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Columna
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El último debate

Tengo la impresión de que éste ha sido el último debate sobre el estado de la nación de Mariano Rajoy como presidente del PP. Y no lo digo porque los sondeos que se han realizado tras el debate hayan puesto de manifiesto que los ciudadanos consideran que lo perdió por goleada y en todas las direcciones posibles, sino por algo distinto.

Mariano Rajoy no solamente ha perdido un debate, sino que se ha quedado sin discurso político propio. Eso es lo decisivo. La propiedad intelectual de la réplica al presidente del Gobierno no es suya. El "autor intelectual", del que tanto le gusta hablar al PP a propósito del 11-M, es otro. No es él, en consecuencia, quien tiene autoridad para pronunciarlo y credibilidad para transmitirlo. Hay en el PP voces mucho más autorizadas que la suya para hacer oposición con base en un discurso político como el que Mariano Rajoy hizo el pasado miércoles.

Desde que fue designado sucesor por José María Aznar, el actual presidente del PP ha venido debatiéndose entre continuar con el discurso del anterior presidente del partido y del Gobierno o ensayar un discurso político propio. Y ese debate interno lo ha resuelto en el primero de los sentidos de manera definitiva y, en mi opinión, irreversible en el debate sobre el estado de la nación.

Es verdad que Mariano Rajoy no ha tenido prácticamente ayuda alguna en el interior del partido en esta búsqueda de un discurso propio. La sombra de José María Aznar ha estado proyectándose permanentemente sobre su pretensión de liderazgo. Se proyectó ya en el mitin más importante de la campaña electoral y se siguió proyectando desde los cursos de verano de FAES, desde el discurso en el Congreso del PP previo al discurso de clausura del propio Mariano Rajoy, desde la Comisión Parlamentaria del 11-M, desde las presentaciones de sus libros e intervenciones en el extranjero. No ha habido ni un solo momento desde que llegó a la presidencia del PP en que Mariano Rajoy no haya estado sometido al marcaje de José María Aznar. Marcaje secundado eficazmente por Ángel Acebes y Eduardo Zaplana desde las posiciones privilegiadas que ocupan en la dirección actual del partido.

Eso es verdad. Pero no lo es menos que Mariano Rajoy ha puesto de manifiesto una pusilanimidad extraordinaria a la hora de intentar zafarse de dicho marcaje y de ensayar un discurso propio, dejando incluso en la estacada a quienes desde el interior del partido han intentado ayudarlo. El caso patético de Alberto Ruiz-Gallardón, a quien Mariano Rajoy encargó la ponencia política con la que se abriría el Congreso del PP, para dejarlo completamente solo cuando empezaron a llover las críticas sobre el contenido de dicha ponencia, es bastante ilustrativo.

Sea como sea, el resultado es que el discurso político del PP sigue siendo el discurso de José María Aznar y no el de Mariano Rajoy, que, justamente por eso, es formalmente presidente del PP, pero no lo es materialmente. Para continuar siendo presidente del PP, Mariano Rajoy ha entendido que tenía que renunciar a ejercer un liderazgo interno y a fijar su propio discurso político como punto de referencia de la acción del partido en primer lugar y como programa para la sociedad española después. Es un presidente ventrílocuo, portador de un discurso ajeno, con el que no convence a los propios y que aleja no solamente a los extraños, sino incluso a quienes podrían encontrarse próximos al PP.

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Éste es el camino que ha recorrido Mariano Rajoy en estos casi dos años y que, desde el pasado miércoles, es un camino sin retorno. Se trata de un camino sin retorno y sin salida. Mariano Rajoy va a tener ocasión de comprobarlo muy pronto. Antes de fin de año me temo que el PP tendrá que celebrar un congreso extraordinario para renovar su dirección.

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