El cómplice del sida
El doctor alemán Matthias Rath induce a falsos tratamientos a millones de enfermos de sida en Suráfrica con la colaboración de un Gobierno que pone en duda la terapia antirretroviral
Era como en los viejos tiempos. Un estadio de baloncesto en un poblado negro surafricano lleno a rebosar de gente exigiendo verdad y justicia, coreando eslóganes, cantando canciones de libertad. En los viejos tiempos, antes de la caída del apartheid en 1994, el enemigo era el Gobierno blanco. Hoy el enemigo es el sida y todos aquellos que se oponen a combatir la enfermedad tal y como se ha combatido en los países ricos del norte, con enorme efectividad. El objetivo principal de la ira de la muchedumbre es un doctor alemán que ha montado una campaña publicitaria masiva en Suráfrica intentando convencer al público más azotado en el mundo por el sida de que la solución al problema es tomar multivitaminas -multivitaminas que casualmente él mismo, a través de su propia empresa, comercializa-. La terapia antirretroviral, estándar en Europa y EE UU donde ha salvado infinidad de vidas, es puro veneno, dice el doctor alemán. Lo ha proclamado en anuncios a toda página en los principales periódicos surafricanos. Lo reiteró la semana pasada en un anuncio, también a toda página pero dirigido de manera explícita al pueblo surafricano, en el diario The New York Times.
Y la gente no sabe qué pensar. En el sector de la población más pobre, y más vulnerable a una enfermedad que mata a 600 surafricanos al día, abunda la ignorancia sobre cómo combatir la epidemia. El Gobierno surafricano ha hecho poco para disipar esa letal confusión. El presidente Thabo Mbeki y su ministra de salud han hecho en los últimos años declaraciones que han puesto en duda las ortodoxias del mundo médico sobre la enfermedad, atribuyendo credibilidad al mensaje de científicos disidentes que cuestionan la conexión entre el virus VIH y el sida. Lo más escandaloso de todo, y lo que muchos surafricanos jamás podrán perdonar, fue cuando Mbeki declaró a un periódico norteamericano en septiembre de 2003 que no conocía a nadie que hubiera muerto de sida, y que ni siquiera conocía a nadie que fuese seropositivo. Tal fue el revuelo que causaron esas declaraciones en un país donde el 25% de la población de entre 15 y 50 años (11,4% de la población total) es seropositiva, que Mbeki -aunque nunca pidió perdón por lo que dijo- dejó de hablar en público sobre el tema.
El caso del doctor alemán ha puesto una vez más en evidencia la extraordinaria ambigüedad y poca contundencia que ha demostrado el presidente Mbeki a la hora de afrontar una catástrofe cotidiana (un tsunami viral cada día de la semana) comparable, como ha dicho el propio Nelson Mandela, con el racismo sistemático que representaba el apartheid.
Para la muchedumbre reunida el mes pasado en el estadio de baloncesto en las afueras de Ciudad del Cabo, Mandela sigue siendo el héroe de siempre. Hoy la gran causa del legendario líder vuelve a ser la gran causa de la gente: la lucha contra el sida. Mbeki, que actúa como si el sida fuese simplemente un problema más de los muchos que tiene el Gobierno, no es visto con buenos ojos. El mensaje que repite un orador tras otro desde el escenario es que, debido a la confusión que las mentiras interesadas de Rath están alimentando, muchas víctimas de sida que deberían recurrir al tratamiento antirretroviral no lo están haciendo; que como consecuencia de la presencia en Suráfrica del doctor, habrá incluso más muertos, que vidas que se podrían haber salvado no se salvarán.
