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Reportaje:

El calvario catalán

Polémica por una broma entre Maragall y Carod con una corona de espinas

Francesc Valls

Entre el Santo Sepulcro y el Muro de las Lamentaciones, el presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, colocó al líder de Esquerra Republicana (ERC), Josep Lluís Carod, una corona de espinas. Ayer viernes, día santo del islam, en vísperas del sabbat judío que abre las puertas al domingo cristiano, el ambiente en la delegación catalana en Jerusalén era tan distendido que Carod y el consejero de Economía, Antoni Castells, recibieron entre carcajadas y sin segundas lecturas la broma de Maragall de colocarles una corona de espinas. Eso sí, una corona con la correspondiente certificación en castellano vulgar, que no ladino, de su origen santo indiscutible. Luego el presidente sacó una instantánea a sus dos compañeros de comitiva, que arrastran cruces de calado: uno con la financiación autonómica y otro como bestia negra de la derecha española.

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El episodio empezó a generar polémica al instante. De "payasada", "charlotada" y "espectáculo vergonzoso" lo calificó el líder democristiano Josep Antoni Duran Lleida, quien pidió "respeto" para todas las religiones y creencias, y afirmó que esta actitud "no es digna de un presidente de la Generalitat ni de un dirigente respetable de un partido político con representación parlamentaria". Duran pidió respeto a lo que significa Jerusalén.

El sol caía a plomo sobre los empinados escalones en la Vía Dolorosa. El termómetro marcaba más de 30 grados en el corazón de Tierra Santa, pero todos reían, sin duda ajenos a la cruzada que el dirigente del PP Ángel Acebes organizaba en aquellos mismos momentos en Barcelona sobre la base de que la Embajada española en Tel Aviv había pedido disculpas a Carod por el incidente de las banderas del pasado miércoles ante la tumba del que fue primer ministro israelí Isaac Rabin. La guerra de banderas hacía pasar su Gólgota particular a la expedición catalana y a la embajada en Tel Aviv.

Los ataques de Acebes fueron furibundos. La misión que encabeza el diplomático Eudaldo Mirapeix no había pedido disculpas a Carod, contrariamente a lo que proclamaba Acebes. Carod no dijo nada al respecto en su visita al muro de culto judío que quedó en pie del templo de Salomón, frente al monte de los Olivos. El dirigente republicano, entre el episodio de la corona de espinas y la trascendencia de la kipah, conversaba en sintonía con el presidente de la Generalitat. Lo cierto es que en la comitiva integrada por Maragall, Carod, Castells, el embajador Mirapeix y el publicista Lluís Bassat nada delataba tensión. La visita al monumento a la memoria del Holocausto tuvo momentos de gran emoción. El propio Bassat no pudo evitar la emoción cuando encontró en el banco de datos del museo el nombre de un tío abuelo, residente en la isla de Corfú, que desapareció en el campo de exterminio de Auschwitz.

Maragall buscó rastros de persecución entre familiares suyos, al igual que Carod. Pero no por mucho tiempo: el programa seguía a ritmo endiablado. Llegaba la hora de partir hacia Jordania y hacer lo que al presidente de la Generalitat actual, al igual que a su predecesor, Jordi Pujol, le gusta más: hablar de relaciones internacionales. Así, por la tarde se reunió con el primer ministro de Jordania, Adnan Badran, al igual que por la mañana lo había hecho con Ehud Olmert, viceprimer ministro israelí.

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