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Crítica:ENSEMS | Orquesta de Valencia
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Turangalila

El homenaje que la 27 edición de Ensems rinde a Olivier Messiaen tuvo uno de sus hitos en el concierto del viernes, con la interpretación en el Palau de la Sinfonía Turangalila. Se incluyen también en el festival, entre otras, dos de las obras más famosas del compositor francés: Vingt regardes sur l'Enfant Jesús y el Quatuor pour la fin du temps.

La sinfonía Turangalila pone a prueba las capacidades de cualquier director y de cualquier orquesta. Las dimensiones son muy grandes en lo que se refiere al número de ejecutantes y a la duración. La complejidad rítmica es constante, y, con ella, el riesgo de perder el ajuste en cualquier momento. Pero, además, es una obra ambiciosa cuyas raíces van desde la música de Java hasta el Tristán, y que se enfrenta a la difícil expresión de la alegría y el amor. Estrenada en 1949, aparece, además, como una de las obras en que los instrumentos electrónicos empiezan a introducirse en la orquesta. Todo ello acompañado, como suele suceder en Messiaen, de referencias al canto de los pájaros y de un sustrato profundamente católico.

27 edición de Ensems

Orquesta de Valencia. Joan Cerveró, director. Roger Murazo, piano. Valérie Hartmann-Claverie, ondas Martenot. Sinfonía Turangalila, de Olivier Messiaen. Palau de la Música. Valencia, 13 de Mayo de 2005

Tamañas mezcolanzas y pretensiones producirían resultados desastrosos en manos de un compositor mediocre. No sucede así en el caso de Messiaen. La entrada de los trombones, en la Introducción, bastó ya para revelar la potencia expresiva de su imaginación. Una imaginación tendente al Romanticismo, no por el tema del amor (muy bien expuesto por la orquesta en su primera aparición) sino por el tono general de la obra. Los hallazgos tímbricos resultaron, por otra parte, también deslumbrantes. Podríamos citar los inquietantes deslizamientos de las Ondas Martenot, el precioso efecto del clarinete sobre la celesta, en el tercer movimiento, o el contrapunto del piano con la masa orquestal en el sexto, pero debe reconocerse que fueron constantes las sorpresas rítmicas y de colorido. Y, a pesar de todo ello, Turangalila no estuvo en la vanguardia más estricta de su tiempo, quizá no tanto por las deudas que tiene con la música anterior como por el hecho de hacerlas voluntariamente evidentes.

En cualquier caso, se trata de un referente importante para el siglo XX, y cabe agradecer a la Orquesta y a Cerveró el esfuerzo realizado para ponerla en pie. Se escuchó ajustada, expresiva y convincente en los primeros movimientos, mucho más que en los últimos: es posible que faltaran ensayos para redondear una partitura tan compleja y tan larga, donde tuvieron una notable actuación solista Roger Muraro y Valérie Hartmann-Claverie.

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