Ferlosio, el detector
El Premio Cervantes recayó este año en Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927). Se lo dieron por escritor y bien se lo podían haber dado por detector: de lugares comunes, expresiones agotadas, patrimonios vestidos de patria, ideologías camufladas de ideas y artificios barnizados de naturaleza. El Cervantes, pues, se lo llevó este año un hombre que va a campo través, fuera del trillo, y para el que, contra el más manoseado de los tópicos, ninguna opinión es respetable: "Todas han de ser atacadas con toda la apasionada subjetividad que es propia del más libre y más genuino entendimiento". Lo dijo en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, una colección de pecios que, con El alma y la vergüenza, tal vez sea la puerta más recomendable para acercarse al universo de alguien que entró en la historia del ensayo contemporáneo después de salir dando un portazo de la historia de la literatura (negociado "ficciones"). En esta última dejó novelas como Industrias y andanzas de Alfanhuí y El Jarama y un montón de relatos desperdigados que este año quedaron definitivamente reunidos en el tomo El geco. Allí está, de nuevo, El reincidente, el cuento más querido por su autor. Fuera de Destino, su editorial de siempre, el Cervantes se tradujo en un volumen conmemorativo de Glosas castellanas (FCE), que contiene reflexiones muy recomendables para estos tiempos de palabras cansadas y reformas de estatutos y constituciones. Por lo demás, por Internet circula completo su apretado discurso de recepción del premio, Carácter y destino, que rescata un tema muy ferlosiano, contiene un maravilloso apunte autobiográfico (el autorretrato que publicó el número 31 de la revista Archipiélago es insuperable) e ilumina una tensión muy suya: la que enfrenta el "sedante estético" de la coherente ficción con la "turbadora turbulencia" de la incongruente historia.
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