"No es tan importante el medio como el mensaje"
El Millennium Park sitúa en pleno downtown de Chicago, en la avenida de Michigan y entre las calles de Randolph y Monroe. El primer proyecto de este enclave que se ha convertido en un foco de atracción turística se remonta a 1998, y estuvo a cargo de la firma SOM. Lo que se ha realizado finalmente es un soporte verde sobre el que conviven distintas piezas de arquitectos y artistas: un jardín de la paisajista Kathryn Gustafson, sendas piezas escultóricas de Jaume Plensa y Anish Kapoor, y un pabellón de conciertos diseñado por Frank Gehry, con su inconfundible vocabulario arremolinado. El edificio, cuya construcción ha promovido la familia propietaria de la cadena hotelera Hyatt en memoria de Jay Pritzker -presidente de la fundación y creador del Premio Pritzker, fallecido en 1999-, acoge este año la ceremonia de entrega del galardón al californiano Thom Mayne, octavo arquitecto norteamericano en recibirlo.
El premio nació de un afán de la familia Pritzker por llenar un vacío que ellos creían que existía, y ese vacío era el de la arquitectura
A pesar de su juventud, Carlos Jiménez (1959) es hoy uno de los integrantes más veteranos del jurado del premio, del que ha formado parte durante seis ediciones, y que se otorgó por primera vez, a Philip Johnson, en 1979. "El premio nació de un afán de la familia Pritzker por llenar un vacío que ellos creían que existía en la celebración de la cultura, y ese vacío era precisamente el de la arquitectura, algo que nos rodea y condiciona nuestras vidas, pero que carecía entonces de un reconocimiento acorde con su trascendencia", cuenta Jiménez. "Y para que estuviese a la altura de la importancia de la arquitectura, el premio utilizó como referencia de partida los Nobel".
"Al principio, la organización del premio empezó por medio de prueba y error, como suele ocurrir con el lanzamiento de cualquier propuesta cultural de este tipo", explica Jiménez, "de cada edición surge un nuevo galardonado mientras que los miembros del jurado se renuevan cada tres años, aunque al cumplirse ese plazo es posible prolongarlo, de tres en tres años más. Y hay excepciones como la de Ada Louise Huxtable, que "ocupa un lugar muy especial porque es la gran dama de la crítica norteamericana. Ricardo Legorreta, por ejemplo, estuvo tres o seis años; Jorge Silvetti, en cambio, se quedó durante nueve. Y Gehry, que sólo cumplió un año, ha regresado ahora a completar el ciclo. Éste será mi sexto y último año, porque ya lo dejo. Hay otra gente que puede y debe participar". Y recalca: "El jurado es tan importante como el galardonado; su tarea consiste en definir una postura acerca de lo que es la arquitectura en cada momento, y elegir a quién premia en función de esos criterios".
A Carlos Jiménez le gusta recordar cómo llegó a ser parte del jurado. En 1999, participó en un concurso restringido en Kansas City para la ampliación del Museo Nelson Atkins, que finalmente ganó Steven Holl. El presidente del jurado de aquel concurso era J. Carter Brown, presidente a su vez del jurado del Pritzker. A la hora de exponer los proyectos, Jiménez se ofreció a contar el suyo en primer lugar porque los suizos Gigon y Guyer, que tenían que haber abierto el turno, no podían asistir a la fecha que se les había fijado. Y fue, dice, "la peor decisión que pude haber tomado. Al ser el primero en un concurso te hacen las preguntas más difíciles. Me sentí machacado y me di cuenta de que no iba a ganar. Pero la sorpresa vino al final, cuando el señor Brown se dirigió a mí para decirme: 'Me ha gustado su proyecto. Le llamaremos para otra cosa". La segunda ocasión de acercamiento fue una invitación de Martha Thorne, conservadora jefa de arquitectura del Art Institute de Chicago, a diseñar una exposición de los Premios Pritzker en su 20º aniversario. Entonces conoció a la familia Pritzker y se identificó con sus objetivos. Sin dejar de reconocer que se sintió muy halagado cuando le ofrecieron formar parte del jurado, Jiménez precisa: "También sentí que podía contribuir con una percepción de la arquitectura que estaba fuera de los circuitos habituales. Yo vivo en Houston, aislado de los torbellinos de ciudades como Nueva York o Los Ángeles. Además, respetaba mucho a los miembros que tenía el jurado en ese momento, J. Carter Brown, Jorge Silvetti, Ada Louise Huxtable, Giovanni Agnelli, Lord Rothschild... Pero sobre todo creí que podía aportar algo desde mi posición de outsider. Acepté porque me encontraba a una distancia saludable de la vorágine. Y han sido seis años instructivos y memorables".
Las candidaturas al premio se
presentan por los miembros del jurado. Aunque existe lo que podríamos llamar un "fondo de candidatos" ya reconocidos por otros medios o considerados por los galardonados en anteriores ediciones. El proceso de selección es democrático, a pesar de lo difícil que parece ponerse de acuerdo respecto a lo que es "una trayectoria de excepción", condición imprescindible para optar al Pritzker. Con la seguridad que proporcionan seis años de experiencia, Jiménez dice que éste es también un "premio apuesta", y pone como ejemplo a Frank Gehry. "Cuando lo recibió tenía 60 años, pero no estaba tan consagrado como ahora... Claramente, su trayectoria ha florecido después. En todo caso, lo que tenemos que hacer no es sólo sancionar algo que ya existe, que es definitivo, como en el caso de Johnson, Niemeyer, Barragán o Utzon, sino celebrar la carrera y obra de arquitectos en cuyo trabajo late una promesa".
A Thom Mayne, que acumula en estos momentos un gran número de encargos oficiales, sería difícil definirlo como una fulgurante promesa, pero Jiménez apunta: "El premio, o al menos yo lo veo así, tiene un deber. Reconocer un talante, un deseo, un afán ya presentes en la trayectoria de un arquitecto. Hemos dicho que este galardón celebra la arquitectura de excepción que alguien hace, y Thom Mayne es un arquitecto al que admiramos también por esa fidelidad a su visión; el suyo es un trabajo obsesivo, complejo y pasional. Puede gustarnos o no, eso no es tan importante, interesa más rescatar su actitud y su compromiso. El Premio Pritzker tiene una obligación que va más allá del premiado: recordar, reflexionar acerca de la arquitectura. Y por eso de Mayne interesan tanto su virtuosismo como su mensaje: ese entusiasmo que él transmite por la arquitectura a través de sus obras. Éste no es un premio estilístico... Ni de arquitectura moderna, ni vanguardista, ni clásica... Espero que se entienda como un premio ecuménico. Glenn Murcutt, por ejemplo, ha sido el premio más unánimemente aceptado. Ha habido una percepción generalizada de que se había premiado una arquitectura del sentido común, dotada de una poesía tanto local como universal, y a un personaje único, inspirador, raro en este mundo globalizado. ¿Y qué es lo importante de Zaha Hadid? Sabemos que es una mujer que ha luchado contra todo tipo de prejuicios. Pero primero es arquitecto y después mujer. No nos guiamos porque fuese mujer; no sentimos que tuviésemos que responder a ningún criterio de corrección política. Su talento va más allá de las fronteras de género".
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