Huidobro o la aventura de la modernidad
Hay un episodio menor -muy debatido y que los editores de este volumen esclarecen del todo- en la producción de Vicente Huidobro (Santiago de Chile, 1893-1948), que sin embargo revela una parte importante de su temperamento: la manipulación de la fecha en que apareció El espejo de agua, acta de nacimiento del creacionismo, con versos como éstos: "Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas! / Hacedla florecer en el poema". Ideal del poeta demiurgo, del poema no como el símbolo de otra realidad sino como artefacto tangible, cosa en sí misma. Publicado en Madrid en 1918, Huidobro se inventó una supuesta primera edición porteña de 1916. Éste era el año en que se había establecido en París y la antedatación de El espejo... quiere entonces librar la invención del creacionismo de toda influencia de Pierre Reverdy, a quien conoció entonces. Fueron socios en la revista Nord-Sud, órgano fundamental del creacionismo y de la vanguardia literaria parisiense, en contacto con el cubismo y el simultaneísmo pictórico. Y aunque Octavio Paz acaso acierta en su solución salomónica ("las deudas de Huidobro con la poesía francesa, especialmente con Apollinaire y Reverdy, son indudables, pero su obra es única e inconfundible, lo mismo en castellano que en francés"), la querella por la paternidad del creacionismo los enfrentó.
OBRA POÉTICA
Vicente Huidobro
Edición crítica y coordinación de Cedomil Goic
Colección Archivos
Madrid, 2005
1.817 páginas. 31,90 euros
El episodio revela el verdadero, único, excluyente eje del proyecto de Huidobro: la aspiración a ser el precursor, el moderno. Por eso al establecerse en París, después de haber publicado en Chile varios libros juveniles de fuerte acento romántico y simbolista, emprende un perpetuo vaivén entre el castellano y el francés -con gran ayuda de Juan Gris: Cedomil Goic muestra cómo muchos de los manuscritos franceses están corregidos por la mano del pintor- y en un solo año, 1918, publica cuatro libros que quieren fundar una estética del todo nueva: Ecuatorial, Poemas árticos, Hallali y Tour Eiffel. Este último, ilustrado por Robert Delaunay, aparece en el cuadernillo central de esta edición en reproducción facsimilar. Rafael Cansinos Assens, que en 1919 asume la dirección de la revista Cervantes, fundamental en la difusión de las nuevas estéticas en España, reseña "el paso por Madrid, en 1918, del singular poeta chileno Vicente Huidobro, que venía de París, trayendo las unciones de un nuevo arte... fue un documento personal, un evangelio vivo; su llegada un hecho poderoso y animador". A través de Cansinos y Cervantes el creacionismo devendría en ultraísmo y sería, mediante el joven Borges, el germen de la vanguardia rioplatense en torno a la revista Martín Fierro. Y a través de Gerardo Diego, impulsor de las líneas de vanguardia que atraviesan la generación española del 27.
Altazor en verso y Temblor del cielo en prosa (ambos publicados en 1931) siguen siendo la cima de la vanguardia. Están en sincronía con el surrealismo y son deudores, como Breton, de Lautréamont y de Rimbaud, pero con una nueva dimensión lúdica, combinatoria, material, en la que, durante largos tramos, el poema no quiere significar, quiere directamente ser. Huidobro es así el auténtico continuador del gran proyecto poético de puesta al día emprendido por Darío, el que convierte el modernismo en modernidad, el que busca recursos para forzar los límites de la escritura, estimulado por la pintura y también por la música: El ciudadano del olvido (1944), su último libro publicado en vida, es una singular reescritura del Tristán e Isolda wagneriano. Y, sin embargo, persiste siempre el resto de un acento clásico, una letanía contenida, una irrenunciable finura de oído. Recorrer su obra de principio a fin es, ahora, deslizarse sobre la parábola todavía agitada del más ambicioso anhelo de modernidad en el ámbito del castellano.
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