Las clases
Emocionados como estábamos con el descubrimiento de nuestras libertades individuales; concentrados en defender los derechos de mujeres, gays, lesbianas, negros, diversidad racial, cultural, particularidades identitarias y miles de etcéteras; anclados en las reivindicaciones de nuestro grupo particular, que eran legítimas pero a menudo olvidadizas de aquel que considerábamos ajeno, llevamos años ignorando la gran frontera del mundo, la que separa a los ricos de los pobres. Se ha sido más consciente, al menos en materia periodística, de la frontera entre los países ricos y los que andan abandonados a un destino fatal; pero se descuidó la brecha entre los que tienen y los que no tienen dentro de los países ricos. Lo descuidaron hasta los sindicatos, que aquí y allá perdieron su vieja fuerza de movilización social. Vuelven las clases sociales; así ha anunciado The New York Times una serie de reportajes que intentan clarificar cuáles son los elementos que distinguen hoy a los ciudadanos. Hubo un tiempo en que con tres trazos uno podía distinguir la clase social de un individuo: sus bienes materiales, sus estudios, sus anhelos. Pero las fronteras se han difuminado. Los pobres de una sociedad como ésta son gordos, a menudo desperdician con tan poca conciencia como los ricos y sus aparatos electrónicos pueden ser incluso más ostentosos. Es el gran engaño. Juguetes para entretener a aquellos que difícilmente podrán ayudar a sus hijos a ascender en la escala social. Aunque América continúa vendiéndose como la tierra de las oportunidades, sería cínico pensar que todo depende de la excelencia, que el que vale, llega. Los padres ricos saben hoy que el mérito es importante; por tanto, preparan bien a sus hijos, con el deseo de sentir que no es la herencia paterna la que manda, sino los logros propios. Estupendo. ¿Pero qué ocurre con el que nace sin nada? Harold Bloom, que se mordió el otro día la lengua para no hablar de política como le pedía el cuerpo, se mostró pesimista con la democratización de la enseñanza. Sí, hemos conseguido que todos los niños vayan a la escuela, pero igualamos por abajo, exigimos lo mínimo, actuamos paternalmente con los desfavorecidos, jugamos a la falsa justicia y agrandamos la brecha. Y tal vez la brecha sea ya tan grande que hasta un periódico americano la reconoce en primera página.
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