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Columna
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Arte 'visoria'

No llegó a las tres horas en el Museo del Prado, como D'Ors en su célebre libro, pero brujuleó 120 minutos por los pasillos mudos de la pinacoteca madrileña en su día de cierre. Le abrieron el museo a Woody Allen para que viera a Goya, que era lo que quería ver porque, según las crónicas, la pintura del genio aragonés ha enganchado a este genio de Manhattan tanto como Buñuel (paisano y primo hermano del pintor). Una visita rápida y una entrevista larga, más que la de Ibarretxe y Zapatero, con la condesa de Chinchón retratada por Goya, ese fue el plan del día.

Luego dicen que el arte está anticuado, pero nadie repara en que en Madrid, sin Francisco de Goya o sin Velázquez en el aire del museo del Prado, gente como Woody Allen no pondría los pies. Pero para los responsables de la Subcomisión de Humanidades que ha elaborado la lista provisional de futuras carreras universitarias, el estudio del arte y de su historia está periclitado, completamente fuera de lugar a estas alturas del siglo XXI. La posible exclusión de los planes de estudio de la carrera de Historia del Arte, que en las últimas semanas ha propiciado más de un pasacalle reivindicativo, evidencia la opinión, generalizada en no pocos sectores, de que el arte y su estudio no sirven para nada. No creo, como piensan algunos, que en el fondo se trate de una pugna entre la cultura de la imagen y la de la palabra. Se trataría, entonces, de una guerra perdida. Puede que la filosofía y la teología occidentales sean escasamente filoicónicas, pero en el mundo de hoy todo es imagen y lo que no es imagen no es posible porque sencillamente no puede suceder. ¿Qué es lo que ocurre entonces con el arte?

Sospecho que la pugna no se da entre la letra, la palabra y la imagen, sino entre la palabra y el dinero, es decir, entre letras y números, y los números llevan todas las de ganar. Hace tiempo que el arte está en las manos y en los maletines (de exquisito diseño, por supuesto) de una pandilla de tecnócratas, ejecutivos y subastadores. Gente con sensibilidad de ameba pero vista de lince y cara de cemento o de acero cortén. Gente que sabe lo que vale un peine y lo que una ciudad puede pagar por ese mismo peine bien vestido, albardado con un bonito informe y una buena campaña de imagen. Sólo esta gente sabe lo que pueden llegar a dar de sí las arcas públicas. Tras su paso -eso sí- crecen las telarañas como la matricaria encima de las tumbas. Así las cosas, ¿para qué diablos necesitamos que alguien pase cinco años de su vida estudiando Historia del Arte? ¿A quién le importan la verdad, la belleza y demás zarandajas románticas? Técnicas de promoción y venta es lo que haría falta que estudiase la gente interesada por el mundo del arte.

Afortunadamente, nos queda Woody Allen, lejos de su Manhattan, contemplando abstraído y distraído el aire de los cuadros de Velázquez y los aristocráticos engendros de Francisco de Goya.

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