La organización que ha montado este mitin de protesta es hoy lo que fue en los días de lucha por la liberación el Congreso Nacional Africano. Se llama la Treatment Action Campaign (Campaña de Acción y Tratamiento), conocido en Suráfrica, y en todas partes del mundo donde la gente milita contra el sida, por sus siglas: TAC. Ninguna organización ha luchado con más efectividad contra las grandes multinacionales farmacéuticas por bajar los precios de los antirretrovirales; o contra el Gobierno de Mbeki para que abandone su oposición a ellos (como por fin hizo en noviembre de 2003) y se comprometa a contribuir con dinero público a su distribución. En 2000, el tratamiento antirretroviral en Suráfrica costaba 10.000 dólares por persona al año. Hoy, en gran medida debido a los esfuerzos de la TAC, ha bajado a 160 dólares.
La tremenda frustración de la TAC hoy es que de repente, tras haber ganado la batalla aparentemente, todo está en peligro de perderse. Si la gente no se apunta a la terapia antirretroviral porque teme que la cura pueda ser peor que la enfermedad, entonces todo ese trabajo fue en vano. Por eso una vez más, la TAC se encuentra a la cabeza de una campaña de información dedicada a desacreditar la propaganda no en este caso del Gobierno, sino de un extranjero que el Gobierno ha dejado entrar en el país a lanzar un mensaje tan irresponsable y grotesco que, como señaló uno de los oradores, se podría comparar con el de un médico que dice que el tabaco no causa enfermedades de pulmón; o que la quimioterapia no sólo no combate el cáncer, sino que además mata.
De las docenas de oradores que suben al escenario, la mejor, la más apasionada y lúcida, es una mujer diminuta, delgada, llamada Mpumi Mantangana. Mpumi, de 46 años, es enfermera en una clínica en la que intentan reducir los espeluznantes índices de mortalidad que cobra la enfermedad en Suráfrica. El discurso de Mpumi es potente porque cuando denuncia las "mentiras abusivas" del doctor alemán, lo hace con autoridad, pero también porque capta la atención de todos, cautivándolos con una historia de una sencillez bíblica. Se trata de sus dos hermanos, ambos diagnosticados con el virus del sida. "Uno murió y el otro vive -y no sólo vive, sino que lleva una vida normal-. ¿Y cómo se explica esto? Muy fácil. El que murió no tuvo acceso a la terapia antirretroviral, y el que está vivo, sí. Entonces, ¿cuál debe ser nuestra conclusión? Nuestra conclusión es lanzar al mundo el mensaje de que en Suráfrica sabemos controlar y convivir con el sida. ¡Que después del sida hay vida!".
Lo mismo dice el doctor alemán, sólo que para él la solución es más sencilla: apuntarse a su régimen de multivitaminas (coste, 27 dólares al mes) y comida sana.
Una fortuna ganada engañando a gente
¿Quién es este personaje y cómo es que ha llegado a donde ha llegado?
Se llama Matthias Rath. En su página web se define así: "El doctor Rath es el mundialmente conocido científico y médico que ha liderado el hito científico para el control natural de la enfermedad cardiovascular, el cáncer, deficiencias del sistema inmune y otros problemas comunes de la salud". Y además es multimillonario. Ha ganado su fortuna aprovechándose, en la opinión de una amplia gama de expertos médicos internacionales, de la credulidad de la gente. Como se puede constatar en su megalómana página web, dice tener la respuesta a todos los males que afligen a la humanidad. Las multivitaminas ("la solución natural", él las llama) que vende su empresa son efectivas no sólo contra el sida, sino, como insisten sus anuncios, contra el cáncer, la diabetes y las enfermedades del corazón. Rath pretende ser más que un vendedor. Dice ser un gran científico, avalado por investigaciones clínicas que dice haber dirigido. Por eso ha estado llevando a cabo experimentos con seres humanos en los barrios pobres y negros en los alrededores de Ciudad del Cabo.
