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Columna
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Oposición

El aprendizaje de la democracia es un camino largo; no necesariamente arduo, pero sí poco ameno. Después de varias décadas y algunos tropezones, creo que ya hemos entendido cuáles son las atribuciones y competencias del Gobierno. Ahora le toca el turno a la oposición. Aquí el acomodo es más difícil porque la oposición puede ser un papel ingrato o divertido, según se ejerza para controlar, criticar y, en la medida de lo posible, influir en la acción del Gobierno, o para hacer con la carrera política del rival lo que hacen con la de Hillary Swank en One million dollar baby.

En un evento deportivo cuentan el espectáculo y el resultado; cuando se apagan las luces del estadio ya no hay nada, salvo hablar. En política es lo contrario.

Cualquier proyecto político que no sea de mero trámite tiene todos los números para salir mal, porque no es fácil mantener el equilibrio entre lo posible y lo ético y porque actúa sobre un espeso tejido de intereses, convicciones, sentimientos y frustraciones imposibles de satisfacer por un igual. En estas circunstancias, lo mejor para la oposición es llamar al mal tiempo, esperar e incluso fomentar el deterioro de los acontecimientos, y llegada la ocasión, reclamar el cambio. Pero sólo es una táctica y, como tal, carece de contenido. Ni siquiera favorece al votante del partido que la emplea.

En unas elecciones se elige la composición de una asamblea de la que saldrán el Gobierno y la oposición. Por consiguiente, el votante del partido ganador también elige indirectamente a la oposición, y tiene derecho a exigir que la oposición cumpla su cometido, como el votante de un partido perdedor lo tiene a exigir que el Gobierno cumpla el suyo con eficacia y honradez.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero anda embarcado en proyectos de calado hondo y consecuencias serias. La tentación es apuntarse triunfos a costa de vender el alma al diablo. La del Partido Popular, cerrarse en banda y verlas venir. Con esto haría un flaco servicio al país. El PP puede tener o no razón, pero es lo de menos: lo que cuenta no es su razón, sino sus razones, y es vital que las exponga en forma clara y específica. Aunque parezca una paradoja o una broma, también los que no votamos a Rajoy queremos verle cumplir.

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