Razón y oscurantismo
El filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), autor de esa obra señera de la historia del pensamiento que es La esencia del cristianismo (1841), publicó cinco años después de aquélla un libro de menor fuste pero de notable claridad expositiva: La esencia de la religión, aparecida en el primer tomo de la revista Die Epigonen. Este cúmulo de pensamientos asistemáticos constituye una recopilación fundamental en tono divulgativo de las ideas que hicieron célebre a su autor en el marco del sempiterno combate entre la razón y el oscurantismo religioso. Combate que se libraba ya en Europa desde antes de la Ilustración, pero que cobró especial virulencia durante las décadas intermedias del siglo XIX, justo durante el periodo de supremacía y decadencia del idealismo hegeliano y la crítica a éste, de la que nacieron el materialismo más enconado y el marxismo, periodo que también alumbró a Darwin, Schopenhauer, Stirner y Nietzsche; con todo ello la historia de la filosofía daría un giro de noventa grados y sepultaría a la teología.
LA ESENCIA DE LA RELIGIÓN
Ludwig Feuerbach
Edición y traducción
de Tomás Cuadrado
Páginas de Espuma
Madrid, 2005
107 páginas. 12 euros
Feuerbach sostenía que el ser humano, con su capacidad de soñar y de fantasear, con su "alma", había dotado de "espíritu" a aquello que no lo tenía en absoluto; es decir: a la Naturaleza -tomada en su sentido más general-, magnificándola hasta convertirla en un símbolo y un reflejo de su propia esencia y llamándola "Dios". El hombre transformó la Naturaleza en Dios personificando así de modo fabuloso el poder creador de aquélla; ahora bien, al personificarla se idealizó a sí mismo, pues semejante Dios, en realidad, fue ideado "a su imagen y semejanza" en el sentido de que los atributos y la omnipotencia divina de éste son únicamente los mismos que el ser humano desearía para sí y, en el fondo, meras proyecciones imaginarias de un ser mortal que se anhela y sueña sobrehumano.
El filósofo solitario de Baviera abogaba así por la "antropologización" de la religión y de la divinidad: "¡Devolvamos al hombre lo que éste le atribuyó erróneamente a Dios! -clamaba en sus escritos-. ¡A ver si entonces el hombre cree en sí mismo y puede desarrollarse sin complejos! ¡Que conozca sus limitaciones y con ello su propio poder!".
La crítica a la religión por parte de Feuerbach se reveló demoledora: entre otras muchas cosas, él postulaba que las creencias religiosas son ficciones nacidas de la necesidad innata que tiene el ser humano de creer en un poder superior que lo domine; pero tal poder es sólo la aplastante grandiosidad, el misterio y la omnipotencia de la Naturaleza propiamente dicha, cuna y fuente de todas las cosas. Este mismo retorno del ser humano al seno de la Naturaleza, atea en sí misma, exigido por Feuerbach con pasión y vehemencia científicas, conducía otra vez el pensamiento filosófico por los cauces de las corrientes sensualistas y materialistas iniciadas principalmente en la Francia anterior a la Revolución.
Asimismo, Feuerbach defen
día en su escrito Sobre la esencia de la religión ideas como ésta: "Pasar de la insensatez a la inteligencia es la vía que conduce a la sabiduría, pero pasar de la inteligencia a la insensatez es el camino que conduce directamente al manicomio de la teología". De la teología precisamente, desde la idea del Dios único y desde ese "edificio de la ignorancia" elevado en los aires, descendería hacia la Naturaleza para descubrir en ella ya no la unidad sino "lo dual", lo caótico, lo variado que en amoroso abrazo o guerra sin cuartel genera las cosas y el avatar del mundo; aquello que no responde nunca a los designios de una sola unidad sino a causas múltiples y a azares sin cuento. En definitiva, en la base de la existencia descubría el deseo infinito que "sólo quiere eternidad", como dirá Nietzsche en la estela de Feuerbach. Cuanto más ardiente es el deseo, cuanto menos limitado, más omnipotentes son los dioses que anhela e imagina. Así, los griegos, que sólo querían ser pasablemente felices a lo largo de la vida, que se conformaban con no morir ni envejecer al menos "todavía", tuvieron dioses limitados ("semihumanos"). Pero los cristianos, en cambio, más reprimidos en sus costumbres pero imbuidos de un deseo absoluto de permanencia, tuvieron que forjarse un Dios sobrehumano omnipotente y una religión de premios y castigos eternos. Tales son algunas de las ideas que encontrará el lector en este texto clásico de "filosofía pura" de un autor ejemplarmente fogoso y humano.
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