Suena a ciencia-ficción, o a algo de la era nazi. Pero no sólo es verdad, sino que el doctor Matthias Rath no se esconde. Publicó, bajo el altisonante nombre de la Dr. Rath Health Foundation, el resultado de sus experimentos en aquel anuncio de la semana pasada en The New York Times. Demostrando lo que la comunidad científica en Suráfrica ha denominado como una atroz falta de seriedad científica, Rath declara en el periódico, considerado el más importante del mundo, que sus vitaminas no sólo frenan el avance del sida, incluso en la fase más avanzada de la enfermedad, sino que hacen que ésta retroceda y que el paciente mejore visiblemente. Y al mismo tiempo ataca, con tono enfurecido, a la que considera su gran rival, y con buena razón, la terapia antirretroviral. Este milagro de la ciencia que proclama Rath -llevado a cabo sin los controles elementales y el beneplácito de una publicación científica reconocida- se basó en experimentos que duraron apenas cuatro semanas y en los que participaron sólo 18 individuos.
Lo curioso es que The New York Times (y después en Europa el International Herald Tribune) haya publicado el anuncio cuando, primero, un artículo de ese mismo periódico de mayo de 2001 se burló de una revista norteamericana llamada Redbook por haber publicado un anuncio del propio Rath en el que se autodefinió como "pionero de la medicina celular" y se comparó con Louis Pasteur; y segundo, porque Rath es un personaje ampliamente desacreditado hace tiempo en Europa y EE UU que, según dice su legión de opositores, ha visto en Suráfrica la oportunidad de dar rienda suelta a sus extravagantes fantasías.
Un loco y brillante propagandista
Rath será visto por muchos como un loco, pero no es tonto. Brillante propagandista ante todo, publica su anuncio en The New York Times para poder decir después, casi sin mentir, que las opiniones médicas que difunde han sido validadas por el periódico. Ha hecho lo mismo varias veces antes. Como señaló un artículo en el periódico surafricano City Press el domingo pasado, en el año 2000 Rath pagó por publicar un anuncio en el Journal of the American Medical Association (AMA). Más tarde compró anuncios en varias estaciones de radio y periódicos utilizando las mismas palabras que utilizó en el anuncio original para dar la impresión de que AMA apoyaba sus tesis. AMA, que se declaró "asqueada" por lo ocurrido, protestó ante la Food and Drug Administration (FDA) de EE UU y los medios. La FDA, a su vez, emitió un comunicado diciendo que los productos de Rath carecían de información acerca de su "seguridad y eficacia".
En el Reino Unido, Rath, que vende muchos de sus productos por Internet, fue obligado por ley a dejar de publicar sus anuncios porque, según la agencia oficial reguladora, "no tienen base científica y confunden al público". En Suiza, organismos oficiales han advertido al público de que no existe el más mínimo motivo por fiarse de Rath cuando proclama que sus productos previenen o curan el cáncer.
No es que los suplementos vitamínicos que vende Rath sean de su exclusividad. Otras grandes empresas farmacéuticas venden productos parecidos. La diferencia radica en que los productos de Rath suelen ser más caros y que los demás no pretenden poseer la cura mágica para todos los males del ser humano.
Seguramente nunca esperó que en un país africano recibiría los ataques más duros de su vida. Primero, porque todos los periódicos surafricanos que han publicado sus anuncios a lo largo del año se han arrepentido, tras presión legal de la TAC, de haberlo hecho y han declarado que no los volverán a publicar más. Segundo, porque en los últimos tres meses, Rath ha sido denunciado rotundamente por la Asociación Médica de Suráfrica, por la Sociedad de Médicos Clínicos de VIH de África meridional, por el Treatment Action Campaign y -en un comunicado emitido el pasado viernes- Médicos Sin Fronteras (MSF), que inició el programa pionero de tratamiento antirretroviral en Suráfrica hace cinco años y hasta la fecha ha tratado a 2.000 personas que padecían un sida mortal, más del 80% de las cuales (las estadísticas son igual de alentadoras que las de los países europeos) siguen vivas.
