no tengo nada que objetar, porque todos los votos son respetables".
Astray cayó víctima de la expansión urbanística sin freno que él mismo había puesto en marcha y que, en apenas una década, transformó el municipio en un mosaico de aldeas, pequeñas ciudades-dormitorio y formaciones de chalets adosados. El aluvión de nuevos residentes aupó a PSOE y BNG, cuya alianza sostiene ahora en la alcaldía a Carlos Fernández, un veterano militante socialista, antiguo concejal de Santiago y que en su primera comparecencia electoral en Ames, en 1987, había sido vapuleado por Astray: once concejales del PP frente a dos del PSOE. "Está claro que sin el crecimiento que experimentó el municipio difícilmente hubiésemos ganado", admite Fernández. "En las mesas rurales el PP volvió a derrotarnos claramente. Por cada 300 votos suyos, nosotros sacamos 60, y el BNG, 10". El alcalde lo explica por la vigencia del "voto cautivo": "Yo en estos años he visto de todo. He visto cómo llevaban al colegio a personas impedidas, que tenían que tender sobre un colchón y esperar a la puerta para que viniese el presidente de la mesa a recogerle el voto". Astray, en cambio, prefiere hablar de su gestión: "Cuando yo llegué, no había ni una carretera asfaltada ni un núcleo urbano con alumbrado público. Hoy lo tienen todos y no queda pista sin asfaltar. A pesar de lo que pasó, estoy orgulloso de haber contribuido al crecimiento de Ames".
Como en el caso de Astray, el destino también ha sido irónico con Armando Blanco, alcalde de Teo, otro municipio aledaño a Santiago. Pero Blanco ha tenido más suerte que su antiguo colega y compañero de partido. Visto lo ocurrido en Ames, es muy probable que el alcalde de Teo se haya salvado gracias a una decisión en su contra. Hace cuatro años, la Xunta dejó sin vigor las normas urbanísticas del municipio ante el cúmulo de irregularidades y suspendió la concesión de nuevas licencias de obras. El crecimiento de Teo, que ya rondaba los 20.000 habitantes, se frenó. Y el electorado rural mantuvo el peso suficiente para que Blanco salvase la alcaldía por sólo 17 votos.
Blanco, conocido en toda la comarca como Armando, el rey de las tortillas por un popular restaurante del que es propietario, se había pasado la campaña invitando a sus vecinos a comer. Arrancó con una pitanza de 1.000 personas, bajo una carpa en la que sirvió un menú mixto gastronómico y musical, con El Fary como gran atracción. Luego perseveró en los días previos a las elecciones con otras dos francachelas multitudinarias en las que la mayoría de los comensales fueron jubilados. Esta vez no se sorteó el viaje a Canarias, como en la anterior campaña. Pero la reducción de la oferta no tuvo costes electorales. Cuando todo parecía perdido en la noche de los comicios, los votos de la emigración salvaron en el último momento del escrutinio a Blanco, alcalde desde hace 10 años tras trabajar al lado de un anterior regidor que estuvo cuatro décadas en el cargo.
"Nadie vota porque lo invites a comer o le hagas un favor", se defiende Blanco, quien no quiere discutir sobre las distintas tendencias del electorado urbano y rural. "Para mí, todos los votos son iguales", se escuda. Durante el escrutinio de infarto en la noche electoral hubo un momento en que pareció que la alcaldía iba a ser para un médico que entonces tenía 28 años, Martiño Noriega, militante del BNG. "Nosotros llegamos al 35% de los votos en las mesas urbanas y nos quedamos alrededor del 15% en la zona rural", recuerda el ahora jefe de la oposición. "El municipio está repartido en dos mitades, casi al 50%, rural y urbano. Y ahí Blanco sacó provecho de su política clientelar".
"Tampoco creo que haya que culpabilizar al rural", precisa el concejal nacionalista. "El electorado urbano es más volátil. El rural mantiene una fidelidad absoluta. Para que cambie su voto tienes que convencerlos muy bien, porque sólo creen en lo que ven. Y cuando deciden cambiar es para mucho tiempo". Con todo, Noriega no tiene duda de que los días de Blanco están contados: "Caerá, seguro. Es sólo cuestión de tiempo. Hace falta que el municipio crezca un poco más y que llegue gente más joven. Y yo creo que Armando, aunque no lo diga, lo sabe también".
Una esperanza fundada en apreciaciones semejantes es la que anima a PSOE y BNG para las elecciones autonómicas del próximo 19 de junio. La izquierda confía en que la movilización del voto joven y urbano le sirva para privar a Manuel Fraga de la mayoría absoluta que le mantiene en el poder desde hace 15 años. En el rural, la vida y las elecciones se mueven a otro ritmo. Y ahí, nadie lo duda, la resistencia del PP será granítica.
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