"Lo que dijo 'Newsweek' es verdad"
Dos marroquíes que estuvieron detenidos en Guantánamo aseguran que sufrieron vejaciones religiosas durante su cautiverio
"En Guantánamo hubo profanaciones, pero en Kandahar [Afganistán] eran mucho más numerosas". Ibrahim Benchekrun, de 26 años, y Mohamed Mazouz, de 32, dos ex presos marroquíes, recuerdan con nitidez que en la base norteamericana en Afganistán, en la que permanecieron varios meses detenidos, los militares norteamericanos cometieron muchos más sacrilegios que en el enclave en la costa de Cuba.
Benchekrun y Mazouz formaron parte de un grupo de cinco prisioneros de Guantánamo entregados, el 1 de agosto pasado, por EE UU a Marruecos. Abdalá Tabarek, de 50 años, apresado en las montañas de Tora Bora y descrito por el Pentágono como ex guardaespaldas de Osama Bin Laden, era el más famoso del grupo. Tabarek, que sólo reconoce haber visto una vez al líder radical, rehúsa hablar con la prensa.
A su regreso a Marruecos los cinco acabaron dando con sus huesos en la cárcel de Salé y el fiscal les acusó de "constitución de banda armada para preparar y perpetrar actos terroristas", pero sus abogados argumentaron que los tribunales marroquíes no podían juzgar actos ocurridos fuera del territorio nacional. Poco después fueron puestos en libertad.
"Lo que dijo Newsweek es verdad", explican Benchekrun y Mazouz en Rabat, a pesar de que el semanario norteamericano se ha retractado. Ninguno de ellos, sin embargo, recuerda haber visto, a lo largo de los dos años y medio que permanecieron en Guantánamo, tirar el Corán al retrete, aunque no faltaron profanaciones o vejaciones a la religión que profesan.
Mazouz, detenido en 2001 en Kohat, un pueblecito de Pakistán donde, según él, había acudido para casarse, habla con exaltación: "Algún hermano abrió el Corán al regresar a su celda y alguien había escrito en una página la palabra fuck [joder]. Cuando concluyó una huelga de hambre de 20 días una mujer soldado lanzó al suelo [ante la mirada de los reos] tres ejemplares del santo libro".
"Kandahar era peor", insiste Benchekrun, detenido cerca de Lahore (Pakistán), donde estudiaba en una madraza (escuela coránica). Fue transferido, primero, a una base norteamericana en la antigua capital de los talibanes. "Durante los seis meses que allí estuve, cada registro de las tiendas de campaña en la que nos alojábamos una veintena de presos conllevaba, casi siempre, arrancar unas cuantas páginas", asegura en tono pausado. "Allí sólo disponíamos de unos cubos para hacer nuestras necesidades", prosigue Benchekrun, "y, en al menos una ocasión, un Corán fue tirado dentro". "También escuché a algún militar decirnos que el Corán nos inspira el terrorismo", añade. Al margen del libro sagrado, sus estancias carcelarias han estado salpicadas de incidentes. "En Kandahar apenas nos daban agua para beber y ni una gota para hacer nuestras abluciones antes de orar", rememora Benchekrun. "Sólo al cabo de tres o cuatro meses pudimos darnos nuestra primera ducha, pero tuvimos que hacerlo desnudos ante soldados, hombres y también mujeres, que nos apuntaban con sus armas", señala Mazouz.
Ya en Guantánamo, "durante los interrogatorios que, a veces, duraban hasta 20 o 30 horas, no podíamos hacer las oraciones preceptivas", se lamenta Mazouz. "Agentes de sexo opuesto se hacían tocamientos ante el preso esposado", recuerda. Las celdas de Guantánamo son individuales y diminutas, y la única actividad que puede desarrollar el cautivo es, al margen de intentar hablar con sus vecinos, leer el ejemplar del Corán que le proporcionaron las Fuerzas Armadas. "Visto lo sucedido, me pregunto a veces si aquello no fue un regalo envenenado, un instrumento más para presionarnos", dice Benchekrun.
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