Médicos Sin Fronteras declaró estar "horrorizado" por la campaña de Rath y teme que la extienda a otros países africanos más vulnerables que Suráfrica, menos preparados para contraatacar. La Asociación Médica de Suráfrica atacó duro al declarar: "Esta irresponsable manera de actuar es despreciable tomando en cuenta el coste humano tan enorme de la pandemia de VIH en Suráfrica". La TAC, que ha emitido una declaración tras otra avisando de que Rath está poniendo muchas vidas en peligro, ha demandado al alemán, que en The New York Times ha acusado a la organización (y también a la OMS y, de paso, a Tony Blair) de formar parte de un "cartel" que actúa a favor de los intereses económicos de las grandes empresas farmacéuticas. Es decir, Rath acusa a la TAC de lo que la TAC le acusa a él: de ser cómplice en las muertes de miles de surafricanos. Por eso ya hay un proceso por parte de la TAC en contra de Rath en los tribunales surafricanos que se está viendo estos días.
También ahora la Organización Mundial de la Salud, el organismo médico de Naciones Unidas, ha intervenido en la disputa. "La ONU condena los ataques irresponsables a la terapia antirretroviral. Una reciente campaña publicitaria promueve los beneficios de la terapia vitamínica por encima de la terapia antirretroviral y manteniendo que la terapia antirretroviral es tóxica. Estos anuncios dan información falsa y distorsionan la realidad". Tras el anuncio en The New York Times, el Harvard School of Public Health también se unió al coro de condenas. En el anuncio, y no por primera vez, Rath cita, como prueba adicional de su tesis, un estudio de Harvard del año pasado que concluyó que el consumo de vitaminas puede retardar el avance del sida en personas infectadas con VIH. Harvard dijo la semana pasada que Rath había tergiversado las conclusiones de su investigación; que las vitaminas eran buenas para la salud de pacientes con VIH pero nunca tendrían la efectividad de los medicamentos antirretrovirales "que han transformado el sida de ser una pena de muerte a una enfermedad crónica pero controlable".
Como dice, de manera sucinta, la TAC, "el tratamiento antirretroviral es la recuperación, es la esperanza. No tomar el tratamiento es la muerte". Pero aun así, cuando está claro que una posible forma de salvar millones de vidas surafricanas sería expulsando a Rath del país, MSF se vio obligado en su comunicado del viernes a hacer un llamamiento al Gobierno surafricano para que se pronuncie "de manera inequívoca" en contra del doctor alemán y que afirme, en contra de lo que él dice, que para gente con sida avanzada "la terapia antirretroviral ofrece la única esperanza de supervivencia". Si responden tendrán, no por primera vez en la triste historia de Suráfrica y el sida, que tragarse sus propias palabras.
La ministra de salud, Manto Tshabalala-Msimang, comparte con el presidente que la nombró en el cargo dudas aparentemente irracionales sobre la eficacia de la terapia antirretroviral. Hasta el giro en la política del Gobierno en noviembre de 2003, un giro obligado debido al peso de prueba científica que lo apoyaba, la ministra ha dado la impresión de que le ha costado asimilar en el ámbito personal el hecho de que ella y su Gobierno erraron durante años al acusar a los medicamentos antirretrovirales de ser -exactamente como sigue insistiendo Rath- veneno. Ésta fue directamente la posición oficial del Gobierno, articulada por sus portavoces, hasta hace 18 meses. Desde entonces, el Gobierno se ha declarado a favor de promover, con dinero y acciones, la terapia que tanto fruto ha dado, pero la ministra Tshabalala-Msimang se empeña en seguir haciendo declaraciones en las que argumenta que la forma de atacar el sida es por la vía nutricional. Gran defensora del ajo y el limón y la remolacha como antídotos a la enfermedad (lo cual la ha convertido en una figura tristemente cómica para muchos surafricanos), insiste en dar más énfasis a las posibles contraindicaciones de los medicamentos antirretrovirales que a sus grandes y obvios beneficios.
