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Columna
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La sombra de Jokin

José Luis Ferris

Desearía no haber escrito nunca esta columna pero la muerte de una adolescente por presunto acoso escolar me ha dado sobrados argumentos para enfrentarme al tema. ¿Se puede saber qué está pasando en nuestro entorno, en nuestro país, en sociedades que consideramos tan civilizadas? Alguien me dirá que la violencia ha estado siempre ahí, que las vejaciones en la escuela son tan viejas como los planes de enseñanza, pero eso no consuela a nadie. Lo cierto es que desde el suicidio de Jokin, el niño de 14 años que el pasado septiembre se quitó la vida en Hondarribia (Guipúzcoa) tras padecer el maltrato físico y psicológico de algunos compañeros de instituto, el bullying o acoso escolar ha dejado de ser un mero incidente en el contexto educativo y ha alcanzado por fin el grado de gravedad y de alarma que le correspondía entre la opinión pública. Gracias a ese interés social sabemos que el 3,4% de los alumnos de secundaria sufre amenazas, insultos y golpes; también se nos ha facilitado el retrato del "intimidador" y sus secuaces, esos alumnos que persiguen a un compañero al que consideran débil o pieza fácil para volcar sobre él su instinto depredador. El miedo y el silencio de las víctimas protegen casi siempre a estos pandilleros de medio pelo, pero sus nombres van saliendo a la luz. Recuerden la denuncia que el pasado 2 de octubre presentaron en la comisaría de Paterna los padres de un alumno de las Escuelas Profesionales la Salle agredido y amenazado de muerte por un grupo de compañeros. Anteayer, una joven de 16 años del colegio Sagrada Familia de Elda, cansada, al parecer, de las vejaciones a que la venían sometiendo algunas alumnas del centro, se lanzó al vacío desde el puente de la Libertad. Murió a las 18.30 tras ser rescatada del cauce del Vinalopó. De poco sirvió la denuncia que sus padres presentaron tres meses antes. La depresión que generan el acoso, el miedo y la destrucción de la autoestima nublaron su infeliz horizonte. Hay que actuar sin pérdida de tiempo. Todos tenemos algo que ver con estas vidas cortadas de repente y de raíz. He dicho bien: todos.

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