Viaje secreto a Irak
Los insólitos protocolos de seguridad que han rodeado el viaje de Condoleezza Rice a Irak son expresivos de la degradación incesante de la situación en ese país árabe, pese a la existencia desde finales de abril de un Gobierno elegido democráticamente. Sólo el primer ministro, Ibrahim al Yafari, había sido advertido anticipadamente de la llegada de la jefa de la diplomacia estadounidense, cuyos propios pilotos militares desconocían el pasajero que iban a transportar desde Qatar hasta que la secretaria de Estado estuvo a bordo. Rice ni siquiera abandonó en una escala técnica en Alemania el avión del Departamento de Estado que la llevó hasta los emiratos.
A tres semanas de su constitución, la llegada del primer gobierno representativo, de mayoría chií, no ha tenido ningún efecto pacificador. Bagdad ha recibido a la secretaria de Estado -casco de combate y chaleco antibalas- con la noticia del hallazgo de otros 34 cadáveres, víctimas de ejecuciones en distintas zonas del país. Son sólo una parte de las más de 400 personas asesinadas en dos semanas y que perfilan por momentos un horizonte de contienda civil a menos que los nuevos responsables del país consigan la estabilización prometida. No hay reglas ni campos definidos en la violencia iraquí, con las víctimas del ciego terror insurgente repartidas aleatoriamente entre servidores más o menos directos del Gobierno y ciudadanos sin adscripción cuya mayor culpa era pasar por allí.
Rice dijo ayer que busca con sus interlocutores caminos para impulsar el proceso político y detener la sangría. La evolución de los acontecimientos, sin embargo, apunta una vez más en la dirección opuesta a ese progresivo apaciguamiento anticipado por Bush. EE UU puede estar desenganchándose políticamente de Irak con la asunción de funciones por el nuevo Gobierno, pero la situación convierte en ilusorios los proyectos para comenzar a retirar tropas del país árabe. En los últimas días, las hostigadas fuerzas estadounidenses se han visto implicadas en una auténtica batalla junto a la frontera siria.
El agujero negro iraquí se hace más inquietante a la luz de la inestabilidad creciente en Afganistán, segundo polo de la lucha global contra el terror patrocinada por Bush y lugar de despliegue de casi 20.000 soldados del Pentágono y de otros países, entre ellos España. La difusión de supuestas profanaciones del Corán por parte de fuerzas estadounidenses en la prisión militar de Guantánamo ha suscitado en el antiguo feudo talibán las protestas más sangrientas desde su invasión por EE UU en 2001, con casi una veintena de muertos. Su eco se extendía ayer desde Bangladesh a Egipto, mientras la secretaria de Estado Rice hacía un llamamiento a la calma en el mundo musulmán y prometía que se investigará lo sucedido.
Más allá de su efecto reclamo, las violentas protestas afganas ponen de relieve el más que precario control del país por parte del presidente Hamid Karzai. Para Karzai, un firme aliado de Washington, el clima insurreccional que se registra en Afganistán constituye una bomba de efectos retardados.
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