Enric Marco
Soy hija de deportado en el campo de concentración de Mauthausen. Mi padre fue uno de los socios fundadores de la Amical de Mauthausen que mantuvo siempre el compromiso con sus compañeros muertos en los campos nazis de mantener viva su memoria y denunciar que aquel horror puede reproducirse si no estamos alertas.
A lo largo de mi vida he conocido a otros supervivientes amigos de mi padre. En todos se distinguía en su mirada un profundo dolor sobrellevado con dignidad. Entre ellos quiero destacar la figura de Antoni Roig, un hombre que dedicó su vida con humildad y esfuerzo a divulgar en escuelas e institutos la horrible realidad de los campos nazis con intachable honradez y entrega hasta su muerte el año pasado.
No conocí a Enric Marco hasta hace unos meses, cuando me ofrecí para colaborar de forma desinteresada con la Amical. Él era su presidente y me sorprendió su forma desenfadada de bromear que yo no conocía en otros deportados. Cuando he sabido de su engaño me he sentido herida profundamente y también estupefacta y alarmada ante las voces que justifican la impostura reiterada de este individuo, con los jóvenes de nuestros institutos, los deportados, sus familias y las instituciones, con el argumento de que "lo hacía por una buen fin". Esto es totalmente inadmisible.
Cuando un deportado explica sus horribles vivencias lo hace con gran dolor y esfuerzo, luchando con sus emociones y ahorrando los detalles más truculentos. Habla para honrar la memoria de los que murieron en los campos y ser fiel al compromiso que contrajo con ellos. Enric Marco lo hacía como un modus vivendi, buscando las emociones del auditorio y con el afán de recibir un reconocimiento que no se merecía y que había hurtado a los verdaderos deportados que jamás lo recibieron ni buscaron.
El señor Marco habrá de convivir a partir de ahora con su deshonor, no creo que tengamos que intentar entender las razones de su impostura. Detenernos a buscar justificaciones a su comportamiento o minimizar el daño que ha hecho al conjunto de deportados es no entender y menospreciar el legado que nos han dejado, y nos dejan, hombres como Antoni Roig, que no recibió homenaje alguno a su muerte a pesar de su intachable trayectoria y labor pedagógica. Debemos escuchar la voz de los deportados. Su mensaje no trata sólo de horrores pasados, sino del mundo actual que nos concierne a todos.
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