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Columna
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Estatuto

Miquel Alberola

Algunos solemnes episodios identitarios se han sustanciado a la sombra de un árbol, incluso en su propia leña o en su alegoría. Desde el manzano del paraíso de Adán y Eva a Guernika, sin olvidar la leyenda del asedio a El Álamo, casi siempre hay un árbol que se interpone en el camino de la inercia social para cambiar el rumbo de la historia, lo cual ha acabado dibujando un frondoso repertorio vegetal indisociable de la impronta personal de algunos pueblos. Sin embargo, hasta ahora la botánica y el Estatuto de Autonomía valenciano han ligado fatal. El magnolio que se plantó en Benicàssim hace 23 años para simbolizar el consenso alcanzado se secó enseguida, acaso como una metáfora inapelable del tortuoso trayecto recorrido y las claudicaciones que se produjeron para cerrar el acuerdo. Incluso por la basura y lixiviados que lo nutrieron, cuyo hedor y corrosión reaparecen a la mínima en no pocas tensiones políticas actuales. Hubo que reemplazarlo y ahora hay que confiar en que no se muera el ficus del patio de las Cortes Valencianas, que ha sido el escenario escogido por Francisco Camps y Joan Ignasi Pla para inmortalizar el acuerdo de la reforma estatutaria. Siendo interesante esta modificación desde el punto de vista de la financiación y la potenciación simbológica, su mayor atractivo es haberse anticipado al resto de estatutos en proceso de reforma y haber absorbido el interés de una España para la que los valencianos resultamos a menudo imperceptibles. Desde el punto de vista estatutario, hemos pasado de viajar en el vagón de cola a ir despeinados por el viento en la locomotora, aunque lo peor es que ahora despreciamos lo que entonces se nos negó. El duro proceso que precedió a la aprobación del Estatuto traumatizó a varias generaciones de valencianos. Contra ese muro reventaron no pocos idealistas, mientras otros quedaban atrapados en la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue. Las frustraciones derivadas fueron demoledoras. La crónica del Centro de Investigaciones Sociológicas es apabullante en ese sentido: la consciencia autóctona ha pasado del 25% de entonces al 9% actual. Y ése es el reto, además de que el ficus no sólo no se seque sino que no nos aplaste en su caída.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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