En una conferencia de prensa este mismo mes, por ejemplo, la ministra dijo que había recibido información de que 42.000 surafricanos se estaban sometiendo a la terapia, lo cual no la hacía "nada feliz". (La TAC estima que hay medio millón de surafricanos que necesitan el tratamiento de manera urgente). Al preguntarle por qué, contestó que era porque creía que muchas personas estaban muriendo como consecuencia directa de las contraindicaciones tóxicas de los medicamentos. En esa misma conferencia de prensa y en otros dos eventos públicos en el último mes, la ministra ha sido interrogada por su postura en cuanto a Rath. La primera vez, en Durban, afirmó que Rath no iba en contra de la política del Gobierno. La segunda, en Ciudad del Cabo, Rath estuvo presente en el acto, sentado en primera fila. De 35 preguntas que se hicieron a la ministra, más de la mitad trataron de Rath, y ella siempre dio la misma respuesta: que Suráfrica era una democracia en la que había libertad de expresión, con lo cual Rath tenía el derecho a decir lo que quisiera. La tercera vez, en Pretoria, la ministra estuvo más contundente, afirmando que "Rath cumple con nuestros programas de salud y los complementa".
La curiosa postura de Mbeki
Del mismo modo que lo que llama la atención de Rath no es tanto que diga disparates peligrosos, sino que el Gobierno de Suráfrica no se oponga a que los diga, lo curioso de la ministra Tshabalala-Msimang no es tanto que diga las cosas que dice, sino que el presidente Mbeki, un hombre por lo demás excepcionalmente capaz e inteligente, la haya nombrado en el que quizá sea el cargo más importante de su Gabinete. Dos veces. Cuando el CNA ganó las elecciones generales de abril de 2004, Mbeki la ratificó en su puesto, lo cual provocó sorpresa y escándalo en la comunidad médica surafricana y en los medios. El periódico Cape Times se asombró de que Mbeki hubiera descubierto "algo de razón dentro de la locura" de la ministra. El Sunday Times, el periódico de más venta del país, recordó que la ministra ha sido acusada de "genocidio" por sus compatriotas y que el hecho de que Mbeki no la haya despedido demuestra que el presidente "ha fallado de manera descarada a los millones de niños, mujeres y hombres que viven con la enfermedad". La organización internacional Children First, que fundamentalmente se dedica a proteger los intereses de los niños seropositivos en Suráfrica, dijo que como consecuencia del nombramiento "habrá sin duda más muertes innecesarias, para sumar a las cientos de miles por las que ellos deben de asumir responsabilidad".
Mpumi Mantangana, la enfermera cuyo hermano se salvó de la muerte a causa de los antirretrovirales, dijo en una entrevista después de su discurso en el evento que organizó la TAC que hervía de indignación ante la pasividad oficial ante Rath. "Cuando ves a Rath y a gente que piensa y actúa como él, cuando ves cuánto hemos luchado para llegar a donde hemos llegado, y ahora ves que hay gente intentando destruir todo lo que hemos hecho, pues... me provoca una rabia terrible".
Por estas razones, y más, Médicos Sin Fronteras optó en su comunicado oficial del viernes por enfocar hacia el Gobierno de Mbeki, por dejar claro que la responsabilidad ante las nefastas consecuencias de las actividades de Rath radica en aquellos cuya misión es velar por la seguridad del pueblo surafricano. Del resto del Gobierno no se ha oído casi nada. El único en romper filas, el más fiel a los nobles principios de los viejos tiempos, de los días por la lucha de la liberación, ha sido el ex ministro de educación Kader Asmal, que dijo este mes que Rath era un personaje "tendencioso y chocarrero" con el que no quería tener nada que ver. Los demás han hecho declaraciones defendiendo a Rath o, de la presidencia surafricana para abajo, han guardado un silencio sepulcral.
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