Desafío islamista en las celdas marroquíes
Un predicador radical describe desde la cárcel la huelga de hambre de los presos integristas
Hace un par de años, cuando aún estaba en libertad, Mohamed Fizazi, de 58 años, un predicador tangerino, se negaba a hablar con aquellos que no eran musulmanes. Ahora, desde una celda de la prisión de Kenitra, donde cumple una condena por incitación al terrorismo, Fizazi no se despega del teléfono móvil para contar al periodista la lucha que desencadenó hace 13 días. Lleva, junto con otros 1.200 islamistas repartidos por una docena de cárceles, casi dos semanas en huelga de hambre -el jueves se abstuvieron también de beber- para reivindicar su liberación. Su tono de voz, a pesar de la dureza de protesta, sigue siendo enérgico.
"Si me viera, se daría cuenta de que mi estado físico no se corresponde con mi voz", asegura este profesor de francés prejubilado. "Físicamente estoy muy disminuido y la salud de muchos de mis hermanos está quebrada".
Unos 1.200 islamistas protestan desde el 2 de mayo al grito de "libertad o muerte"
Fizazi influyó, según la policía, en la formación de un implicado en el 11-M
Fizazi es uno de los cuatro chiujs (líderes espirituales) recluidos en el célebre penal de Kenitra -que en los setenta albergó a opositores izquierdistas y a militares que trataron de derrocar la monarquía de Hassan II- que dieron la orden, el 2 de mayo, de iniciar una huelga de hambre indefinida y cuyo lema es "Libertad o muerte".
Horas antes de empezar la protesta difundieron un comunicado con sus reivindicaciones, que abarcan desde la revisión de sus juicios -muchos de ellos sumarísimos en un Marruecos atemorizado por los atentados que sacudieron la ciudad de Casablanca en mayo de 2003-, al procesamiento de los agentes de la policía secreta que les secuestraron y torturaron.
"No es un secreto que hemos llamado a la huelga", reconoce Fizazi desde su celda, a través de cuyos barrotes puede ver a su hijo, Abdelilá, recluido en la mazmorra de enfrente. "La hacemos para hacer oír nuestra voz, para gritar que somos inocentes, a través de nuestros intestinos vacíos", prosigue. "Exigimos que se abran las puertas y nos dejen reunirnos, en libertad, con nuestras familias".
"De ninguna de las palabras que pronuncié entonces se puede deducir que justifiqué los atentados [de Casablanca]", asegura. "Al contrario, los condeno". "Ni yo ni mis hermanos hemos emitido ninguna fetua aprobándolos. (...) Mohamed el Omari uno de los kamikazes que salieron con vida de aquella matanza] afirma que nosotros, los encarcelados, somos inocentes, pero no se le quiere escuchar".
Fizazi fue detenido el 28 de mayo de 2003 delante de una mezquita de Beni Mekada, un populoso barrio de Tánger, después de que unas incendiarias declaraciones suyas al diario Asharq al Awsat suscitasen un escándalo.
Este predicador radical influyó, según la policía, en la formación ideológica de otro tangerino, Jamal Zougam, presunto ejecutor de los atentados del 11-M en Madrid, y de los hermanos Benyaich, dos de ellos encarcelados y un tercero muerto en 2001 en Tora Bora (Afganistán), donde se refugió Osama bin Laden antes de escapar de la ofensiva estadounidense.
A mediados de 2003, los tribunales marroquíes trabajaban a destajo pronunciando "condenas implacables sin que la defensa pudiera ejercer sus derechos", recuerda el letrado Abdelfatá Zahrach, un defensor de los derechos humanos.
Islamistas a los que no se les reprochaban delitos de sangre, como Buchaib Magder, casado con una española y residente en Burgos, acabaron siendo condenados a muerte. En menos de un año, 2.112 personas fueron juzgadas, y 1.417 condenadas, por terrorismo en Marruecos.
A Fizazi le cayeron, en junio de 2003, 30 años junto con, según él, alguna otra pena colateral. "Desde mi detención no cobro la jubilación", se queja, "y a mis nueve hijas y a mi otro hijo, el que está en libertad, todos escolarizados, les resulta difícil vivir con escasísimos recursos".
¿Cómo transcurre un día en Kenitra, donde unos 200 islamistas ayunan desde principios de mes? "Pasamos casi toda la jornada tumbados sobre nuestras mantas -carecemos de camas-, que son mejores que las que nos proporciona la administración penitenciaria", explica Fizazi.
"Salimos al patio, pero cada vez somos menos numerosos, porque muchos hermanos se cansan con sólo hacer ese corto trayecto", añade el predicador. "Una vez allí ya no paseamos, porque carecemos de fuerzas para hacerlo", asegura Fizazi. "Nos sentamos en un banco y tomamos el aire hasta que llega la hora de volver a nuestras celdas". "Pero, créame, nuestro agotamiento no merma nuestra determinación".
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